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Opinión | La noche en que el Estado desapareció de Mallorca

Armengol escenifica su instinto de preservación mediante un tuit asesino contra Aina Calvo. CATI CLADERA/EFE

Cada turista que aterriza en Son Sant Joan es celebrado como un éxito personal por Aena, Cort, Consell, Conselleria de Turismo, Govern en pleno y Gobierno de la Nación. Los trescientos millones de viajeros que ha recibido la isla en este siglo no buscaban solazarse en sus playas, sino disfrutar de sus incomparables instituciones políticas.

Ahora bien, en cuanto una pandilla de aventureros invade la isla ocupando las instalaciones aeroportuarias y suerte que no se les ocurrió desembarcar armados, entonces se esfuman Aena, Cort y demás escalones inoperantes, coronados por una delegación del Gobierno tan atónita como estéril. Se desconoce su paradero, o tal vez se conoce demasiado bien.

Por dejación de responsabilidades, Mallorca vivió el viernes la noche en que el Estado desapareció de la isla. Se desentendió de los ciudadanos. Desde Weber, la primera condición de la adscripción estatal consiste en que sus vecinos la crean y la teman, siempre por la vía de la disuasión. Nadie se toma en serio a una estructura cantinflesca que se deja aterrizar un avión cargado de invasores sin tomar la mínima prevención al respecto. Destino seguro, ja.

Pese a la inexistencia del Estado en Mallorca, no conviene menospreciar a los cargos que lo parasitan. Dado que son igual de torpes en la gestión que duchos en la supervivencia, ayer comenzó la segunda fase del ridículo histórico. Ahora, a taparlo todo, empezando por una rueda de prensa de la ausente Aina Calvo más desviada que el vuelo Casablanca-Estambul. La gobernante que presumía de 16 detenciones en una manifestación antivacunas con velitas, fue la primera en eludir su responsabilidad en un asunto candente.

Se ha puesto en marcha el gran enjuague, aquí no ha pasado nada y a condecorar a los culpables. Se minimiza lo ocurrido, se transforma la cobardía en heroicidad, se atribuye el desastre de organización a la imposibilidad de luchar contra los azarosos elementos. Si esta farsa funcionó a la perfección con las inundaciones de Sant Llorenç, por qué no habría de servir al colocar en la parrilla a otro santo, Son Sant Joan.

El primer paso consiste en borrar las pruebas de la huida del Estado de Mallorca. El avión en cuestión ya ha desaparecido de regreso a Marruecos, emborronando cualquier vía de revisión judicial. La reapertura precipitada del aeropuerto sin inspeccionar al detalle los efectos de la invasión debía alimentar la fantasía de que todo estaba resuelto en la nueva normalidad.

En la misma línea de ocultar la gravedad de lo ocurrido, las fuerzas policiales que contribuyeron por abstención al descrédito del Estado en Mallorca cargaban a los invasores faltas administrativas ligadas a la inmigración. Bueno es aprender que tomar un aeropuerto sale gratis, tal vez los muy humanitarios cambiarían de opinión si se dispusieran a aterrizar en una pista donde han operado desconocidos.

En este mismo apartado de los funcionarios expertos en localizar «miradas de odio», seguro que si los invasores fueran independentistas catalanes también hubieran sido corregidos con infracciones administrativas. Es fácil acordar que la pueril manifestación orquestada por Jordi Cuixart es menos grave que poner en peligro la navegación aérea, y le cayeron nueve años. La presunción de inocencia solo protege en Mallorca a ciudadanos extranjeros.

En la misma línea de borrar las pruebas del monumental ridículo, se graban imágenes del avión Casablanca-Palma-Estambul rodeado de jeeps de la Guardia Civil, omitiendo que se tomaron después de la fuga y para transmitir la falsa impresión de que hubo vigilancia en todo momento.

De remate, no podía faltar la invocación de una «investigación exhaustiva», de la que nunca se sabrá nada ni se extraerá la mínima conclusión sancionadora. Así llegará el momento de festejar la extraordinaria actuación ante el Casablanca-Estambul de Aena, Cort,...

Una patera que desembarca en una costa semidesértica no equivale a un avión aterrizando por medio de subterfugios en la central nuclear de Son Sant Joan, más allá de la broma de que llegan por tierra, mar y aire. De ahí que Francina Armengol no necesitara que Raphael Minder elevara lo ocurrido en Palma a conflicto internacional desde el New York Times, para desvincularse de la astracanada.

Armengol no es la política con más instinto de Baleares por su capacidad para encontrar soluciones, sino por su habilidad para detectar los peligros explosivos y sortearlos. Escenificó su instinto de preservación en un tuit asesino contra Aina Calvo. Con ese «no puede volver a ocurrir» dirigido «a las autoridades competentes» admite la tremenda gravedad de los hechos, se quita de en medio y solidifica la certeza de embates futuros. Y no parece que se refiera a que no se solicitara a los marroquíes el pasaporte covid. A falta de actuar, la capacidad de análisis de la presidenta sigue intacta.

Gracias a la torpeza de Son Sant Joan, ya se conoce el número mínimo de personas necesarias para tomar el control de Mallorca por encima de un Estado inoperante. Una veintena de comandos adiestrados se harían con la isla y cancelarían la resistencia. Les basta con elegir un fin de semana o una noche de Champions, en que tenemos a los vigilantes muy ocupados. Y si el Estado es incapaz de cumplir su misión en tiempos de guerra, quién necesita esa antigualla en los cada vez menos frecuentes días de paz.

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