Josefa Vallés tiene ahora 75 años y el historial médico típico de una mujer machacada por trabajar en la limpieza de hoteles. «Estoy operada de dos hernias discales y de los hombros. Llevo una placa en las cervicales que me une las vértebras 4, 5 y 6», cuenta. Pese a las intervenciones, los dolores continúan «y no puedo girar del todo el cuello. Un médico me dijo que me cuidara porque ya no me podían tocar más», asegura.

Empezó de camarera de pisos en Palma con 34 años. «Consideraba que tenía que ayudar económicamente en casa. Tenía dos hijos y mi madre minusválida a cargo», cuenta. Era fija discontinua en un hotel de cinco estrellas. «Tenía turno partido: de 9 a 12 y de 16 a 21. Entremedias también limpiaba otra casa particular. «En el trabajo no me dieron el turno seguido, que era el que yo necesitaba por mi situación personal. Nunca consideraron que yo tenía dos menores a cargo y a mi madre con una discapacidad física», lamenta.

Su situación contractual tampoco era estable. «Jamás tuve contratos de más de tres meses seguidos. Me iban llamando en función de la ocupación. Luego volvían a darme de alta unos días, luego de baja, y así todo el tiempo», indica.

Su jefa le dijo que a partir de un momento determinado iba a ayudarla «y que por eso me iba a hacer el traje de subgobernanta. Hice las funciones durante un tiempo, pero a final de mes vi que en el contrato ponía que era camarera de pisos, todo seguía igual. Supongo que fue una prueba hasta nombrarme oficialmente, pero no estoy segura del todo porque después ya enfermé».

Josefa Vallés trabajó como camarera de piso en los ochenta. DM

«También tuve que planchar camisas de clientes durante mi horario cuando no era mi función. Abusaban porque nunca dije que no a nada», comenta. «También me pagaron como días normales de trabajo un extra que hice de 15 días para desbloquear una planta, no me los quisieron pagar como horas extra», critica.

Josefa tuvo que poner fin a su carrera profesional después de las operaciones. «Me dieron la invalidez total. Al principio iba pasando por el tribunal médico hasta que me dieron la definitiva».

Pese a estas situaciones abusivas y a la dureza física de la profesión, le gustaba su trabajo y siempre estaba dispuesta a aprender.

Cómic sobre las ‘kellys’ editado por el Consell y elaborado por Laura Marte y Blanca Jaume. CONSELL

Recuerda con cariño a algunos clientes que siempre mostraron un trato exquisito. «El jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, era muy educado y siempre dejaba propina. Rocío Jurado también», evoca.

Maria Bonnín, 79 años, es otra histórica de las kellys, además de pionera en la lucha por sus derechos. «Estudié para subgobernanta pero acabé haciendo de camarera de pisos porque no me gustaba la relación que había entre las jefas y las camareras», relata. Cuando empezó a trabajar -corría 1971-, recuerda que se hacían guardias hasta las 10 y las 12 de la noche y las horas extra no las pagaban. «Por supuesto, los camareros cobraban más», dice. Junto a una compañera fue considerada la instigadora de una huelga de bajo rendimiento (limpiaban menos habitaciones), la primera organizada por mujeres en el sector de la hostelería en Mallorca. «Nos despidieron. Recurrí pero perdí el juicio. Tuve que ponerme a trabajar de nuevo y me puse a buscar en los hoteles. Empezaba, trabajaba un par de días y después me despedían. Me enteré de que la cadena que me había echado había hecho llegar a los hoteles una lista negra de trabajadores en la que yo estaba incluida». La huelga impulsada por Bonnín duró 40 días y la caja del hotel se redujo en dos millones de pesetas, según el cómic de Laura Marte y Blanca Jaume.

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VÍDEO | Así es la vida de las kellys Redacción