Empezar una nueva vida siempre es difícil, más todavía para quienes tienen una guerra en la cabeza. A finales de marzo Mallorca recibió a centenares de ucranianos que huían de la invasión rusa de su país, la inmensa mayoría mujeres y niños porque los hombres adultos están llamados a combatir. Ha transcurrido un mes entre trámites administrativos —residencia en España, tarjeta sanitaria o la escolarización de los menores— y el reto que supone adaptarse a una nueva realidad lejos de un hogar que en muchos casos ha sido destruido. También está siendo un desafío para las familias de acogida, que después de ofrecer techo, comida y una vida digna en Mallorca a estos refugiados, reclaman a las administraciones más apoyo y asesoramiento. Ayuda para quien ayuda. 

Raúl López hizo dos viajes en su coche a la frontera entre Ucrania y Polonia para llevar material humanitario. El segundo lo hizo con su mujer, Cristina Morey, y no volvieron solos. Les acompañaron Anhelina Kokhan y sus hijos Nazarii, de 9 años, e Irina, de solo nueve meses. El 25 de marzo les abrieron las puertas de su piso de Palma y desde entonces conviven con los tres hijos del matrimonio, Josep, Vicenç y Lucía. Todos los gastos corren por su cuenta, pero no piden dinero.

«Necesitamos una orientación clara, saber cómo podemos ayudarles y oportunidades laborales para Anhelina. Viene de una guerra y no tiene ganas de salir a la calle. Han venido con lo puesto, necesitan ayuda psicológica. Ella se encierra en la habitación y espera que pase el tiempo. No les falta dinero, sino un programa de acogimiento», reclaman López y Morey. «Si tiene que buscar trabajo, ¿quién se hace cargo del bebé? Necesita una guardería. Más que ayuda económica, debería haber una orientación para ayudar a estas madres», señalan.

López es bombero —a veces está obligado a completar guardias de 24 horas fuera de casa— y Morey necesita tiempo porque está preparando unas oposiciones. «Me acabo de enterar de que existen cursos de castellano para ellos, no puede ser que no se nos informe. Acoger y convivir debería ser suficiente, no se nos tendría que pedir más», subrayan.

Kokhan espera poder regresar a Ucrania en septiembre para que Nazarii —que acaba de ser escolarizado en Palma— pueda empezar allí el curso escolar. Su marido le espera en Chernígov, una ciudad parcialmente destruida. «Hay puentes y calles destrozadas, y los rusos dejaron minas en su retirada. Ahora él está un poco más tranquilo porque por la zona no hay combates», explica esta refugiada en inglés. 

En su otra vida era profesora de ucraniano , pero necesita trabajar mientras dure su estancia en la isla y se abre a ser limpiadora, cocinera o camarera. «Quiero ser independiente, tener unos ingresos y ayudar. Pero necesito información. Estoy en contacto con otras madres ucranianas que viven aquí de acogida a través de un grupo de WhatsApp y todas tienen un montón de preguntas y muy pocas respuestas», afirma. 

El sentir de Kokhan es el de muchas refugiadas llegadas a la isla, tanto las que han sido acogidas por familias mallorquinas como las que viven en hoteles atendidas por la Cruz Roja. Una vez tramitada su residencia en España durante al menos un año, buscan una inserción laboral que les garantice ingresos. Muchas de ellas llegaron a Mallorca con lo puesto en huidas apresuradas de sus hogares. 

El miércoles por la tarde una docena de estas mujeres se presentaron a un proceso de selección de trabajo celebrado en el antiguo parque de bomberos de Asima, en el polígono de Son Castelló. «Ellas necesitan trabajo y nosotros tenemos necesidad de trabajadores, es un win-win para todos. Así que pensamos, ¿por qué no?», explican Kevin Becker y Fabrizio Giunta, de Fosh Catering. 

Una docena de refugiadas, el miércoles en una entrevista de trabajo en Palma para optar a puestos de camareras y cocineras. GUILLEM BOSCH

Ofrecen una veintena de puestos de camareras y cocineras de cara a una temporada turística que se prevé de récord. «Para nosotros es algo nuevo, estamos a la expectativa. La experiencia está bien, pero sobre todo lo que valoramos es una buena actitud», indicaron antes de sentarse frente a las candidatas. 

