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Desabastecimiento en Mallorca: Radiografía del puerto de Palma, el corazón de los suministros

El puerto de la capital recibe entre las 5 y las 6 de la mañana más de medio millar de camiones diarios, cifras que empiezan a acercarse a los años precovid

Desabastecimiento en Mallorca: Radiografía del puerto de Palma, el corazón de los suministros

Desabastecimiento en Mallorca: Radiografía del puerto de Palma, el corazón de los suministros B. Arzayus

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Desabastecimiento en Mallorca: Radiografía del puerto de Palma, el corazón de los suministros M. Elena Vallés

A las 5 de la mañana se escucha el primer latido en el corazón de Palma. No a las 7 o a las 8, cuando suena el 90% de los despertadores en los hogares. El frío húmedo atraviesa el forro polar y el chaleco reflectante de los estibadores del puerto de Ciutat. El murmullo de las olas lo quiebra el primer buque que atraca en el dique del Oeste, la arteria principal de este corazón que bombea suministros para que la ciudad funcione. Se abre la compuerta y un concierto de motores precede a una estampida de camiones que deben nutrir de productos y materias primas a las empresas y comercios. En Mallorca, la cadena de suministros es rodada, se distribuyen en vehículos propulsados una vez tocan tierra. Las instalaciones de Palma no arrojan la estampa de cientos de filas de contenedores amontonados, sino más bien la de una estructura limpia y mastodóntica de hormigón por la que circulan tráileres. Esta mañana (es miércoles, pero podría ser lunes, martes o cualquier otro día laborable de la semana), entre las 5 y las 6 horas, media docena justa de ferries llegan a esta parte del puerto inhóspita y oscura. El día a día de los camioneros no es mucho más luminoso. Cada buque que atraca en Palma tiene unos 2.000 metros lineales de carga. «De cada uno de estos barcos, salen unos 70 u 80 camiones, depende del tamaño», comenta Alejandro G., un mecánico que trabaja para una empresa de transportes. Así, cada mañana, antes del amanecer, parten del dique del Oeste unos 500 tráileres (hay más en otras partes del puerto y en todos los de Balears se calcula que se mueven unos 1.500) que transportan las mercancías a grandes almacenes y a las naves de las distribuidoras. «Venimos con los camiones a tope, no cabe ni un alfiler, el nivel de trabajo ha subido muchísimo en los últimos meses y hay una elevada demanda ya que estamos a las puertas del Black Friday y la Navidad», comenta el conductor Jesús Donet, que trabaja para un proveedor de DHL. El aumento en la llegada de suministros la confirman desde Autoritat Portuària con datos oficiales. «En estos momentos nos vamos acercando a las cifras prepandémicas: en diciembre de 2019 se cerró el año con 10 millones de toneladas de mercancías en el puerto de Palma y la previsión es cerrar 2021 con 8,5 millones», señalan. El año anterior, el de la covid, la mercancía general que entró por Palma alcanzó los 7,4 millones.

Los camioneros descartan que haya «congestión» en los puertos de Balears ahora mismo. «Sabemos que, por el parón que ha habido en las fábricas, falta algún material de construcción, productos de tecnología, juguetes, coches por el tema de los microchips, pero de lo demás no falta nada», aseveran . «Lo que pasa es que la alarma social que hay en torno al tema está provocando que la gente compre más de lo que debe y en general se está subiendo el estocaje. Por eso, donde servías diez cajas igual ahora sólo puedes dejar ocho», sostiene Donet, quien abre las puertas de su camión a DIARIO de MALLORCA después de haber realizado las entregas a la agencia de distribución, ubicada en Marratxí.

Son las 9 de la mañana. El puerto palpita tranquilidad. Algunos vehículos ya han regresado para coger el ferry de vuelta. «No es una vida fácil, quien se dedica a esto es porque le gusta el camión», concede este chófer valenciano que desde hace tres años hace la ruta de Mallorca. «Cuando hacía itinerarios nacionales e internacionales pasaba mucho tiempo en la carretera, en áreas de servicio que no querrías ver, aseándome en duchas en mal estado, comiendo y durmiendo en el vehículo», relata. «Ahora no, donde realmente pasas más tiempo es en el barco, porque son siete horas para venir y siete para regresar. Y en el buque tienes de todo: un camarote compartido con otras tres personas, un cuarto de baño privado y tienes las comidas a tus horas», expone Donet con total normalidad. «Yo estoy fuera de casa toda la semana, sólo estoy allí un día y medio, 45 horas justas», detalla.

Jesús Donet.

