El cartel de Se vende hotel ha venido para quedarse en un destino que tradicionalmente ha huido de deshacerse de activos. Hasta ahora, cuando aprieta la necesidad de liquidez. «La pérdida de la propiedad es una penalización para el destino porque pasa a manos extranjeras», opina Tolo Deyà, vicedecano de Turismo de la Universitat de les Illes Balears.

«Vamos a seguir viendo una cascada ininterrumpida de operaciones», aseguran fuentes cercanas a uno de los grandes fondos de inversión internacional que están cerrando adquisiciones en Balears. A las ventas de propiedades se suma la entrada de capitales extranjeros en los accionariados de medianas y pequeñas hoteleras y cambios en los modelos de gestión.

Las islas ya han visto cómo el hotel Formentor, la operación estrella de la inversión en el sector en España el año pasado, ha pasado de la mallorquina Barceló a manos mexicanas a través del andorrano Emin Capital. La cadena ROC ha cedido la gestión de 16 establecimientos a la estadounidense AMResorts, Ferrer Hotels negocia la entrada del fondo británico Zetland y Fergus también busca inversores para no tener que frenar su expansión.

Deyà muestra su «preocupación» por la coyuntura de pérdida de activos hoteleros de familias de las islas. «En empresas con alto nivel de endeudamiento no queda otro remedio». También señala que hay hoteleras que se ven abocadas a la venta o dar en gestión sus hoteles porque se encuentran «sin relevo generacional». Otras empresas «están haciendo caja porque nadie sabe cuánto se va a alargar esta situación». Sin ir más lejos, RIU ha sacado a la venta tres hoteles, en Panamá, Madeira y Lanzarote, por ahora sin ofertas, según la compañía.

Intermediación estatal

Para Deyà una solución para que los destinos no resulten «penalizados» con la pérdida de propiedades pasa por que el Gobierno central cree una especie de FROP (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria), con en el que en 2008 enfrentó la crisis bancaria. En este caso con el objetivo de comprar hoteles para que unos años después sus propietarios puedan recobrarlos.

El año pasado en Balears se cerraron 18 transacciones, por 320 millones de euros, según el informe Radiografía del mercado de inversión hotelera de Colliers. A pesar de que por la pandemia cayó la actividad más de un 60% (a 955 millones, con 165 millones pagados por el hotel Formentor), el archipiélago concentró el 33% de las operaciones.

La consultora Christie & Co ha dibujado el perfil del comprador, resaltando cómo la inversión española se ha reducido a la mitad, solo representa un 27%, mientras destaca la de capital suizo, alemana o andorrana.

En Platja de Palma los fondos de inversión están buscando activos que comprar, según José Antonio Fernández de Alarcón, vicepresidente de la asociación hotelera del destino, aunque «no es fácil encontrar hoteles que se vendan». «Se ofertan más en otras zonas de la isla», asegura.

En Can Picafort se apunta a que está en venta un 20% de la planta hotelera. «Tampoco hay un desespero», dice Jaume Horrach, presidente de los hoteleros de la zona. «Vender no es un plato de buen gusto. Los mallorquines aguantamos», avisa. «Las empresas necesitan capitalizarse —acota Gabriel Llobera, vicepresidente ejecutivo de Garden—, a algunos no les queda más remedio que vender para seguir».

Se aguante o no, las oleadas de turistas no están cerca. «Ahora sí hay hoteles a la venta —confirma un especialista del sector— y con precios con una valoración más realista». El cambio en la estructura hotelera balear no se ciñe a una falta de liquidez. Hay «modelos empresariales agotados que requieren un relevo no solo generacional, sino de entender las claves» de cómo se compite hoy en la industria turística «con modelos de gestión avanzados».