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La comunidad china de Mallorca se resigna: más de tres años sin volar a su país

Confinamientos implacables, pruebas diagnósticas, pasaportes covid y tediosas restricciones han obstaculizado los viajes en la comunidad asiática de Mallorca durante la pandemia

Lili Zhou nació en Shanghái, pero ha pasado gran parte de su vida en Mallorca. B. Ramon

Los más de nueve mil kilómetros de distancia que separan Mallorca de China se han hecho más largos que nunca durante la pandemia. Los chinos llevan tres años viendo políticas draconianas de ‘covid cero’ en su país de origen, mientras los gobiernos europeos dan palos de ciego con medidas vertiginosas para frenar la propagación del virus.

Ahora, cuando parecía que la pesadilla se había terminado y el virus se había gripalizado, regresan los titulares catastróficos: enunciados como ‘La explosión de contagios en China pone en alerta al mundo’ o ‘¿Puede llegar la ola covid a España?’ han vuelto a provocar un clima de inseguridad e incertidumbre que, por desgracia, no es desconocido.

El gigante asiático reabre hoy sus fronteras y pone fin a confinamientos masivos, pruebas de PCR diarias y restricciones de viajes. En una suerte de intento por volver a la normalidad, lo cierto es que muchos viajeros están anulando sus vuelos mientras crece el temor a que el coronavirus mute. De hecho, España, en consonancia con otros países como Italia, ha empezado a exigir test covid o pauta completa de vacunación a los viajeros procedentes del país asiático.

Sin embargo, la comunidad china de Mallorca vive con normalidad la situación. La mayoría asegura que las alarmas que se generan tienden a ser exageradas: «Alguna vez nuestros familiares nos han llamado preocupados por la situación sanitaria en España y tuvimos que explicarles que la realidad no era tan grave como se muestra en los medios de comunicación», explica la dependienta de una tienda de ropa en la calle Nuredduna. Más del 42% de chinos de la capital balear vive en Pere Garau, uno de los barrios más multiculturales.

Allí mismo trabaja Lili Zhou, empleada en una inmobiliaria en la calle Fausto Morell. Lleva desde finales del año 2018 sin visitar su ciudad de origen, Shanghái, pero no precisamente por miedo al virus: «Hasta ahora los viajeros tenían que hacer cuarentenas al llegar al país, han llegado a exigir 21 días de aislamiento. Es demasiado tiempo, tendríamos que estar más de un mes fuera para que valga la pena», explica Zhou, que a pesar de vivir con sus padres y sus hijas en Mallorca, tiene en China a sus tíos, primos y algunos amigos.

El gigante asiático cerró sus fronteras el 28 de marzo de 2020 y desde entonces volar al país ha sido una ardua tarea. La dificultad para conseguir los permisos en regla y los aislamientos en hoteles, que corrían a cuenta de los viajeros, se han sumado a los precios prohibitivos de los billetes y han obstaculizado el regreso de muchos ciudadanos asiáticos para visitar su lugar de origen.

Lo retrata a la perfección las palabras de Lili Zhou, que reflejan la situación que han atravesado gran parte de ciudadanos chinos en la isla: «Un viaje a China se planea con cierta antelación. Pero ahora la normativa cambia de un día a otro, y podría quedarme sin viajar pese a haber comprado el vuelo. Ni siquiera puedo estar segura de que podré volver a mi hogar en España después de estar un tiempo en China. Aunque mis padres tienen muchas ganas de volver», señala.

Es por eso que muchos asiáticos, pese a que ahora el mundo comienza a contemplar el coronavirus como una infección respiratoria común, llevan como mínimo estos tres años de pandemia postergando «a tiempos mejores» sus viajes de regreso. Después de una etapa encerrado en sí mismo, el propio país que más turistas enviaba al mundo hasta 2019 vaticina que su reapertura podría animar a millones de personas a viajar fuera de sus fronteras.

Jiou Zhang en su tienda de electrónica. Irene R. Aguado

«Mis amigos en China me dicen que es mejor esperar para volver», cuenta Tina Chen, de 22 años, compañera de Lili en la inmobiliaria en Pere Garau. Vive con sus padres en Palma, pero sus abuelos, tíos y primos residen en su lugar de origen, Fu Jian, una provincia ubicada en la costa sureste: «No hablo con ellos muy a menudo, pero no estoy preocupada porque mientras no haya noticias, significa que todo va bien», ríe. «Tal y como está la situación no me urge volver, este año no será», confiesa la joven, que prefiere «evitar» confinamientos y test covid: «Volveré en unos años, eso seguro, cuando todo esté más tranquilo», añade.

Tina Chen, de 22 años, trabaja en una inmobiliaria en Pere Garau. Irene R. Aguado

Jiou Zhang, en cambio, solía visitar, aproximadamente, cada tres años su lugar de origen antes de que estallara la pandemia. El propietario de una tienda de electrónica en el barrio palmesano explica que, aunque sus padres y su hermana viven en Mallorca, le gustaba visitar con cierta frecuencia a su abuela y sus tíos en Zhejiang, una provincia al sur del país. «Para organizar un viaje allí tendría que dejar mi negocio demasiado tiempo, y no puedo arriesgarme a que me aíslen nada más llegar», comenta: «Por suerte hoy en día puedo verlos con videollamadas».

De los ciudadanos consultados por este diario, Alex Zu es el que se muestra más cauto con la covid. «Solía viajar casi cada año. Ahora no lo hago, por mi propia salud y por la de todos». La última vez que visitó su tierra natal, Qingtian, una región de Lishui, fue a finales de 2019, poco antes del estallido de la covid. Lleva más de tres años sin volar: «Hay que restringir los viajes en general». Aunque apenas le queda familia en China, su padre tiene «muchas ganas de volver». Esperarán por «responsabilidad», pero también porque regresar ahora obliga a disponer de un tiempo que no tiene: «Solo el viaje de ida y vuelta ya son varios días, más la estancia... y quién sabe si deberíamos pasar una cuarentena».

Aún así, a Zu, que se considera a sí mismo un «mallorquín de origen asiático», no le preocupa el aumento de contagios en China, al igual que a la mayoría de sus compatriotas: «Aquí en España hemos estado igual muchas veces». Lamenta especialmente la «desconfianza» y «mala imagen» que se ha dado del país asiático a raíz de la covid: «Es importante recordar que ha sido una crisis global y estamos juntos en esto», insiste.

La entidad que integra a esta comunidad es Achinib, la asociación cultural china más importante de Balears. Su presidente, Fang Ji, reitera que no se debe etiquetar ni asociar un virus a una nacionalidad específica, aunque celebra que algunos mitos que generó el coronavirus ya han quedado enterrados.

No obstante, él mismo se ha visto afectado por las restricciones: «Antes volaba bastante a China, no solo por mis familiares, también por negocios y formación», explica. Como él, muchos aguardan a que la enfermedad se normalice del todo para volver. Mientras tanto, se vuelca en sus negocios y en la asociación desde Mallorca: «Achinib trabaja no solo por los chinos, sino por toda la comunidad inmigrante de las islas. Es una región pequeña, pero muy diversa».

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