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Análisis

El hombre gris entró en pánico | Por Mateu Ferrer

Al enterarse de que los ‘melianistas’ iban a presentar al alcalde de Costitx para candidato de El Pi en 2023, Antoni Amengual se supo en minoría y estalló

Antoni Amengual, Joan Carles Verd, Pep Melià y Antoni Salas. El primero ha roto con el trío.

El hándicap del que no ha sabido despegarse El Pi es que solo interesa cuando hay elecciones por si es decisivo para dar el poder a la derecha o a la izquierda, y luego están sus cuitas internas. Dos espantadas de presidente en poco más de un año de diferencia es para hacérselo mirar; por poco que se conozca el perfil de Antoni Amengual era obvio que no llegaría a los comicios de 2023. Nadie le discute su bonhomía, pero un líder insulso contagia poco entusiasmo. Y tras la marcha de Jaume Font, El Pi necesitaba estímulos y aspirar a ser algo. Conformarse con la bisagra apesta a caduco.

Amengual (Consell, 1971) es más conocido ahora por marcharse que durante su año escaso al frente del partido. El mismo día que salió elegido se desató la ira y el miedo en su interior. Amengual se presentaba en una lista única, pero abierta. Dar la posibilidad a los afiliados de votar cada miembro de la candidatura por separado le pasó factura. Su entonces todavía amigo Pep Melià se presentaba de relleno en la ejecutiva, un soldado raso. Sin embargo, obtuvo un 94,2% de apoyos. El nuevo presidente de El Pi, el 87,6%. Fue un puñado de votos, pero Amengual no se lo perdonó. «Ha habido gente que ha mirado hacia adelante y otros que han querido pasar cuentas con este pequeño desquite», declaró visiblemente airado al término del congreso.

En su carta de despedida, Antoni Amengual sigue obsesionado con la «fidelidad», la «lealtad» o sentirse «una marioneta». Y eso que el dimitido líder de El Pi se curtió en los manejos del poder de la mano del veterano Joan Bibiloni, más de veinte años alcalde de Consell por el PP. También conoció de cerca a Antònia Ordinas, su vecina corrupta de la lata del Cola-Cao. En 1996, Amengual rompió con su padre político y empezó su carrera en solitario. Era joven y tenía ambición, abandonó a los populares y se presentó por Independents de Consell Units, haciéndose con la alcaldía de su pueblo en 2003. Años después, su amistad con Melià, con quien es socio de despacho Mgest Advocats, le hizo sumarse al proyecto convergente que capitaneaba. Hoy ese vínculo está completamente roto. En Ciutadella, por Sant Joan, ambos han hecho vidas separadas sin saludarse a la vista de todos.

Antoni Amengual culpa también a Melià de permitir que le haya expedientado otro de sus amigos, el alcalde de Sencelles, Joan Carles Verd. Amengual era el asesor jurídico municipal, una sentencia perdida bajo su dirección obligó al Ayuntamiento a pagar casi 400.000 euros a la empresa de aguas, generando un revuelo con la oposición. Verd rompió con El Pi el año pasado, y hace tres meses incoó los trámites para exigir la responsabilidad contractual a su letrado. Ambos se odian ahora. Un comportamiento que no debería sorprender a Amengual, porque en su día él también le buscó las cosquillas a su antecesor; una vez en la alcaldía, acusó a Joan Bibiloni de irregularidades en el conocido rastro de Consell.

El dimitido presidente no ha superado que Melià le ganara en apoyos en 2020, ni que le haya expedientado el alcalde de Sencelles

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Paralelamente al deterioro de la relación Melià-Amengual, el segundo no ha sabido concitar el respaldo mayoritario del partido. No soportaba saber de las comidas y cenas por los pueblos donde se le cuestionaba. «Tanto Pep como Toni son buenos técnicamente, pero malos candidatos, les falta carisma», repite gente con criterio dentro del partido. Amengual «es un bon al·lot», un «hombre gris», sentencian por separado dos voces que mejor conocen El Pi.

En un intento de remontada, Amengual plantea una convención política para septiembre. Los partidarios de Melià le vieron venir, y le forzaron a apalabrar informalmente unas primarias para despejar al candidato al Govern en 2023.

Hace pocas semanas, el secretario general, Tolo Gili, informó a Amengual de que en uno de sus encuentros los ‘melianistas’ acordaron presentar una lista propia, y quedó descolocado. El presidente no sabía aún si optaría al puesto su segunda, Lina Pons, o él mismo. Daba igual, al conocer que la propuesta de los críticos era el alcalde de Costitx, Antoni Salas, Amengual se hundió: se supo otra vez en minoría y entró en pánico. No podía exponerse a otra votación en la que los afiliados apostaran por una alternativa; le abocaba a una dimisión humillante.

En los días posteriores, impulsó que sus agrupaciones afines -sa Pobla, Manacor, Inca, Sant Llorenç...- secundaran una dura carta contra Melià, exigiéndole que «abandone todos sus cargos del partido». No le ha valido para nada. Es Amengual quien ha tenido que irse ante su inevitable derrota en las primarias en otoño. Deja la política y a Lina Pons en el escaño; y parece que abandonará ahora el bufete con Melià. Quién sabe si terminará incorporándose al mismo despacho en Manacor donde se acaba de estrenar Antoni Pastor, otro que tuvo que partir de El Pi. Amengual también maniobró para matarle políticamente, aunque el exalcalde todavía no lo ha descubierto.

Estas cartas de los fieles de Amengual han sido su último cartucho para librarse de Melià.

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