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Vivienda

Vivir en Ibiza, misión imposible: "El dinero es el dinero"

Conseguir un hogar digno en el que vivir todo el año a un precio asequible ya era difícil hace cuarenta años en la isla, incluso para funcionarios con sueldo fijo | La situación ha empeorado aún más

Bloques de pisos en Ibiza.

Lograr el máximo dinero posible de un piso o una casa en Eivissa. Así era hace cuarenta años y así es ahora. Las consecuencias de este afán desmedido de lucro, que mueve a parte de la población (incluso muchos inquilinos que realquilan por más dinero), son terribles para muchas personas.

Encontrar un techo digno, asequible y del que no te echaran en junio era muy difícil en Ibiza hace cuarenta años. Daba igual que fuera un funcionario con estabilidad laboral y nómina aseguradas, o que fuera una pareja de maestros. La vivienda ya era entonces el modo más fácil y rápido de conseguir dinero, mucho dinero (negro), en la isla, y la especulación generalizada había convertido en misión casi imposible conseguir un hogar para todo el año, del que no te echaran antes del verano, a un precio pagable. Muchos pisos permanecían cerrados durante el invierno para destinarlos al alquiler a turistas durante la temporada. Otros propietarios sólo los alquilaban a profesores, con la condición de que en mayo o junio los dejaran libres para los veraneantes, que pagaban fortunas por ellos. Igual que ocurre en la actualidad.

Roberto de Andrés, maestro, llegó a Eivissa, procedente de Fuenlabrada, en septiembre de 1981 para dar clase en el colegio Vara de Rey de Sant Antoni. Una compañera le acogió en su casa hasta que, ya en octubre, logró hallar un apartamento de dos habitaciones en Sant Antoni para compartir con otra pareja de profesores, pero que debían abandonarlo en junio. “Era imposible vivir en un piso tú solo, incluso siendo funcionario, maestro, con plaza fija. Y además, a partir de junio era imposible encontrar vivienda para todo el año, todo era para los turistas”, recuerda.

En busca de un hogar para reunir a toda la familia

Al año siguiente, en septiembre de 1982, De Andrés regresó a la isla con su pareja, también maestra, que había obtenido plaza en otro colegio de Sant Antoni, Can Coix. Ella tenía tres hijas en edad escolar, pero como aún no habían encontrado vivienda viajaron solo con la mayor, mientras las dos más pequeñas se quedaban a cargo de su padre, en Madrid. Dos maestros les abrieron las puertas de su casa hasta que encontraran un hogar. Fue muy difícil. Les ofrecieron bajos comerciales “apañados” como viviendas; cuchitriles por los que pedían barbaridades; pisos que debían abandonar en junio o, de lo contrario, pagar durante los meses de verano las cantidades exorbitantes que los propietarios obtenían de los turistas. Inviable. Como ahora.

La pareja venía de Fuenlabrada, una ciudad dormitorio del cinturón de Madrid donde ella, con su ajustado sueldo de maestra, vivía con sus tres hijas en un piso nuevo de tres habitaciones, luminoso, con radiadores. Hacía cuentas para llegar a fin de mes, pero podía pagar un hogar para las cuatro. El choque entre los dos mundos era muy grande: el de la ciudad dormitorio en pleno desarrollo urbanístico y sin apenas servicios, de población trabajadora y precaria situación económica, frente a una isla que era un destino de vacaciones puntero en el mundo, con infinitas posibilidades de negocio y una población volcada en el único motor de la economía, el turismo.

La oferta

Alquileres de invierno

La gran mayoría de las viviendas se alquilan en la isla sólo para la temporada de invierno, porque después se destinan al alquiler turístico (aunque sea ilegal) para conseguir mucho dinero. Igual que hace cuarenta años.

Al fin encontraron un estudio en Cala Salada sin ni siquiera una habitación, donde sólo estaba separado el cuarto de baño, para la pareja y la niña. Pagaban 30.000 pesetas al mes. El sueldo neto de un maestro rondaba entonces las 63.000 pesetas mensuales (con 14 pagas). Meses más tarde conseguirían un piso con dos habitaciones en la calle Soledad de Sant Antoni por ese mismo precio y bastante más humedad, pero que permitió que las dos hijas pequeñas se reunieran con la familia, ya pasada la Navidad.

