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Sánchez tiene celos de Armengol

«Me llaman el multianuncios», y comenzó a desgranar nuevas promesas. Guillem Bosch

Pedro Sánchez abandonó Mallorca, donde había comparecido tras cambiarse la camisa del mitin matinal en Eivissa, fascinado por el político más inesperado. José Hila cautivó a un presidente del Gobierno tan absorto en sí mismo que apenas presta atención a los humildes mortales, pero atrapado ayer por un alcalde de dibujos animados. «Jose» por aquí, «Jose» por allá, en el firmamento socialista ha aparecido una nueva estrella.

Hila sonríe 24 horas al día, será de los pocos mallorquines que podrán acercarse a la «idea» propuesta por Francina Armengol de «una jornada laboral de 32 horas». Ni los empresarios de quienes la presidenta se siente «orgullosa» aspiran a tanto. El alcalde de Palma inauguró el mitin saltándose el guion. Contó que al acercarse a la tribuna con formato de cuadrilátero de boxeo, una militante le había comentado que «nunca hemos tenido ni tendremos otro como Pedro». Suena cautivador, pero también a eslogan de la derecha, que adjunta a cualquier mención la muletilla del «peor presidente de la democracia». No habrá otro como él.

La lógica marxiana de Hila se contagió a Sánchez, cuando concluyó que «hemos hecho cosas inimaginables». Es otro adjetivo que complacería a Vox/PP, hasta el punto de que el presidente se sintió obligado a recordar que «vamos a gobernar unos cuantos años más», con ese grado confianzudo de quien conoce los datos que Tezanos no divulga. De nuevo, Hila lo había resumido con más gracia tintinesca, «no hay dos sin tres».

En cuanto los piropos espontáneos le permitieron enhebrar un discurso, Sánchez no solo habló de Hila, aunque su única promesa numérica adjuntara un cheque millonario para el tranvía del alcalde, otro juguete para acelerar el colapso del tráfico ciudadano. Salvo incursiones episódicas a la geografía puesta a sus pies, el presidente del Gobierno ancló su discurso en el telediario. «Me llaman el multianuncios», ironizó antes de embarcarse en su rosario de promesas.

Palma albergó el primer mitin de la semana sin un hueco para ETA o Bildu, el presidente quiere desembarazarse cuanto antes del engorroso episodio de las listas con terroristas. Ajeno a la polisemia, se vengó de las duras circunstancias en que ha gobernado con un «imaginaos lo que podemos hacer cuando el viento sople a favor», otra sentencia que explotarán los federicos.

No importa que el discurso de Sánchez se quedara hueco de contenido local, para presumir en plan cuñado de mi café con Joe Biden, «un político que tiene mucha experiencia». Nadie había ido a escuchar al presidente del Gobierno, solo a verlo. A comprobarlo.

Armengol se liberó del malhumor que arrastraba desde IB3, y recuperó el dominio de la situación. Con más anillos que una ganadora sueca de Eurovisión, destacó que solo puede criticar las camas elevables «quien no ha hecho una cama en su vida, o no está capacitada para ser presidenta». Por si no se había entendido, sacó a colación las comilonas de Rodríguez y Matas, con los dirigentes del nuevo PP «sentados con uno que duerme de tanto en tanto en la prisión».

Los oradores estaban respaldados en la grada televisiva por los alcaldes de Inca y Calvià, fundamentales para la reedición del Govern. Sobresalía asimismo Martí March, exiliado a la reconquista de Pollença. Hablar con entusiasmo del conseller Agustinet, un Hila sin gracia, requiere una gran profesionalidad por parte de Armengol. Elevarlo a la condición de futuro presidente de Ibiza, exige de las dotes interpretativas de Núria Espert. En cuanto al maniqueo «la derecha construye hoteles de cinco estrellas mientras nosotros hacemos vivienda social», hace falta valor. Sánchez la contemplaba admirado, por la capacidad de invención y convicción de su compañera. A propósito, el presidente no habla de «la isla de Palma» como el registrador de la propiedad Rajoy, pero se refiere con insistencia a «Palma de Mallorca» como el general Fulgencio.

El gran secreto de la política contemporánea es que Sánchez teme a Armengol. Por su desconocimiento de los mallorquines, sitúa a la titular del Govern en una posición destacada entre quienes podrían despojarle de la secretaría general. Los celos se traducen en cierta incomodidad, o en un comportamiento huidizo cuando la presidenta recurre al contacto corporal. La política es un juego fratricida.

Son Ferragut no es el Palma Arena que abarrotó Zapatero en las generales de 2008, preludiando una gran victoria en Mallorca. Sin embargo, quedó inapropiado aunque típico de la indelicadeza de Catalina Cladera que se dirigiera al presidente con un humillante «para ti, esto igual no es grande». Al percatarse del patinazo, empeoró al autocorregirse. «Es grande, pero como estás acostumbrado a cosas más grandes». Resulta intolerable que la presidenta de Mallorca considere que fuera de su isla pueda existir algo más grandioso. En su descargo, mejoró anteriores intervenciones, donde parecía decidida a seleccionar a las personas dignas de votarla.

Procede acabar con un interrogante de examen, para comprobar que se ha leído íntegramente lo anterior. ¿Qué político es capaz de pronunciar la frase «Todo ciudadano necesita acceder a una vivienda, y está muy complicado»? Por eso arrebató al impávido Sánchez.

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