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La sexta ola ya es la cuarta en intensidad en Balears

Uno de cada diez mallorquines ha padecido la covid, uno de cada mil ha fallecido a resultas de la enfermedad

La UCI de Son Espases.

El mapa remendado de dos años de presencia de la covid en Balears se asemeja a un remanso de sosiego, por comparación con el nerviosismo desatado entre políticos, empresarios, ortodoxos y rebeldes. En el gráfico sobresalen los picos coronados y sometidos de las cinco oleadas previas. Se corresponden con el embate inicial de marzo de 2020, la segunda sacudida veraniega, el ataque de fin de año que justificó un segundo estado de alarma con confinamiento incorporado, la loma apenas sin relieve de la pasada Pascua y el ascenso sin parangón de la quinta ola estival de este 2021.

Hablar del coronavirus en oleadas, una cada cuatro meses con una cadencia que parece ajena a inmunizaciones y planes políticos, obliga a considerar que la sexta se ha materializado. En Balears, pese a que no se trata de la acometida de mayor envergadura, ha ascendido ya a la cuarta posición en intensidad. Sin haber alcanzado su máximo, de acuerdo con la silueta que han respetado hasta ahora sus cinco predecesoras, se coloca de momento en cuarta posición y subiendo.

Al margen de colocar la incidencia quincenal por cien mil habitantes en la cifra vertiginosa de doscientos, la sexta ola ya ha pasado por encima de la inicial que dio origen a la pandemia, la más incierta en la adjudicación de casos reales. También ha desbordado con suma facilidad a la anotada durante la pasada primavera, y que en Balears tuvo unas dimensiones apenas perceptibles pese a los presagios sobre el efecto contagioso de las vacaciones de Semana Santa.

Si el mensaje ha de ser positivo, nada en la sexta ola permite pronosticar que aplaste en vertiginoso dramatismo a la escalada prácticamente en vertical de su inmediata predecesora. La quinta ola subió a pico hasta multiplicar la incidencia de su base por treinta en el plazo de días, para experimentar a continuación un reflujo casi igual de precipitado, y absolutamente desconectado de los incrementos de la vacunación en esa estrecha franja temporal. La oleada vigente ha necesitado un mes ininterrumpido de tozudos incrementos para alcanzar la quinta parte del millar de casos rebasado en julio, una auténtica barrera psicológica que ahora descubren países como Alemania o Austria.

La quinta ola mostró un comportamiento tan anómalo que es la única en que la proliferación casi instantánea de contagios superó en pendiente al inevitable descenso posterior. Si cuesta imaginar que la sexta oleada alcance una hiperactividad comparable, va camino de igualar salvo interrupciones el proceso contagiador del verano de 2020. La denominación de «olita» que han aventurado determinados expertos hurta la evidencia de que ya no será la más insignificante, y de que sigue en ascenso por lo que se ignora su techo.

Casos por fecha y grupo de edad e incidencia en 14 días.

Los optimistas deberían abonar sus predicciones examinando la pendiente del crecimiento de la sexta ola. Aunque ha superado a dos de sus antecesoras, la cuarta en intensidad muestra una energía de activación muy inferior a las tres que la adelantan en peligrosidad. Por coincidencia en el calendario, se puede comparar con la registrada en el último cambio de año. Balears se desmarcó las pasadas Navidades del resto de España, dado que sus casos se dispararon antes de las fiestas y no a continuación o a consecuencia de las celebraciones. La incidencia alcanzó un picacho de 751, el segundo dato histórico. Antes que negar cualquier opción a una repetición, procede convenir que sería catastrófica.

Tasas de positividad implícitas

Un recurso tranquilizador para reducir las sucesivas acometidas a un común denominador consiste en asociarlas con las tasas de positividad implícitas en cada una de ellas. Ajustando este factor corrector, se igualan a un diez por ciento de contagios con respecto a las pruebas realizadas, el doble de los niveles alcanzados actualmente. En positivo, la situación actual no es tan alarmante. En negativo, queda mucho por crecer y los contagios acaban por ascender hasta uno de cada diez.

Respetando el pacífico mapa de frecuencias, la sexta ola que ya es cuarta puede acceder como máximo a la tercera posición, aunque el coronavirus se ha especializado en reducir las tesis a conjeturas. Al margen de su magnitud definitiva, la arremetida en curso engrosará la cifra de víctimas leves o letales de la pandemia. En la actualidad, uno de cada diez mallorquines ya ha contraído la covid, que ha causado la muerte de uno de cada mil habitantes de la isla. A grandes rasgos, se respetan los porcentajes de tránsitos entre ingresos hospitalarios, en UCI y fallecimientos que enmarcan el dilatado transcurso de la pandemia. En este apartado, la vacunación ha ejercido una influencia capital para suavizar el impacto de unos contagios que no ha cancelado en las proporciones previstas.

La propagación de la pandemia ha disuelto la asociación de los contagios con segmentos de edad concretos. Sin embargo, la mortalidad es más acusada con los años, por lo que el envejecimiento funciona como un factor de riesgo. La sexta ola también se asemeja a las anteriores por la hostilidad desplegada en torno a la utilización de la incidencia como unidad de medida del impacto de la pandemia. Discutir su papel equivale a debatir la relevancia de la contabilidad de un fenómeno, la esencia de cualquier actividad científica.

En marzo de 2020 no había precedentes en los que fijarse analíticamente. La sexta oleada que es la cuarta en magnitud se va dibujando con todas las precedentes en generosa perspectiva. El examen desapasionado de este mapa, que mide sin histeria los avances y retrocesos experimentados en la lucha contra la covid, debería ser más decisivo que las reuniones de espíritus atribulados. Cinco oleadas previas no autorizan a efectuar profecías, pero son un bagaje apreciable para la escalada de la siguiente y vigente.

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