—“En Fuenlabrada no tenía problema para pagar el piso con un solo sueldo, tenía que hacer cuentas, pero no era como esto, en Eivissa se te iba la nómina. Te pedían 30.000 pesetas por lo que fuera, nos ofrecieron un bajo en la plaza de España que tenía separaciones como las oficinas, con tabiques de aglomerado. Había un bajo comercial en es Caló des Moro que no tenía nada, habían puesto un baño y un lavabo; era un bajo comercial lleno de camas, cuatro camas, 30.000 pesetas. Por todo pedían lo mismo, era un desastre. Gracias a un amigo encontramos un estudio en el camino de Cala Salada, que también costaba 30.000 pesetas. Luego, los padres de un alumno de Roberto nos alquilaron una vivienda para todo el año, amplia, de tres habitaciones, que también costaba 30.000 pesetas”, recuerda María de los Ángeles Vega.

En 1981 los maestros no encontraban casa para todo el año: los dueños alquilaban solo hasta junio para destinarla a turistas en verano

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—“Cuando nos dijeron que era para todo el año, decidimos no contar nada a nadie, porque teníamos miedo de que alguien fuera y ofreciera más. Era imposible encontrar algo”, interviene De Andrés.

—“El apartamento de la calle Soledad costaba 30.000 pesetas y no había que dejarlo en junio, era para todo el año, pero no había ni estufa ni nada, pasamos un frío…”, prosigue Vega.

—“Uno de los cuartos era todo humedad, negro… Insalubre”, señala su marido.

Una casa donde no cabía una mesa para comer los cinco

—“Nos ofrecieron una casa payesa que nos pintaron como un palacio, nos decían ‘si sois buenos os daremos hasta limones’, y cuando vimos lo que era… no había una mesa para comer los cinco, no cabía, y eso que decían que era un palacio”, continúa Vega.

—“No cabíamos en aquella casa. El depósito de agua no era suficiente para cinco personas, no había presión ni nada”, añade De Andrés.

—“Todo el mundo compartía vivienda en Eivissa. Había muchos maestros valencianos y mallorquines. En Fuenlabrada no estabas obligado a compartir piso”, tercia la maestra.

—“La mayoría se iba a pisos de Eivissa y se metían tres o cuatro maestros”, apunta De Andrés, también jubilado, como su esposa.

Pero la vivienda no era la única dificultad para quienes se trasladaban a la isla o ya eran residentes. La carestía de la vida era mucho más alta en Eivissa:

—“Siempre me acordaré del impacto que me llevé al principio: en el mercadillo de Fuenlabrada tres lechugas costaban cinco duros [25 pesetas], y aquí se vendían al peso: una lechuga cien pesetas. Al abrir las grandes superficies en la isla los precios ya tienen una uniformidad y hay más competencia, pero entonces te podías encontrar de una tienda a la de enfrente 50 pesetas de diferencia en una botella de aguarrás. Algo podía costar el doble en la tienda de al lado. Esto ha sido siempre carísimo. La primera vez que fui a por papel charol a una librería salí sin comprarlo porque lo que yo pagaba por un pliego grande en Madrid aquí era lo que costaba un folio”, explica Vega.

—“Muchos compañeros valencianos volvían el fin de semana cargados con la compra porque todo en la isla era mucho más caro. Una maestra traía galletas que aquí costaban el doble”, recuerda De Andrés.

Profesores que se marchan de la isla por la falta de vivienda

Muchos de los educadores que conocieron entonces, y a lo largo de estas cuatro décadas, se han ido de la isla, empujados por la dificultad para encontrar vivienda a un precio razonable, tanto para alquilar o comprar, y por lo cara que es la vida en la isla. “Había muchísima gente de paso porque una persona que ya tiene un trabajo, una carrera, y tiene que compartir piso con otros dos o tres, aquí no se quedaba”, añade la maestra.

