La UIB y la conselleria de Medio Ambiente organizaron ayer una jornada científica, en la que se analizó las últimas grandes tormentas que se han producido en las islas en las dos últimas décadas.

Uno de los científicos que intervino en esta conferencia fue el exdirector del Centro Meteorológico de Balears, Agustí Jansà, que analizó la gran tormenta que descargó en Mallorca el día 10 de noviembre de 2001, con graves consecuencias medioambientales, incluso con víctimas mortales.

Jansà afirmó que la tormenta del año 2001 «ha sido la más grave que ha sufrido Mallorca en las últimas décadas», aunque con la diferencia de que los meteorólogos pudieron detectarla con anterior a su llegada y tuvieron tiempo de alertar a la población para que adoptara medidas de seguridad. Fue una tormenta donde se mezclaron a la vez lluvias que llegaron a alcanzar los 400 litros por metro cuadrado, con ráfagas de viento de más de 120 kilómetros por hora. Esta mezcla de fenómenos meteorológicos provocó que la tierra se humedeciera y el viento tumbara miles de árboles desde su raíz. Jansà calificó el fenómeno sufrido en 2001 de «huracán del Mediterráneo» y advirtió que este tipo de tormentas, debido al cambio climático, pueden volver a repetirse en un futuro, por lo que es necesario estar preparados para afrontarlas.

A continuación intervino el ingeniero Luis Berbiela, responsable de la gestión forestal, que tuvo que coordinar todas las actuaciones para hacer frente a este gran temporal del año 2001. «Aquel día el cielo cayó literalmente sobre Mallorca. Fue una tormenta muy importante donde se mezcló una lluvia muy intensa con un viento muy fuerte». Explicó que el fenómeno meteorológico provocó un fuerte impacto, ya que más de un millón de árboles plantados en áreas forestales cayeron derribados. Reiteró que a diferencia de la tormenta ocurrida hace dos años en la zona de Banyalbufar, donde el viento arrancó las ramas de miles de árboles, en la tormenta del año 2001 el derribo se produjo desde la raíz. «La tierra estaba muy floja y las raíces fueron incapaces de sostener el árbol».

El ingeniero recordó la dificultad que supuso gestionar una catástrofe meteorológica de esa dimensión, por lo que fue necesaria la ayuda pública para poder financiar la retirada de los miles de árboles que cayeron al suelo. El Govern contrató a varias empresas privadas, pagando doce euros por cada árbol retirado. Esta labor costó 2.600.000 euros. Los troncos tuvieron que ser trasladados a la Península, al no existir sitio en la isla para almacenarlos.