Preguntaron si en su país habían trabajado en el sector de la hostelería, su disponibilidad horaria y su nivel de conocimiento de inglés —todavía no se manejan en castellano—. Intercambiaron algunas palabras, dejaron sus currículos y quedaron a la espera de una llamada.

Oksana, una de las candidatas, llegó al proceso de selección con su hija. En su teléfono móvil tiene un vídeo en el que se ve su calle arrasada. Tanto, que es incapaz de señalar dónde estaba su hogar.  Vive con una familia de acogida y confía en que su experiencia como pastelera en Ucrania le dé acceso a uno de los puestos de trabajo en disputa. «Quiero trabajar, tener mi propia economía y ayudar a quienes me están ayudando», explica. 

Hay mucha angustia detrás de cada una de estas mujeres, necesitadas de unos ingresos propios mientras conviven a diario con las imágenes de destrucción de su país y la preocupación por la familia que se ha quedado allí. «Me pregunto si el Gobierno nos puede dar una ayuda económica porque todos los gastos recaen en las familias de acogida», señala Oksana, que ha dejado en Ucrania marido, hijo y padre. 

La invasión de su país ordenada por Vladimir Putin ha alterado su vida y la de cientos de compatriotas que han huido de las bombas. Y, asume Kristina, la situación va a empeorar en las próximas semanas. «Ahora vendrán refugiados de ciudades que han estado cerradas como Mariupol y Bucha. Hablamos de casos muy graves, personas que han sufrido violencia, torturas y violaciones», subraya esta joven que ha acompañado a su hermana al proceso de selección laboral. Ella lleva tres años viviendo en la isla, pero ilustra el trauma que acompaña a los que acaban de salir de su país. «Un día pasábamos por la plaza de España y mi hermana se lanzó al suelo cuando escuchó el ruido de una persiana. Están traumatizados; yo no me di cuenta, pero ella se asustó. Y será peor los que vengan en las próximas semanas porque han pasado un infierno en la Tierra. Hablamos de violencia sexual por parte de los rusos, también contra niños, y lo han hecho delante de sus familiares para que toda su vida tengan miedo. Faltan palabras para explicarlo, es demasiado doloroso», cuenta Kristina, que también pide algún tipo de ayuda económica para los refugiados. 

Yevhenii Davydink lleva siete años en Mallorca y aprovecha su dominio del terreno y del idioma para ayudar a sus compatriotas que llegan a la isla. Su cuartel general es el antiguo parque de bomberos, desde donde se canaliza toda la ayuda humanitaria de la isla hacia Ucrania, y ejerce de anfitrión y traductor en el proceso de selección de trabajo. «El día a día de las refugiadas aquí es muy duro. Se despiertan por la mañana sin saber si van a poder regresar a su casa y lo primero que hacen es escuchar unas palabras de un marido o un hermano para confirmar que están bien. Muchas tienen un grupo de Whatsapp en el que preguntan si ha caído un misil en su casa», ilustra. 

Él mismo llegó a la isla como refugiado en 2015, cuando Rusia invadió el Donbass. «Lo que está sucediendo no es solo culpa de Putin, es el pensamiento general de los rusos. Siempre han tenido en su cabeza la Guerra Fría, pensando que por un lado están ellos y por otro el resto del mundo. Llevan asimilando esa propaganda desde que son niños y a nosotros siempre nos han considerado un hermano menor, no un país independiente», lamenta. 

Manifestación contra la invasión el sábado a las 18:00 en Palma

La Asociación Familia Ucrania ha convocado una manifestación el sábado en Palma en apoyo a las víctimas de la invasión rusa de Ucrania y para pedir el fin de las hostilidades desencadenadas por el Kremlin. La protesta saldrá a las 18:00 horas de Plaza España y terminará en el Passatge Dalt Murada. Asimismo, la comunidad ucraniana en Mallorca sigue reclamando la solidaridad de los ciudadanos a través de donaciones económicas, medicinas, sacos de dormir y comida enlatada que pueden llevar al antiguo parque de bomberos.

Del mismo modo, la asociación también facilita un código QR para informar sobre los canales por los que se pueden hacer donaciones.