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BOULEVARD

Diputado Juan March, el maestro en manipular los votos

El magnate mallorquín al conde de Perelada en 1931: «Usted dará las órdenes oportunas para que bajo ningún concepto se vote otra candidatura que se presente para combatir la nuestra»

Playa del Peñón de Palma, una mañana de mayo a las nueve. Después de las caravanas, vivir en tiendas de campaña. DM

A sí acaba la semana en que hemos descubierto que en Madrid no hay racismo. En 1999, el inflado artificial del censo de Formentera con argentinos le costó el Consolat a Jaume Matas, en apenas tres días de final de campaña. El PSOE se negó a enmendar el voto por correo, por la simple razón de que recurre a las mismas prácticas que el PP. No se olvide de mencionarles la inacción a los socialistas que se cruce hoy, acuciados por el escándalo de la compraventa de sufragios.

Son unos aprendices, comparados con el diputado Juan March Ordinas, que en 1931 ganó su escaño en las Cortes Constituyentes de la Segunda República con los mismos métodos heterodoxos que empleó para convertirse en la mayor fortuna del planeta. Tengo ante mí la carta «particular» que el magnate le dirigió y firmó con su diminuta caligrafía a «mi querido amigo» el Conde de Perelada, el 16 de junio de ese año.

«Creería faltar a un deber si dejara de consignar por escrito mi profunda gratitud por su valioso ofrecimiento de decidido apoyo en las próximas elecciones», inicia su misiva el dueño de Mallorca, antes de concretar el respaldo «en todos los puntos donde dispone usted de elementos, y en especial Villafranca, Campanet, Llubí, Inca, San Juan, etc.».

Es poco conocida la faceta de bromista de March, al agradecer la «expontánea (sic) actitud» del conde. En el párrafo siguiente se traslada de las cortesías al lenguaje caciquil, pues «he de rogarle que a la mayor brevedad posible se sirva pasar las instrucciones debidas a sus amigos, a fin de hacer debidamente eficaz la labor en pro de la candidatura que formaremos».

Harto de cursilerías, el maestro en manipular los votos se desnuda en el último párrafo. March determina allí en lenguaje perentorio que «usted dará las órdenes oportunas para que bajo ningún concepto se vote cualquier otra candidatura que pueda presentarse para combatir la nuestra. Ya sé que no necesito esforzarme para convencerle de esto». Y tanto que no lo necesitaba. Es superfluo recordar que el banquero ganó el escaño en Madrid, con unos resultados lejos del alcance de todas las candidatas de hoy, 28M. El espíritu de March nos sigue dominando, de ahí la mejor frase preelectoral que he escuchado en Mallorca, «si mis padres se enteran de lo que voy a votar, me desheredan».

Dejemos los asuntos secundarios, para centrarnos en el eje de la actualidad. Vicente Engonga es uno de los serios candidatos a jugador español más fiable de todos los tiempos. De ahí que le escuchara muy atentamente, cuando la estrella mallorquinista me dijo tres años atrás que «para mí no es peor ni mejor un insulto racista que meterse con el padre, la madre o la abuela». Hay que reconstruir la conversación para apreciar el discurso en su totalidad.

El paso de Engonga modificaba la geometría y el reloj del césped, como en la relatividad general de Einstein. El jugador reconocía en la entrevista que «tranquilizaba a mis compañeros por la manera de desenvolverme en el campo, pero no recuerdo un solo partido en el que no estuviera nervioso». Por eso remata con inteligente ironía que «me llena de orgullo que mucha gente confiara en mí más que yo mismo».

En su análisis, Engonga se titulaba «introvertido». Para explicar su seguridad característica, recordaba que «tengo un par de cosas claras que sabía que podía hacer en el campo y en mi vida. Venía determinado de chiquitito por el color de la piel y por una infancia pobre. Son circunstancias que te curten y te dan responsabilidad».

Así surgió la pregunta hoy inevitable:

-¿Debió usted pedir que se suspendiera un partido por insultos racistas?

-Nunca lo pedí, es un tema de ahora porque en aquel fútbol era normal. Se atacan los puntos débiles de cualquier jugador, a mí me han insultado futbolistas que no eran racistas. Está bien luchar hoy contra el racismo, pero en mi época ni te afectaba. Crecí con ello.

En la imagen que hoy nos ilustra, puede observarse la zona residencial levantada en la Playa del Peñón de Palma, a las nueve de una mañana de mayo. Después de la instalación masiva en caravanas, y mientras la ciudad aguarda ansiosa los contenedores para sus ciudadanos menos afortunados, gana peso el urbanismo en tiendas de campaña.

Reflexión dominical lunática: «Era más fácil llevar a un ser humano a la Luna en los sesenta que hoy; dado que la tecnología ha progresado, los seres humanos se han degradado».

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