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Llamamiento a la solidaridad de Alejandro, un joven en silla de ruedas en Mallorca: «Mi abuela es mis piernas, necesito encontrar un hogar junto a ella»

Alejandro sufre atrofia muscular y busca a contrarreloj una casa en Mallorca para seguir viviendo con Lola, su ángel de la guarda | El 25 de febrero deben abandonar el albergue donde residen en el Secar de la Real

Llamamiento a la solidaridad de Alejandro, un joven en silla de ruedas en Mallorca: «Mi abuela es mis piernas, necesito encontrar un hogar junto a ella»

Llamamiento a la solidaridad de Alejandro, un joven en silla de ruedas en Mallorca: «Mi abuela es mis piernas, necesito encontrar un hogar junto a ella» B. Ramon

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Llamamiento a la solidaridad de Alejandro, un joven en silla de ruedas en Mallorca: «Mi abuela es mis piernas, necesito encontrar un hogar junto a ella» Irene R. Aguado

Alejandro se cortó el pelo el día en que asumió que tendría que separarse de su abuela. Después de toda una vida juntos, Lola ya no podrá peinarle trenzas. Tampoco podrá acostarle, ayudarle a comer, subir las escaleras cuando no hay ascensor, o empujar de su silla de ruedas cuando salen a tomar el sol.

Parece imposible, porque uno es la sombra del otro. «Alejandro es la cabeza de Lola, y Lola es las piernas de Alejandro», explica Manuela Díaz, el rayo de esperanza de esta minúscula familia. Es precisamente ella quien contacta con este diario al conocer la desesperada situación de Lola y su nieto: «No descanso por las noches pensando en que los van a separar. Me parte el alma», dice con un hilo de voz.

«Alejandro es la cabeza de Lola, y Lola es las piernas de Alejandro»

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Los tres llevan casi dos meses en una carrera a contrarreloj para encontrar en Mallorca una vivienda accesible para personas con movilidad reducida: «Nos da igual dónde, lo único que necesitamos es un hogar juntos», explica Alejandro, cuya prioridad máxima es seguir viviendo el día a día con su abuela y ángel de la guarda. La fecha límite: el 25 de febrero, día en que ambos deben abandonar el albergue del Secar de la Real, la solución temporal prestada por los servicios sociales del ayuntamiento de Palma.

Alejandro Puzo y Lola Huertas llevan toda una vida batallando contra las adversidades. La lucha empezó cuando al joven le diagnosticaron atrofia muscular degenerativa nada más nacer, cuando los médicos le pronosticaron una esperanza de vida de cinco años (hoy tiene 18), y continuó cuando sus padres le abandonaron siendo un niño. Desde entonces, con ellos la vida ha sido especialmente cruel, pero lo más importante nunca ha fallado: los problemas los han superado siempre de la mano.

Separados por primera vez

Por eso el 25 de febrero afrontan la situación más difícil de todas. Los servicios sociales de Cort han logrado prorrogar durante dos meses más de lo establecido la estancia de ambos en el albergue, pero no han podido encontrar una alternativa habitacional para los dos juntos. Tendrán que separarse por primera vez: él, a un centro de personas discapacitadas, y ella, a uno de personas extranjeras. Justo cuando creían que lo peor ya había pasado.

Fuentes del área de Bienestar Social consultadas por este diario aseguran que Cort tiene «absoluta» disposición para ayudar a esta pequeña familia. En caso de encontrar un piso o habitación en la que puedan residir juntos, el ayuntamiento de Palma se ha abierto a abonar parte de la fianza y la mitad de la cuantía del alquiler anual. Esta ayuda solucionaría uno de los escollos más grandes en un contexto en el que la vivienda se paga a un precio imposible para el bolsillo del nieto y su abuela, únicamente nutrido por dos ayudas que a duras penas llegan a los 500 euros al mes.

Ahora solo falta encontrar el espacio. Alejandro no lo ha conseguido, pese a los días eternos de portales inmobiliarios en línea, agencias y visitas desesperadas a pisos. Los trabajadores sociales del Ayuntamiento admiten encontrarse ante uno de los casos más complejos ahora mismo activos: al problema de la vivienda se le suma la situación de irregularidad de Lola, de nacionalidad cubana, mientras que Alejandro es ciudadano español, lo que genera que ambos casos se tramiten a través de distintos canales administrativos.

Ya se habían rendido. Aunque incluso desde Cort reconocen que Alejandro «presenta especial resistencia» a separarse de su abuela, ya había asumido que no había solución. Fue entonces cuando Manuela Díaz apareció para arrojar luz donde parecía imposible. Esta mujer de 69 años es la ‘madre adoptiva’ de todos en el albergue. Se desvive con especial ilusión por los niños y acostumbra a cocinar en ollas gigantes para que coman cuantos más mejor.

Manuela Díaz, a la izquierda, y Lola (Dolores) Huertas, a la derecha, sujetan las manos de Alejandro Puzo. B. RAMON

Un llamamiento a la solidaridad

Precisamente así conoció a Lola y su nieto: «Son imprescindibles el uno para el otro. Nunca he visto una relación tan especial como la suya. No pueden separarse». Que ambos encuentren un hogar juntos se ha convertido en su cruzada. Ha contactado con innumerables asociaciones y ONG para explicar esta historia, pero todavía no es capaz de contarla sin que se le salten las lágrimas. «Alejandro no sabe lo que es ir al cine o salir a tomar algo con sus amigos. Tiene que encontrar un techo con su abuela y empezar de cero una vida normal. Hacemos un llamamiento a la solidaridad para los ciudadanos que puedan ayudarles», remarca.

A este pack indivisible de dos, se ha sumado Manuela. «Nos gustaría mucho que en el futuro pudiera venir a vivir con nosotros, se lo merece. Sería lo ideal», comenta Alejandro. Como cualquier otro joven, también tiene aspiraciones y sueños. El más ambicioso: llegar a tener un hogar con su abuela y que Manuela pueda unirse. El más laborioso: estudiar diseño gráfico y hacer de su afición, el dibujo, su profesión. Y lo más anhelado: salud. En La Habana, ciudad donde ha pasado gran parte de su vida con Lola, los tratamientos para su atrofia eran demasiado caros. El dinero apenas llegó para varias clases de equinoterapia, recomendadas por un doctor.

Los tres años que llevan en Mallorca después de una larga etapa en Cuba tampoco han sido fáciles. Se les ha abierto un mundo de tratamientos y medicación a la luz de la sanidad pública, pero se han visto hacinados en un piso minúsculo, en muy malas condiciones y a veces sin agua ni luz, hasta que las trabajadoras sociales de Cort los rescataron el año pasado de la penosa vivienda.

Por pedir, al futuro, Alejandro también le pide una silla de ruedas nueva («la mía la traigo de Cuba y está destrozada», cuenta) y a poder ser eléctrica, para que su abuela, que tiene 75 años, pueda dejar de empujar el vehículo. Aunque Lola, en realidad, empujaría hasta quedarse sin fuerzas. No importa hacia dónde, mientras sea juntos.

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