La educación todavía dependía del Ministerio, aún no existía el Estado de las autonomías con las competencias descentralizadas, y los profesores podían moverse por todo el país. Muchos, procedentes de la península, venían a las islas, donde siempre faltaban docentes y había un alto porcentaje de interinos (y de inestabilidad en las plantillas) debido a que lo tenían muy difícil para quedarse y echar raíces en la isla:

—“Para los profesores Eivissa era entonces un trampolín, porque aquí para tener destino no necesitabas puntos, pero en la isla cualquiera ganaba más que un funcionario, y los funcionarios escaseaban, igual que ahora. Para mantenerte con el sueldo de un funcionario lo tenías difícil, y sigue estando difícil, no ha cambiado nada. Pasaba como ahora, que había muchos interinos y plazas sin cubrir”, agrega Vega.

El testimonio

La periodista que abandona la isla y denuncia a dónde lleva la especulación

La periodista Noemí Martínez ha hecho público su caso en redes y en este diario: se va sin querer irse de la isla porque en cinco años no ha conseguido una vivienda digna y a un precio asequible que le permita una estabilidad. Como ella, muchas otras personas padecen los estragos que provoca la falta de vivienda y su precio prohibitivo, debido a la especulación y a que se destina de forma masiva al alquiler turístico.

Años después, con la descentralización de las competencias de educación y la exigencia del conocimiento del catalán para los docentes, ya había más mallorquines y valencianos. La posibilidad de estudiar en Eivissa Magisterio ha aumentado el número de docentes pitiusos con arraigo en las islas.

¿Si la vivienda no hubiera sido tan carísima puede que hubiera habido más docentes que se hubieran quedado?:

—“Sí, posiblemente. Una familia con hijos lo tenía difícil”, responde De Andrés.

—“Claro, o trabajaban los dos o con un sueldo tenías que dar bastantes clases particulares para poder subsistir, ahora ha mejorado, pero siempre ha sido caro. Lo de la vivienda era y es un desastre absoluto, estaba y está muy mal, y además sin comodidades. Porque ni tenían estufa ni nada, eran viviendas adaptadas al verano, como si la humedad del invierno aquí se combatiera sola. En mi vida he pasado tanto frío como mi primer invierno en Eivissa, y venía de 7 grados bajo cero en Madrid”, recuerda esta mujer, procedente de un pueblo cercano a Molina de Aragón, uno de los lugares de España con las mínimas más bajas.

—“La última casa en la que estuvimos, la que alquilamos a la familia de un alumno, no tenía calefacción. Venían los trabajadores en verano y la vivienda, la planta baja de la casa, se cerraba en invierno. Pusimos una estufa de leña. Pero había mucha humedad”, añade De Andrés.

—“Llegaban al colegio muchos anuncios de viviendas, les interesaban los maestros porque al tener las vacaciones buscaban que dejaran el piso en junio y lo cogieran en septiembre. Pero para todo el año no había. Aquí el dinero es el dinero, está bien claro”, reflexiona Vega.

—“Tuvimos suerte, si no quizás nos habríamos ido, estuvimos a gusto”, concluye De Andrés. Con el tiempo, este matrimonio de maestros pudo comprar su propia vivienda y se quedó en la isla.

«Todo el mundo compartía piso en Ibiza. Había mucha gente de paso. En esas condiciones, aquí no se quedaban»

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Este relato no ha cambiado en 40 años. De hecho, si no conociéramos el año en que llegaron a la isla estos dos docentes, podríamos pensar perfectamente que lo que cuentan es actual. La falta de vivienda y su precio desorbitado siguen expulsando a personas de la isla e impidiendo a muchos residentes desarrollar un proyecto de vida. Las consecuencias de esa codicia generalizada en la sociedad de Ibiza y Formentera, muy arraigada desde hace décadas, son tan graves que incluso se han convertido en un lastre para la propia economía y en un freno a la actividad de las empresas, que esta temporada se han enfrentado a graves dificultades para completar plantillas. Lo de encontrar a profesionales formados y con experiencia ya se descartaba: las empresas han tenido que fichar a personas inexpertas y sin cualificación para formarlas sobre la marcha. La condición básica era que tuvieran un lugar donde vivir (o malvivir). No es casualidad que la falta de funcionarios en todas las Administraciones y servicios públicos sea endémica en las islas, lo que provoca que las menguadas plantillas no puedan dar un servicio adecuado a los ciudadanos.

