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OPINIÓN

El PP se va a la guerra

Toni Costa lanza su «Yo acuso» contra el IB-Salut con voz temblorosa. B.RAMON

Decíamos ayer que Francina Armengol se había lanzado a la campaña electoral ignorando despectivamente la existencia de una oposición. Decretó que su enemigo no era el PP, sino la inflación, árbitro supremo de la contienda política. En efecto, es imposible que el PSOE gane las elecciones en Palma ni en Madrid con un incremento de precios por encima del cinco por ciento.

Como no hay mal que por bien no venga, la concentración absoluta en la economía liberaba a Armengol del yugo de los valores tradicionales de la izquierda. Nacionalismo, feminismo y ecologismo quedaban relegados a un papel residual. También se minimizaba al PP, lo cual había causado desconcierto en una derecha que ya se siente investida por las encuestas.

El debate del estado de la comunidad es una teatralización, con consecuencias muy reales. El enfrentamiento anual ha derribado Governs y ha acabado con candidatos de la oposición, recuerden a Francesc Obrador. El PP disponía de 24 horas para decidir qué papel interpretaría en el drama diseñado por Armengol. Se decantó por la opción más arriesgada, aunque es posible que no tuviera alternativa.

Toni Costa, uno de los dos parlamentarios más afinados de la legislatura, lanzó un virulento Yo Acuso desde la tribuna. El portavoz del partido que desmantela la sanidad pública en toda España desgranó los sucesivos casos de corrupción que han acompañado a la gestión del IB-Salut en los últimos años, con media docena de ejemplos pormenorizados. En una maniobra infrecuente en este tipo de representación teatral, incluyó a la familia completa del actual responsable de la mayor empresa pública o privada de Balears. Nadie ignora que los políticos, con independencia de su adscripción ideológica, siempre están dispuestos a ahorrarse la ética. Por eso mismo, la andanada del diputado ibicenco demuestra que el PP se va a la guerra.

Frente a quienes se rasgan hoy las vestiduras, Manuel Palomino ya enumeró y asumió sus contradicciones al acceder al cargo. El sucesor del destituido Juli Fuster al frente del Servei de Salut recordaba, en las primeras entrevistas tras su toma de posesión, que su predecesor cesado por intervenir en la contratación de su hija contaba con más médicos en su círculo íntimo, como si esa proliferación le exculpara. El lector podía preguntarse a cuántos familiares de altos cargos hay que colocar para saciar su nepotismo.

Palomino ahondaba en esta defensa premonitoria de la familia al plantear el insoportable dilema de que un responsable del IB-Salut tenga un hijo «que se dedique a esto». Y emulando a Guzmán el Bueno, reprochaba que se exigiera el sacrificio paternofilial. Siempre cabe una solución no traumática, que el padre abandone el cargo, borrando toda sospecha sobre sus afiliados y evitando a su partido el bochorno que el PSOE vivió ayer en el Parlament. En efecto, es demasiado pedir.

Ni Putin es capaz de invadir Ucrania y quedarse tan tranquilo, por lo que Toni Costa se encontraba incómodo en su catilinaria contra el Govern, leída con la voz alterada. Es contradictorio acusar de electoralismo a Armengol y redondear la intervención enarbolando un póster de la candidata ausente Marga Prohens, que votará a buen seguro a favor de los Presupuestos de Sánchez con REB balear. Y tiene gracia presumir de que el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos, como portavoz del partido que tiene a más cargos en la cárcel por meterse el susodicho dinero ajeno en el bolsillo.

Al inmolarse como un kamikaze, Toni Costa contrarrestó a Armengol sin anularla. Inauguró una costumbre que se repetiría en todos los portavoces de la oposición, así Patricia Guasp de Ciudadanos como Jorge Campos de Vox con su cabellera color Trump, y que consiste en añadir a cada carga de profundidad la réplica imaginada de Armengol. Se pretende amortiguar así el golpe posterior de la presidenta. Hasta tal punto ha logrado ser temida la protagonista absoluta de la comunidad. Sus prerrogativas le permitieron orillar las vicisitudes del Ib-Salut, que es otra forma de confirmarlas.

El PP incendiario presagiaba una jornada en la que los portavoces se prestaron al divertido juego de los papeles cambiados. La paradoja de los populares defendiendo la sanidad pública, se completaba cuando los presuntos antisistema de Podemos se refugiaban por medio de su portavoz en que se vive una situación «compleja», explicando con esta tibieza por qué se conforman con gestionar el uno por ciento del PIB balear.

También Més optaba por una insólita vía apaciguadora. Después de un trimestre amenazando a diario con romper el pacto, Josep Ferrà se negaba a reclamar «nada que no tengan otros territorios». Guasp despierta un cierto interés en el ataque, pero sus propuestas de ultratumba vuelven a recordar que pertenece al partido asesinado por Albert Rivera e Inés Arrimadas. En cuanto a Josep Melià, volvió a simbolizar el desdoblamiento entre una política parlamentaria en sintonía con Junts y un desempeño municipal a la derecha del PP. En la política mallorquina, nada es lo que parece. Ni lo que perece.

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