«Por las noches pasamos mucho frío», confiesa Renato Zamfir mientras hace girar la cucharilla en la taza de café que se toma frente a la barraca vecina de un amigo. Vive en Mallorca desde hace cinco años. Su casa es una de las chabolas asentadas al final del parque de sa Riera, frente al cementerio de Son Valentí. Vive sin luz, sin agua corriente, sin ningún tipo de saneamiento urbano. El suelo de su habitación es la tierra pelada de un solar propiedad del ayuntamiento de Palma. Para aislar de la humedad su cama, la ropa y los escasos muebles del chamizo, ha sembrado de alfombras el terreno. Pese a ello, el olor a humedad en el tejido es perpetuo, «cuando llevas un rato aquí ya ni lo hueles».

Renato tiene trabajo, es fijo desde hace un mes en una empresa constructora. Tiene un sueldo de 1.200 euros, «pero no encuentro ningún piso, piden tres meses por adelantado y además tendría que llevarme a mi madre conmigo, que vive en la barraca de al lado, porque no la voy a dejar sola, pero todo se hace más difícil», asegura. La opción de compartir una vivienda está ahí, «pero también has de tener suerte, que te la quieran alquilar, que el resto de personas que haya en el piso sean buenas, no den problemas. Ya veremos. Tengo que empezar a ahorrar, pero con los precios que hay veo difícil conseguir un piso para mí y para mi madre», subraya. «No puedo pagar lo que piden y alquileres sociales apenas hay», lamenta.

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Renato Zamfir, chabolista que reside frente al cementerio de Palma B. Ramon

Hasta ahora ha vivido combinando trabajos temporales con la recogida y venta de chatarra. «De hecho, a mi madre la ayudaron con un piso social donde estuvimos hace tres años pero no nos renovaron y nos echaron porque ella llevaba chatarra a la casa y los vecinos se quejaron mucho y tenían miedo porque decían que eran cosas de la basura y traían infecciones», comenta. «Por eso hemos vuelto aquí otra vez. ¿Dónde vamos a vivir? Nadie te ayuda».

La chabola la ha construido el propio Renato. La estructura es de madera, a partir de puertas y tablones recogidos de los contenedores.

Este trabajador de la construcción asegura que cada vez menos pasan entidades sociales por el poblado. «Hace tiempo que no vienen, antes lo hacían como una vez al mes, pero ya no. Supongo que están saturados. Nos dijeron que nos ayudarían con una tarjeta de 200 euros para alimentos pero no hemos vuelto a saber nada».

Tarjeta sanitaria

«Tengo papeles, mi NIE por cinco años, pero tarjeta sanitaria no. Fui a hacérmela y me dijeron que tenía que ir al Consulado de Rumanía o directamente a mi país para pedir mi número de Seguridad Social ahí. ¿Cómo es eso posible si yo llevo aquí cinco años y estoy trabajando?», se pregunta. «La Administración te complica la vida».

En el asentamiento, que ya lleva unos quince años en sa Riera y ha sido desmantelado por las autoridades hasta en dos ocasiones, la mayoría de residentes son ciudadanos de Europa del Este. Todos se conocen. Recientemente falleció una señora mayor. «Y había una mujer en el otro lado, pero su marido le destrozó la barraca. Un hombre violento que la maltrataba», relata Renato. En la zona también hay una gran colonia de gatos que cuida Cati y cerca está la pista de skate. «Estamos bastante seguros aquí, hay gente que se droga debajo del puente, pero no se acercan aquí».