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Altas capacidades: niños a pesar de todo

Reclaman docentes especializados para detectar y encauzar el talento y la superdotación entre los alumnos - «El sistema educativo les discrimina, no tienen los mismos derechos», lamenta una madre

Los niños con altas capacidades quieren ser visibles

Los niños con altas capacidades quieren ser visibles B. Ramon

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Los niños con altas capacidades quieren ser visibles Jaume Bauzà

«Mi hijo me decía: ‘Mamá, están maltratando mi cerebro’», recuerda María. «Mi hija se quejaba de que no encajaba en ningún sitio», apunta María José Cordero. Los niños con altas capacidades escapan a menudo del radar de un sistema educativo que no sabe, o no puede, identificarlos. Falta formación entre los docentes y también derribar algunos muros mentales acerca de un colectivo que requiere de una atención especializada.

«Son niños inquietos que aprenden muy rápido, pero necesitan un aprendizaje adaptado a su forma de pensar, percibir y sentir porque su cerebro está configurado de forma diferente», explica Cordero, madre de dos niñas con altas capacidades y asesora de la Asociación de Altas Capacidades y Superdotación de Mallorca (ABSAC).

«Mi hija empezó a hablar muy pronto. Con dos años ya se sabía los colores y los números, y con tres hacía preguntas sobre Dios y el alma. En Infantil y en Primaria ya sabía sumar, restar y hacer cálculo mental. Le interesaban muchas cosas, pero en el colegio se aburría y no rendía. Al principio los profesores me decían que no la estimulase, que perturbaba el funcionamiento normal de la clase. Pero la niña estaba más triste, incluso llegó a enfermar. Cuando fue evaluada, le pedí disculpas por no haberle hecho caso», evoca Cordero, enfermera de profesión y, como sus hijas, diagnosticada como persona con altas capacidades.

ABSAC es la asociación de referencia en Mallorca en un ámbito todavía desconocido y abonado a los tópicos pese a que afecta a un significativo 10% de la población. Ofrecen acogida e información a familias habitualmente desorientadas al detectar las primeras señales en sus hijos.

No todos los niños con altas capacidades son superdotados. También están incluidos los que desarrollan un talento para las matemáticas, la lengua o la música, entre otras habilidades. La mayoría de ellos sufren con la rutina y las repeticiones. Se aburren en clase, prestan menos atención que sus compañeros y a veces hasta sacan peores notas.

De izquierda a derecha, María José Cordero, Amanda, Àfrica, Rubén, Maria Magdalena Maura y Jan. B. Ramon

Cambio de colegio

Maria Magdalena Maura tiene dos hijos con altas capacidades: Jan, de 10 años, tiene talento matemático y Àfrica, de 9 años, talento creativo. «A los dos años Jan se sabía el abecedario y a los dos y medio hablaba perfectamente. A los cinco le llevé a una psicóloga porque tenía problemas emocionales, y me planteó la posibilidad de que fuera un niño con altas capacidades. Le hizo un test y lo confirmó. Multiplicaba y dividía cuando sus compañeros solo sumaban. Pero en su escuela no le iba bien y lo cambié al Colegio Lladó, un centro que tiene una sensibilidad especial sobre este tema», explica Maura.

Docente de profesión, considera que cada vez hay más interés entre sus compañeros por los alumnos con altas capacidades. «El gran problema de la docencia es que faltan recursos y las ratios de alumnos por aula son muy altas. Cada vez hay más profesores que quieren formarse en este ámbito, pero hay muchas dudas, mucha burocracia y poco personal», manifiesta.

Mallorca ha dado algunos pasos en la buena dirección. ABSAC ofreció quince becas para docentes que quisieran formarse para convertirse en expertos universitarios en altas capacidades intelectuales, título ofrecido por la UIB, y la convocatoria se cubrió en su totalidad. Por otro lado, la conselleria de Educación del Govern ha aceptado, a petición de ABSAC, incluir varias excepcionalidades que coincidan en un mismo alumno en su herramienta GESTIB, un banco de datos que documenta las necesidades educativas especiales de los menores. «Un hito», celebra Cordero, porque «lo que no se registra, no existe».

María es madre de otros dos niños con altas capacidades: Rubén, de 8 años, y Amanda, de 4, todavía pendiente de una evaluación definitiva. Esta pedagoga tenía claro que su hijo no era como los demás desde que era un bebé. «Aprendió a leer solo y escribía con letra de imprenta. Pero el profesor me decía que no hacía nada, así que lo apunté a un espacio de acompañamiento, un colegio alternativo donde van por libre y no se ciñen al plan diseñado para otros 25 alumnos», recuerda.

«Al cabo de dos años lo escolaricé en casa. Soy pedagoga y me resultó fácil hacer un plan adaptado para mi hijo. Pero a los 8 años le apunté a un colegio normal. La experiencia no ha sido grata porque estaba acostumbrado a que le enseñaran lo que necesita y se siente mal. Pero ojo, no se siente más que nadie. Estos niños empatizan mucho con los demás y lo entienden todo muy bien», señala María.

Rechazo a las altas capacidades

Reclaman que el sistema educativo ponga el foco sobre estos niños para aprovechar sus talentos y evitar que caigan en la frustración. «El sistema educativo les discrimina y por tanto no tienen los mismos derechos que el resto. Para identificarlos tienes que ir a un psicólogo privado y soltar la pasta, lo que es una discriminación económica. Pero incluso cuando están evaluados no se les acompaña para que desarrollen todo su potencial. Eso perjudica a la sociedad porque implica desperdiciar su talento; y a la vez ellos sufren un daño emocional y psicológico. También hay una discriminación de género porque de cada diez niños identificados, solo tres son niñas. Eso no sucede cuando los docentes están formados y aplican el protocolo», asume Cordero.

Asimismo, estas madres han percibido la incomprensión de la sociedad hacia esta excepcionalidad. «Hay un cierto rechazo ante los alumnos con altas capacidades. Ellos son conscientes y a menudo se callan cosas que saben para no destacar. Y estamos hablando de niños que en general tienen una conducta no disruptiva», subraya María.

Son alumnos por encima de la media, precoces y a veces incómodos. «Suelen reivindicar y protestar, son muy sensibles a las injusticias de las que ellos creen ser víctimas o la que ven a su alrededor», afirma la asesora de ABSAC.

Jan toma la palabra. «Quiero ser científico y trabajar con tecnología. Ya sé cómo hacer para que los coches floten con impulsos electromagnéticos. También tengo un plan para que no nos atropellen las bicis y los patinetes eléctricos gracias a un tipo de barrera que se cierra con un botón», anticipa. Muestra su descontento con el colegio —«siempre están repasando y repitiendo las mismas cosas una y otra vez, es agotador»—, lamenta.

Rubén se expresa en el mismo sentido. «La parte académica no me gusta. Me aburro porque repiten mucho las cosas, me gustaría ir más rápido. Me gusta más cuando estoy en el aula de informática porque con el ordenador puedo avanzar más rápido que en clase», señala este futuro diseñador de videojuegos. Àfrica interviene: «Somos igual que los demás, la única diferencia es que se nos da muy bien alguna cosa».

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