2022: en cinco años, ocho pisos distintos y ninguna estabilidad

Hace unos días, Noemí Martínez, periodista de Diario de Ibiza, del grupo Prensa Ibérica, tomó la decisión de irse de la isla porque ya no puede más. Con 32 años, una carrera universitaria y dos másteres, una trayectoria acreditada en la profesión, experiencia, con dos trabajos fijos, la inestabilidad de no tener un hogar digno a un precio digno la ha abocado a tomar una decisión drástica y dolorosa. En cinco años ha pasado por ocho pisos; ha pagado entre 400 y 550 euros mensuales por una habitación, más los gastos. Ha compartido vivienda con todo tipo de personas. Se ha encontrado con que los inquilinos, de forma generalizada, subarriendan habitaciones a un precio más alto del que costarían si dividieran el alquiler a partes iguales. De modo que consiguen pagar muy poco ellos o incluso nada. O hasta sacar dinero.

El afán por lograr la máxima rentabilidad a la vivienda no es exclusivo de los propietarios: muchos inquilinos la realquilan para hacer negocio también. Pero una persona subarrendada, como no tiene un contrato de alquiler a su nombre, está sujeta a las arbitrariedades de quien lo ha firmado, que le puede echar en cualquier momento, o imponer subidas abusivas o normas que no tienen ni pies ni cabeza. Además, sin un contrato de alquiler tampoco se pueden pedir ayudas para pagar la vivienda ni tramitar el empadronamiento.

En los portales de alquiler de viviendas y en páginas de Facebook, la mayoría de los anuncios los ponen los propios inquilinos, que realquilan habitaciones por más de 500 euros mensuales sin contrato y con unas exigencias sorprendentes, a pesar de que el subarriendo está prohibido en la mayoría de los contratos. En ocasiones, el dueño de la vivienda sabe que su inquilino la está realquilando, incluso por una cantidad bastante más alta de lo que le paga, pero prefiere mantener la situación quizás para no tener problemas o porque le compensa tener asegurado el ingreso y no arriesgarse a dar con un inquilino moroso.

Noemí Martínez anunció así su decisión de irse en Twitter: "Ibiza es una isla preciosa hasta que el alquiler te asfixia"

Un reportaje publicado el pasado 24 de octubre reveló que se alquilan habitaciones a parejas por 800 euros, a lo que hay que sumar los gastos. También se buscan docentes, como hace cuarenta años, para que en verano dejen libre el piso y poder sacar un dineral con los veraneantes. El precio de un piso modesto de dos habitaciones ronda entre 1.000 y 1.200 euros al mes, más los gastos, lo que significa que se traga un sueldo entero. Y el desembolso que exigen algunos al principio es inasumible, con varias mensualidades de golpe que se suman a la fianza.

Este lunes, en el portal Idealista había una oferta de 21 viviendas de dos habitaciones por mil euros o menos en la isla de Eivissa, pero 20 eran sólo para la temporada de invierno y había que dejarlas libres antes del verano. De 1.000 a 1.200 euros, de dos habitaciones, había 23, de los que 20 eran sólo para el invierno, y las otras tres, negociables. Un ejemplo ilustrativo: un piso en la calle Cervantes de Sant Antoni, de una habitación, cuesta 800 euros al mes, y de junio a octubre la renta se dispara a 2.500; si se opta por un alquiler anual queda en 1.500 euros al mes.

Comprar tampoco es una opción, dadas las cantidades disparatadas que se piden por cualquier cosa. Por menos de 280.000 euros es prácticamente imposible encontrar un piso de dos habitaciones en Eivissa. Una pareja con un bebé que lleva varios años en la isla, donde tienen trabajo fijo, después de buscar durante mucho tiempo una vivienda, también ha optado por irse: han podido comprar una casa de cuatro habitaciones, tres baños y 800 metros cuadrados de terreno en Lloret de Mar por 262.000 euros.

«Me voy. Ya no soporto tener que vivir cada seis meses con una persona diferente, en una habitación por la que pago una millonada»

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En estas condiciones, iniciar un proyecto de vida, proponerse formar una familia, tener hijos, convivir con la pareja, emanciparse, echar raíces en la isla (o mantenerlas), hasta separarse… es misión imposible. Igual que trasladarse a Eivissa a trabajar durante la temporada: de ahí la falta de empleados que ha sido tan grave esta temporada, la de la recuperación tras la crisis provocada por la pandemia.

