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Asociación Siloé: Veintisiete años haciendo frente a ‘la otra pandemia’

La entidad acoge, trata y acompaña a quince usuarios diagnosticados de VIH, una enfermedad «estigmatizada» que ha matado a más de 30 millones de personas

Marga Valero, gerente de Siloé, y Marga Vidal, directora de las casas de acogida.

Son las 11 de la mañana y los diez residentes de la casa de acogida que la Asociación Siloé tiene ubicada en Santa Eugènia se disponen a realizar su taller. Para conmemorar la Semana de las Personas con Discapacidad, colorean palabras como ‘igualdad’, ‘superación’ o ‘capacidad’. Ramón, como sus compañeros, se ve plenamente identificado con lo que significan estos conceptos. Con 14 años, a raíz del consumo de heroína, fue diagnosticado del Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH), una enfermedad estigmatizada desde el primer momento, asociada por la sociedad a ciertos colectivos, aunque un virus no entienda de esto.

Sin embargo, hace ya unos años que Ramón, a través de Projecte Home, se alejó definitivamente del mundo de las drogas, y desde hace cuatro meses cumple su pena de prisión en Siloé, una asociación que desde el 1994 acoge, atiende y acompaña hasta el final de sus días a los enfermos de VIH, con diez residentes en Santa Eugènia y otros cinco en es Jonquet, en Palma. «Pude ver que la vida vale más que las drogas, y ahora esta es mi casa. Lo he pasado mal, pero ahora me cuidan y me tratan bien», relata.

Hoy se celebra el Día Mundial de la Lucha contra el VIH-SIDA, una lacra que Marga Vidal y Marga Valero, directora de las casas de acogida de Siloé y gerente de la asociación, respectivamente, denominan ‘la otra pandemia’. «Hace 40 años que existe esta pandemia y no se le ha hecho prácticamente caso a pesar de haber matado a más de 30 millones de personas, en parte por el estigma que tiene. El VIH aparece por prácticas de riesgo, no por ser de un grupo de riesgo», lamenta Vidal.

Ramón entró en la asociación hace cuatro meses, donde está «muy a gusto». M. CRESPÍ

«Cuando empezamos había un cierto rechazo social hacia los usuarios, pero hoy la gente nos conoce, sabe más sobre el VIH, y los miedos y mitos van cayendo por sí mismos», explica Valero. «Los niños, los comerciantes y la población en general quieren mucho a los residentes. Se ha pasado del miedo al cariño, y eso es importante», prosigue.

Ese rechazo social hacia los enfermos de VIH tiene sus raíces en algo común a la pandemia del coronavirus: el desconocimiento inicial de la enfermedad. «Al principio había similitudes entre la covid y el VIH: la gente se moría, había un desconocimiento de lo que pasaba, cómo se contagia y sin tener claro el tratamiento», apunta la gerente de Siloé.

Sebastián fue, lamentablemente, uno de los que vivió en sus propias carnes esta fase inicial de la pandemia del VIH. «Me diagnosticaron el virus a finales de los 70 por transmisión sexual, fui de los primeros en empezar con los retrovirales», recuerda. Es usuario de la asociación desde el primer momento que se puso en marcha, hace veintisiete años, el más veterano. «Me llevaron de la prisión hasta aquí porque en teoría me quedaban cuatro meses de vida, y aquí estoy, siendo el número uno, y estaré hasta el 2050, seguro», afirma entre risas.

Sebastián, que lleva desde el 1994 en Siloé, se autodenomina «el número uno». M. Crespí

Afectación del coronavirus

Antes de la aparición de la covid, algunos de los residentes de Siloé podían hacer una de las cosas que más les gustan: salir solos a caminar por el pueblo de Santa Eugènia, tomar un café, charlar con la gente y, en definitiva, integrarse de algún modo en el municipio y en la sociedad. Sin embargo, debido a su especial vulnerabilidad, ahora tienen que salir menos, y siempre acompañados. «Hemos tenido la suerte de no tener ningún caso entre los usuarios, pero han perdido su libertad de salir y entrar. Ahora están más nerviosos, tristes, enfadados... es un confinamiento eterno, pero lo llevan mucho mejor de lo esperado», destaca la directora de las dos casas de acogida.

Una de las funciones de la asociación es acompañar al usuario en sus últimos días, un hecho que, por suerte, en muchos de los casos se ha pospuesto en el tiempo. «Hemos avanzado junto con la medicina. Antes el paso de cada residente por la asociación era rápido, pero gracias a los nuevos tratamientos se ha conseguido una mayor calidad de vida, y puede haber listas de algunos años para poder entrar aquí», subraya Vidal.

Los usuarios realizan diariamente talleres para dinamizarse. M. CRESPÍ

Un final con simbología

Siloé lleva a cabo una acción cargada de simbología con cada usuario que llega al final de su vida. «Le hacemos elegir voluntariamente una planta o árbol, y cuando muere, realizamos un acto de memoria, recordando lo que nos ha dejado, sembramos el árbol, hacemos una charla...», explica Vidal. «Hace poco murió un hombre que llevaba 22 años con nosotros, dejó un vacío enorme, y debe trabajarse con los usuarios que quedan y con los propios monitores» añade.

Como apunta Valero, esta es una manera de cerrar un ciclo, «reflejar que, aunque se hayan ido, siguen con nosotros, y todavía no ha muerto ninguna de las plantas y árboles sembrados». De hecho, entre los propios residentes se cuentan qué árbol querrán ser: Ramón, por ejemplo, se inclina por el granado, su fruta preferida, mientras que Sebastián prefiere el abeto, que luce todo el año con el mismo color, al igual que su buen humor.

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