«Por culpa de la alarma social, la gente aumenta el stock y, donde antes servías diez cajas, ahora solo puedes dejar ocho»

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De la luna de su camión pende un corazón con la bandera de Bulgaria, «mi mujer es de allí». Habla con ella por el móvil dos veces al día a unas horas convenidas. Dos llamadas fundamentales, «porque el resto del tiempo estoy en el buque y ahí no hay cobertura». «Esto lo aguantas porque hay amor y confianza». Donet es ordenado y pulcro. Tiene cápsulas de café para tomarse uno solo cuando descarga en la agencia, «allí tienen una buena cafetera». La cama del camión está perfectamente hecha, con las sábanas de los Minions bien planchadas. «Si he perdido el barco alguna vez, me tumbo aquí. Me gusta que esté así porque es como si llevara la cama de mi casa», confiesa. A las 18 horas llegará a Pincanya (Valencia), donde en la agencia le descargarán el tráiler, con algunas devoluciones y envíos. «Luego cojo otro frigo cargado y embarco de nuevo». Este camionero de 48 años natural de Gandía fue uno de los primeros en trasladar la esperanza a Mallorca cuando la covid estaba provocando una sangría en los hospitales. «Traje las primeras vacunas en el camión frigorífico. Además de transportar televisiones, ropa o libros, traigo productos de farmacia para las clínicas», desvela.

Las horas de barco las mata estudiando. «Estoy reciclando el inglés y este lunes empiezo un máster en comercio internacional, logística y transporte», cuenta. «Antes del embarque suelo ver una película o una serie, pero hoy estoy hablando con vosotros. Otros días desayunamos en el hipódromo o en Son Morro con otros compañeros».

Carlos Quilachamín.

«Faltan muchos chóferes, el atasco en el puerto de Palma podría darse en cualquier momento»

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La mañana transcurre sin arritmias en el corazón de los suministros. Palma no es un puerto en el que se cree un cuello de botella, como sí ha pasado en China o en Los Ángeles. Al menos, de momento. «Faltan chóferes, muchos, y ese colapso podría darse en cualquier momento», sostiene otro conductor, Carlos Quilachamín. El principal motivo de tal carestía de «mano de obra» -se calcula que faltan 400.000 conductores en toda Europa, unos 12.000 sólo en España- son las condiciones en las que se trabaja y la subida de precios del combustible. «Yo soy autónomo, tengo otro camión que ahora está parado porque no puedo pagar en condiciones a nadie. Un chófer antes podía llegar a cobrar 2.400 euros, ahora no alcanza los 1.500. Nos pagan por embarques, unos 220 euros. De ahí, réstale unos 60 euros de diésel, 80 euros al chófer que haya realizado el servicio, luego la seguridad social si es asalariado. Esto supone unos 90 euros de ganancia en cada viaje. Si se avería un camión, como a mí me sucedió, ya se te presenta el problema. A veces sale más a cuenta tener el vehículo parado», espeta.

Atasco en diciembre por la huelga

El colapso podría llegar al puerto de Palma en vísperas de las Navidades «si no se detiene la huelga de transportistas» prevista para los días 19, 20, 21 y 22 de diciembre. «Ahora mismo hay retrasos en las entregas, pero es totalmente asumible, al menos en el sector de alimentación y bebidas. Los problemas los seguimos teniendo con los productos orientales, que no llegan a los restaurantes y cuyos precios han llegado a triplicarse», asegura Bartolomé Servera, presidente de la Asociación de Empresas de Distribución de Alimentos, Bebidas y Limpieza. «Si la huelga no se desconvoca [el próximo 2 de diciembre la patronal de las islas decidirá si se suma o no al parón], el atasco puede producirse unos diez días antes de Navidad, porque todos adelantaremos las compras. De hecho, ya lo estamos haciendo», confiesa.

Maximiliano Rodriguez.

«Nuestro trabajo es cada vez más exigente, también cargamos y descargamos cuando no somos mozos de almacén»

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Uno de los motivos de la huelga, además del elevado precio del gasoil y la implantación de los peajes, «es que los clientes exigen a los transportistas que hagamos la carga y la descarga de las mercancías», señala Salvador Serra, gerente de la Federación Balear de Transportes de Balears, un punto que critica duramente Maximiliano Rodríguez, conductor que desayuna en la pequeña terminal que hay en el dique. «Nuestro trabajo es cada vez más exigente, nosotros no somos mozos de almacén, pero nos hacen cargar y descargar los palés. Si se te cae uno con mercancía, te reclaman responsabilidades. Este tipo de trabajos antes no se hacían y, si se llevaban a cabo, siempre se pagaban aparte. Ahora o lo tomas o lo dejas».