Las personas expulsan a las personas en Ibiza

No es Ibiza la que expulsa a las personas. Son las personas de Ibiza las que expulsan a las personas que viven o quieren vivir en Ibiza. La codicia como motor social, sostenida durante décadas, es una enfermedad que se manifiesta con síntomas que tarde o temprano nos afectan a todos. Este desaforado afán de lucro sin más consideraciones, que lo impregna todo y a todos, crea un sistema perverso en el que gran parte de la población resulta gravemente afectada; y al final, toda la sociedad, porque la propia economía se resiente de la falta de trabajadores cualificados (o simplemente de trabajadores, aunque sea sin cualificación) en empresas y servicios públicos.

Los responsables de esta situación no son solo los propietarios de pisos que ponen precios exorbitantes cuando alquilan o venden las viviendas, y al pensar que “es lo que vale, porque es lo que piden los demás, no voy a ser yo el tonto que pierda dinero” impulsan un encarecimiento que no tiene fin. Se necesita el concurso de buena parte de la sociedad, de forma mantenida en el tiempo, para transformar el mercado de la vivienda en la jungla actual (y en la de hace cuarenta años, no lo olvidemos), que deja en la cuneta y niega oportunidades a tanta gente. Los inquilinos que, aprovechándose de la buena fe del propietario, que les fija una renta asequible, realquilan habitaciones (y hasta el propio piso), bien para todo el año o bien a turistas, en función de la época y de qué les proporciona más ingresos. Los dueños que tienen las viviendas cerradas gran parte del año y solo las arriendan por días a turistas, aunque sea en edificios plurifamiliares (donde el alquiler turístico está prohibido, pero los ingresos son tan altos que compensan la improbable multa; hay una sensación general de impunidad). Los que las mantienen cerradas por miedo a tener malas experiencias con inquilinos, como que no les paguen, les destrocen la casa, la subalquilen… Un temor que es comprensible, y ante el que las Administraciones deberían articular fórmulas para darles garantías e incentivar que saquen al mercado esas viviendas.

En Ibiza, el problema de la vivienda lo hemos provocado al destinar de forma masiva la vivienda residencial al mercado turístico

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Ante este panorama, fruto de la aplicación sin control de las leyes del mercado, no hay una solución fácil ni mágica, debe ser global y ambiciosa. Hasta ahora, las medidas políticas han sido claramente insuficientes para contener los precios, aunque la prohibición de alquilar pisos a turistas ha sido un paso importante y necesario. Impulsar la construcción de viviendas de protección oficial es también imprescindible, pero su efecto sobre el mercado es inapreciable. Dado que la mayoría de los responsables de esta situación no están dispuestos a renunciar a los ingresos que consiguen gracias a la especulación con la vivienda, es precisa y urgente la intervención de las Administraciones en el mercado.

Ni maldición ni pandemia

También falta tomar conciencia de que esta situación es el resultado de un comportamiento generalizado de personas, tantas, que provocan que el problema de la vivienda sea el mayor que afrontan ahora mismo Ibiza y Formentera. Es decir, no es una maldición que nos ha caído del cielo y con la que debemos bregar. No es una pandemia: esta situación la hemos provocado muchos de nosotros al destinar de forma masiva la vivienda residencial al mercado turístico. Se da la paradoja de que quienes han contribuido a convertir la vivienda en un bien de lujo en la isla, al que no puede acceder buena parte de los residentes y trabajadores de temporada, también sufren las consecuencias: la falta de sanitarios, docentes, funcionarios en todas las Administraciones, incluidos policías y guardias civiles; la falta de trabajadores para sus propias empresas; o la imposibilidad de que los jóvenes de la familia puedan emanciparse, entre otras muchas.

Mientras tanto, seguiremos despidiendo con el corazón roto y una insoportable sensación de rabia, impotencia y frustración a amigos, familiares, compañeros de trabajo, que deben empaquetar sus cosas y sus sueños y marcharse a otro lugar que les permita iniciar un proyecto de vida. Y seguiremos lamentándonos de que no tenemos profesionales, al mismo tiempo que los precios de alquileres y venta siguen subiendo en una progresión imparable, y quebrando vidas e ilusiones.

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