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Cuando era niño y llegaban las fiestas del pueblo era una alegría; ese momento en el que en el descampado de al lado de casa llegaban los camiones que descargaban hierros, metales y luces que más tarde se convertirían en la imponente noria, en la Olla loca, el Tren de la Bruja o el Látigo. Cuando los camiones de la tómbola y los de las carreras de camellos lucían enormes y el maestro de ceremonias con su medio canto daba inicio a una carrera de bolas... esos eran los momentos especiales en lo que todo me sorprendía. Ahora todo lo que deseamos lo tenemos a golpe de clic. Nada es especial, nada nos asombra, incluso las discusiones de la altas damas sociales se realizan ya por internet. Todo se ha convertido en una feria.
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