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Hablan los hijos de la inmigración marroquí en Mallorca: «Somos de aquí y de allí»

Tres jóvenes de la segunda generación nacidos en la isla charlan sobre identidad y discriminación: «Integrarnos no significa olvidar nuestra cultura»

Adel Boulharrak, Amal Derdabi y Ghizlane Lahriga, fotografiados en la plaza de Pere Garau. Pere Joan Oliver.

Son mallorquines, los hijos de la primera generación de marroquíes que llegaron a Mallorca en los años 70 y 80. Sus padres trabajaron, abrieron negocios, tramitaron sus papeles y consiguieron reagrupaciones familiares, pero siempre fueron considerados como ‘diferentes’. La segunda generación, nacidos y crecidos en la isla, lamentan que tantos años después sigue habiendo un ‘ellos’ y un ‘nosotros’.

DIARIO de MALLORCA se cita con tres jóvenes mallorquines de padres marroquíes para hablar sobre identidad, integración y discriminación. El encuentro es en la cafetería Medina, en la plaza Pere Garau, donde reside una nutrida representación de marroquíes, la comunidad extranjera más numerosa de Balears con cerca de 30.000 empadronados.

«Si te hablo desde el corazón, creo que no tenemos las mismas oportunidades que un mallorquín de apellido mallorquín», subraya Amal Derdabi, educadora social de 32 años que trabaja en el servicio comunitario del Ayuntamiento de Palma en Pere Garau. «Aunque cuando te dan la oportunidad y demuestras que tienes las mismas capacidades que cualquiera, confían en ti», añade.

«Siempre tienes que justificar por qué has llegado adonde has llegado», interviene Adel Boulharrak, consultor y graduado en Física por la UIB. «Te preguntan qué haces aquí, eres como un elemento extraño. Aunque en el ámbito científico y tecnológico están más acostumbrados a tener gente de otros países», señala.

‘Ets nostra?’

Pese a haber nacido aquí, detectan una brecha con «la sociedad local» que ya observaron sus padres. «No noto mucha diferencia entre la generación de mis padres y la mía», afirma Ghizlane Lahriga, educadora social de 27 años que reside en Muro. «Sigue habiendo discriminación. El hecho de que Amal y yo no llevemos hiyab [velo] hace que tengamos un trato más cercano. Pero el otro día me preguntaron: ‘tu ets nostra? Ets d’aquí o d’allà? Este tipo de comentarios me molestan mucho. Yo soy de aquí y de allí. O como cuando te dicen ‘tú no llevas hiyab, no te pareces a ellos’. Siempre con esa mentalidad de separar», subraya esta joven.

Lamentan tener que dar explicaciones que nunca tienen que dar mallorquines con apellidos autóctonos. «Cuando dices tu nombre, la siguiente pregunta siempre es: ¿de dónde eres? Hay quien lo hace por simple curiosidad, y otros no. Al principio sí me molestaba porque sentía que estaba justificándome constantemente, pero aprendes a vivir con ello y te adaptas », dice Derdabi.

Hablan de identidad y de una constante sensación de vivir entre dos realidades. «Considero que mis países son España y Marruecos. Empatizo en los dos sitios y eso es un privilegio. Pero cuando estamos allí nos dicen que somos los de aquí, y cuando estamos aquí nos dicen somos los de allí. Fue más difícil en la adolescencia, cuando estás definiendo tu identidad. Y después, a nivel académico, sentí la necesidad de ser un diez para igualarme al resto», recuerda esta educadora social.

«Nunca llegas a ser cien por cien español, ni cien por cien marroquí», acuerda Boulharrak. «A veces pienso que el no estar arraigado totalmente en un sitio tiene ventajas. Por ejemplo, seguramente me sería más fácil que a otro irme a trabajar y vivir a otro lugar y tener una tercera identidad», añade este físico.

«A mí no me molesta que me pregunten de dónde soy, me molesta más que pronuncien mal mi nombre», interviene Lahriga. «A veces incluso me han dicho que como no saben pronunciarlo, me llamarán Catalina. No, apréndete mi nombre igual que yo me aprendo el tuyo», asevera.

Derdabi habla de una «normalización de la xenofobia» que la empuja a «sentir que soy más de Marruecos que de España» pese a haber nacido aquí. «Tengo 32 años y no tengo claro de dónde soy», resume.

Entienden que sus padres, la primera generación, empezaron a construir unos puentes con la Mallorca autóctona que ellos, la segunda generación, deberán continuar. Pero, advierten, sin renunciar a sus tradiciones. «Es que algunos dan por hecho que para integrarte tienes que estar desarraigado de tu cultura», precisa Lahriga. «Asumen que para integrarte tienes que olvidarte de tu idioma y de las tradiciones de tus padres, pero eso no es así», destaca esta educadora social.

¿La tercera generación ya no sufrirá ese ‘ellos’ y ‘nosotros’? «Harán falta muchas generaciones para que eso desaparezca», vaticina Boulharrak.

Sí consideran que afrontan una vida más libre y económicamente menos precaria que la que les tocó vivir a sus padres. «Haber estudiado aquí nos ha abierto una puerta para conocer cuáles son nuestros derechos, y defenderlos. Nuestros padres no conocían ni el idioma ni la cultura de aquí. Y siempre tenían miedo, por ejemplo de la policía. Han vivido más reprimidos porque desconocían sus derechos, pero no es nuestro caso», zanja Lahriga.

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