Rodríguez es el responsable de una empresa que tiene camiones que viajan en el ferry sin chófer. Los operarios del puerto son quienes los bajan del barco y luego los conductores van a buscarlos. «Transportamos sobre todo alimentación y material de construcción». «Las condiciones de trabajo han empeorado. Los sueldos bajan, hay más competencia. Como hay ciertos gastos fijos que no se pueden recortar, al final el acto de abrocharse el cinturón repercute sobre los chóferes», advierte. «Desde que no voy en el barco, tengo más calidad de vida, veo a mi familia. Yo he llegado a estar quince días fuera de casa y por ese motivo no pude estar con mi mujer el día que nacieron mis gemelos, los conocí dos días después», narra disgustado. El argentino, con más de 20 años de residencia en la isla, asegura que la situación de los camioneros en verano empeora. «Se le da prioridad al turismo en los barcos. Si llegas un poco tarde, igual no puedes ni subir porque ya está lleno. Lo mismo pasa con los camarotes, en los que tienen prioridad los turistas. En verano he tenido que dormir muchas veces en las butacas y no es lo mismo que cuando viajas por placer. Nosotros estamos trabajando cargando y descargando», atestigua indignado. Cuando los chóferes pierden un barco, algo que no es extraño en los meses de calor, no pueden estacionar ni pernoctar en el puerto. «Está prohibido, lo que hacemos es ir a algún polígono y quedarnos ahí hasta al día siguiente».

Florín Almas.

«Nadie quiere ser camionero. Es una vida de mierda con un sueldo que es una porquería, no es como hace veinte años»

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En los meses fuertes de temporada, la falta de conductores en la isla es alarmante, denuncia Ezequiel Horrach, presidente de la Agrupación de Mercancías de Mallorca. «Y este año aún se va a notar más porque arrastraremos retrasos por la crisis global que hay de suministros», vaticina. «Si la próxima temporada turística es buena, no daremos abasto y tendremos un problema de verdad». El precio del carburante y la subida del IPC tienen en vilo a todo el sector. «Los costes van a aumentar mucho y cada vez se va a hacer más difícil mantener la empresa», opina. «Es un sector que va a necesitar ayudas públicas y en Balears urge contar con un centro integrado de transporte y logística en condiciones como existe en cualquier otra comunidad autónoma», demanda. «Ahora el 70% estamos en el polígono de Marratxí pero esto se va a terminar por un tema de seguridad vial», anuncia.

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Desabastecimiento en Mallorca: Radiografía del puerto de Palma, el corazón de los suministros Bernardo Arzayus

A las 12, el paisanaje del puerto se transforma. Empiezan a verse los primeros pasajeros normales. Se entremezclan pero no se confunden con los últimos conductores (sigue siendo un mundo de hombres) que deben regresar al buque. Florín Almas (52 años) vuelve de Llucmajor con los palés vacíos. Lleva 25 años conduciendo camiones. «Esto es una vida de mierda. Uno se trastorna con tanta mala vida, por el maltrato al que a veces te someten. ¿Y qué me pasa? Que cuando llego a casa y está mi mujer en la habitación quiero estar solo», confiesa este chófer que nació en Rumanía y es padre de tres hijos, «uno de ellos gana concursos de violín». Florín sólo pasa un día en casa, en Sabadell. «Me he acostumbrado a esta vida. En el barco no nos tratan mal, mi jefe es buena persona, pero las empresas en las que entrego cada vez se ponen más exigentes, ponen pegas por todo», dice. «No tenemos convenio, el sueldo es una porquería. Yo no cobro como lo hacía 20 años atrás; la culpa es de los intermediarios, cada vez hay más», lamenta. «¿Quién va a querer hacerse camionero con estas condiciones? Es normal que los chavales no quieran», apunta. «La policía también nos aprieta mucho con las multas. Nos hacen muchas inspecciones». Florín es elocuente. Se hizo camionero para salir de una Rumanía comunista asfixiante. «Con 14 años estuve en un campo de trabajo, vi morir a dos compañeros. Me salía sangre por la boca y por la nariz. Es lo peor que he vivido. Soy ingeniero, luego hice toda la producción de gas para las islas del norte. Tenía un buen trabajo, pero todo aquello de la patria socialista y aquella maldad que se había cultivado me marcaron y vinimos a España». El punto final al relato lo pone el claxon del camión de atrás. Florín debe entrar en el buque, el último que regresa a Barcelona. Es mediodía. Se cierra la compuerta de la bodega y con ella la arteria principal de este corazón frágil y precario.

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