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LOS TOPÓNIMOS QUE ARRASÓ EL TURISMO

Cuando Cala Mosques se convirtió en Cala Blava para vender apartamentos

El ‘marketing’ turístico y urbanístico ha suprimido en las zonas costeras miles de nombres autóctonos, un patrimonio que ahora se intenta recuperar

El desarrollismo rebautiza el litoral DM

Cuando la maquinaria del turismo y la construcción eclosionaron en Mallorca, los promotores de la nueva economía se encontraron con nombres autóctonos que consideraron poco atractivos a nivel comercial y que remitían a una imagen de la isla poco paradisíaca y vinculada a la payesía. Cala Blava es fruto de ese marketing urbanístico y turístico, también lo es Cala Romàntica o Cales de Mallorca, entre otros ejemplos. Así lo explica Eulàlia Fons, técnica cartográfica del Servei d’Informació Territorial de les Illes Balears (SITIBSA), área del Govern que acaba de presentar una web que recoge por primera vez y con geolocalización todo el patrimonio toponímico del archipiélago.

«La neotoponimia es eminentemente turística», sostiene el geógrafo Climent Picornell. «Las urbanizaciones y los hoteles se crean todos con nombres nuevos y ninguno de ellos respetó las denominaciones antiguas», apunta. Los hoteleros buscaban vender una imagen que remitiera al mar, a la calma, al paraíso… «Incluso a una urbanización en Valldemossa se la bautizó como Shangri-La, la tierra prometida en algún valle perdido del Himalaya. Un lugar utópico y místico que inventó el escritor James Hilton para su novela Horizontes perdidos». En la misma línea, Fons trae a colación otro topónimo de nuevo cuño que en lugar de beber de la literatura lo hizo del cine. Es el caso de Platja del Mago, en Portals Vells. «Esta cala no se llamaba así, tomó ese nombre a raíz del rodaje en 1968 del filme El mago», dirigido por Guy Green, con Michael Caine, Anthony Quinn y Anna Karina como protagonistas.

Para la gran mayoría de estas nuevas denominaciones que sustituyeron a los topónimos originales «se emplearon nombres en castellano o en inglés con el fin de que resultaran más atractivos para los posibles clientes o compradores, y se eligieron opciones que cumplieran con los estereotipos de la isla», sostiene Fons. «S’Estany d’en Mas se sustituyó por Cala Romàntica, lo mismo sucedió con es Domingos, reemplazado por Cales de Mallorca, o Cala Mosques, que es el nombre genuino de Cala Blava», comenta la técnica cartográfica. En Eivissa también fueron muy numerosas estas transformaciones toponímicas: Es Puig d’en Fita se rebautizó como Siesta, el nombre de la urbanización, «que según algunas fuentes se divide en otras tres zonas con nombres que hablan por sí mismos: Valverde, Miramar y Montañas Verdes». Aún en la pitiusa, «Cala Llonga pasó a llamarse Pueblo Espárragos».

Según Picornell, este fenómeno sustitutivo a causa del turismo «acabó empobreciendo mucho» nuestro patrimonio de topónimos. «En ningún caso se respetaron los nombres antiguos, la sustitución en las zonas costeras fue total: Bellavista, Costa de la Calma o Palmanova son nombres inventados y basados en el marketing. Estas zonas -subraya- solían llevar los nombres de las possessions de la zona. Incluso los nombres de las calles en estas urbanizaciones son iguales: calle Timón, Buganvilla, Ancla, Pez. Es muy repetitivo», lamenta. Y lo que es peor: «es un proceso que no se ha detenido en ningún momento, en Santa Ponça hay urbanizaciones nuevas que están renombrando el territorio», advierte.

La prevalencia de estos nuevos topónimos fue tal que, cuando se empezaron a construir hoteles en estas zonas, los habitantes, en el momento en que se referían a los aledaños de estos establecimientos, empleaban sus nombres, nunca los tradicionales. «‘Quedamos al lado del hotel Acapulco’, decían», cuenta Picornell, quien alaba el trabajo que se está llevando a cabo para recuperar el patrimonio toponímico (en Balears, en 2019, se aprobó una ley para salvaguardar el patrimonio inmaterial), como el recién presentado Nomenclàtor Geogràfic de les Illes Balears, donde se encuentran muchísimos de estos nombres primigenios. «Igual no se podrá volver atrás, pero es importante que al menos se conozca cómo se llamaban estas zonas», considera.

El caso de Sometimes, otro de los topónimos que llegó con la turistificación y el nacimiento de las urbanizaciones costeras, merece un capítulo aparte. La web toponimiademallorca.net de Miquel Àngel Escanelles recoge que Josep Mascaró Pasarius se hizo eco de una maledicencia popular según la cual Sometimes era el nombre de una de las primeras casas que se edificaron en esta zona de la Platja de Palma. Este inmueble habría sido el escenario de los encuentros furtivos entre un concejal del ayuntamiento de Palma y su amante. Sin embargo, según el nieto del industrial vasco Luis Bejarano, promotor en la zona, Sometimes era el nombre afectuoso con el que su abuelo se refería a sus cuatro hijas.

Los motes que turistas, viajeros o instagramers han puesto a algunos puntos geográficos de las islas han llegado a calar hondo en algunos casos. Éste es un fenómeno que ha quedado totalmente visibilizado en las redes sociales. «Por ejemplo, los visitantes llaman Atlantis a Sa Pedrera de Cala d’Hort de Eivissa o Torre del Pirata a la Torre des Savinar de la misma isla. Cala Santanyí empezó a nombrarse Cala Tontorrona. Hace algunos años salió este nombre publicado en una web sobre el tiempo y les tuvimos que pedir que lo retiraran», comenta Eulàlia Fons.

Pese a que el proceso de sustitución es mayoritario, hay excepciones en aquellas zonas que no son turísticas. «Hay barrios de Ciutat que con el crecimiento de Palma tomaron los nombres de los topónimos antiguos, de las possessions. Es el caso por ejemplo de Son Cigala [«con ‘c’», insiste la técnica cartográfica] y Son Rapinya».

También existe una corriente proteccionista que pretende recuperar los nombres originarios. «Está sucediendo con Tolleric, que fue sustituido por El Dorado».

Se abre el debate:¿Hay que cambiar los rótulos y poner los topónimos originales?

La cuestión de los topónimos siempre levanta pasiones porque «es un tema identitario, la gente se los hace suyos, y en el que también se cuelan cuestiones políticas e ideológicas», comenta el filólogo Xavier Gomila, también miembro del Institut Menorquí d’Estudis. «Muchos de estos nombres que vinieron con el turismo cogieron mucha fuerza y ahora cambiarlos es muy difícil», indica. «Es el caso por ejemplo en Menorca de Los Delfines. ¿Recuperamos Cala en Blanes o normativizamos y le llamamos Els Dofins? Creo que en este caso ninguna de estas dos opciones es satisfactoria. Desde el punto de vista lingüístico y científico, te diría que lo mejor es recuperar el topónimo antiguo, pero los cambios de nombre siempre generan un gran debate social e incluso enfrentamientos», comenta. Sucedió con Porto Cristo o Son Servera en Mallorca. Los filólogos propusieron los topónimos ‘Portocristo’ y ‘Son Cervera’ y la cuestión terminó en los tribunales. «Los académicos proponemos y la sociedad ha de aceptar. Si se opta por la solución más razonable, hay más posibilidades de que triunfe y perdure entre la gente», defiende Gomila.

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