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Opinión

El apagón turístico

Imagen de una playa vacía.

La inesperada cancelación de la ITB berlinesa de 2020 se produjo el tres de marzo de aquel año, y supuso el aldabonazo de que el coronavirus iba en serio. Si se hubiera avanzado entonces que la feria de 2022 sería anulada con tres meses de antelación, habría cundido un pánico razonable.

La supresión a distancia de la ITB del año que viene no enmarca solo la progresión descontrolada de la pandemia, sino que replantea el turismo de masas a gran escala, inventado por Mallorca. Berlín ha decretado un apagón turístico. Las urgencias epidemiológicas se suman a las reticencias ideológicas o idecológicas, por el prejuicio de los Verdes ahora en el Gobierno alemán contra los vuelos indiscriminados.

El turismo no es el otro nombre de Mallorca, es el único nombre de Mallorca. Durante años se ha predicado que alemanes o ingleses se cortarían un brazo antes que suprimir sus vacaciones en la playa. La voladura de la ITB por tercer año consecutivo, unida a las restricciones del Reino Unido y del mercado francés emergente, liquidan el axioma de la inmortalidad turística.

Mallorca no puede presumir de políticos a la altura del apagón del turismo, su única razón de ser. Cati Cladera volverá a montar la tienda de campaña en pleno centro de la capital berlinesa, un anuncio tan quijotesco como falso que profirió tras la anulación de la ITB de 2020. Desde la patronal, María Frontera alerta contra un cambio de modelo que ya se ha producido, por falta de ese combustible llamado turistas. Los nueve millones de visitantes de este año son la mitad de los alcanzados, amén de insuficientes para mantener el tinglado. No, una fábrica de hidrógeno y un laboratorio de microbiología no apuntalan el desastre.

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