Besos y medidas

Se ha perdido el arte de besar. Cuando yo era adolescente se practicaban maratonianas horas de morreo (sin tocar, rozar, senos ni cosenos ni siquiera tangencialmente) en los que se intercambiaban hectómetros de líquido salival y en la que todos acabábamos exhaustos pero felices. En la época del tiktok todo transcurre a una velocidad supersónica y en lugar de saliva los aborrescentes se intercambian archivos. Ellos sabrán.

En mi familia (política) se profesa una veneración al vino (que comparto) que bordea la devoción. “In vino veritas “ que decían los antiguos, inspiraba a mi añorado Miquel Dols y se ha convertido en emblema de familia y negocio de mi estimado Pep Lluís Roses. Como soy un curioso patológico y tengo el disco duro repleto de datos insustanciales (soy un cap de suro, como dicen mis twin), siempre me había preguntado por qué las botellas de vino son de 75 cc y no de 1 litro como todos los amantes de la ilustración y la lógica consideraríamos lo más adecuado. Pues la culpa, como casi siempre, además del chá chá chá, es de los pérfidos ingleses. Resulta que los principales clientes de los afamados caldos de Burdeos eran, como no, los ingleses, cuya unidad de volumen era el “galón imperial” (equivalente a 4.54609 litros) y decidieron transportar el vino en barriles de 225 litros (50 galones imperiales), correspondientes a 300 botellas de 750 ml. (75 centilitros). Y ya está, misterio resuelto. Al final, detrás de todo están los británicos y sus insondables e incomprensibles métodos de medición.

Todos recordamos el famoso olvido de los 125 millones de dólares. El 23 de septiembre de 1999, tras casi 10 meses de viaje hasta Marte, los ingenieros de la Nasa se preparaban para ubicar la sonda Mars Climate Orbiter. Todo estaba listo para celebrar el éxito de la misión, pero una vez la sonda se ocultó detrás del planeta, ya no volvió a salir. Perdieron el control del artefacto y este acabó estrellándose, destruyéndose por completo. Al revisar que había pasado repararon en que “alguien” se olvidó de hacer la conversión del sistema imperial británico, al sistema métrico decimal. Un olvido de 125 millones de dólares.

¿Han mejorado/variado las cosas desde entonces? Mucho me temo que no. El resto del mundo sigue aislado y los galones, las pintas, las yardas, los pies, los codos, las pulgadas y el fish & chips siguen vivitos y coleando.

En la antigüedad muy antigua y en la reciente edad oscura, antes de que el Renacimiento primero y la Ilustración (the age of enlightenment, en británico culto) siglos después iluminaran la era del conocimiento, era corriente utilizar unidades de pesos y medidas basadas en partes del cuerpo humano (pies, pulgadas…) o en impenetrables e incomprensibles métodos del sistema imperial británico (galones, pintas…). Los primeros, antes de normalizarse, eran de utilidad dudosa, ya que los tamaños de los pies, pulgadas, etc…no eran los mismos en todas partes y eso que no se popularizó como medida el nabo imperial, qué habida cuenta la tendencia masculina a la exageración, hubiera otorgado a Andorra un tamaño similar a las repúblicas socialistas soviéticas, todas juntas.

Otro sistema de medición (este de capacidad profesional y con mucha más credibilidad que catorce catorcenas de másteres es la Universidad Carlos III, con aire insigne se quitó el sombrero), es el que mediante aros en los lóbulos de las orejas acreditaba la experiencia profesional de los curtidos lobos de mar. Según una antigua tradición marinera, los navegantes que han superado navegando a vela, los tres principales (y peligrosos) cabos del océano austral (cabo de Buena Esperanza en África; cabo Leeuwin en el extremo meridional de Australia y el cabo de Hornos en el confín del mundo, en América del Sur) tienen derecho a lucir tres anillos en sus orejas.

  • Aro en la oreja izquierda: Cabo de Hornos
  • Aro en la derecha: Cabo de Buena Esperanza
  • Dos aros en la izquierda y uno en la oreja derecha: vuelta al mundo.

Otra tradición asegura que a los piratas jóvenes se les otorgaba un pequeño pendiente para certificar su primer paso por el Ecuador.

Este sistema, además de facilitar muy mucho la selección de tripulaciones en los antros tabernarios de las lóbregas zonas portuarias, facilitaba a sus propietarios y portadores los recursos necesarios para pagar un funeral en el caso de que los dioses del mar reclamasen sus almas y en sus bolsas no hubiera más que recuerdos de amores olvidados y un bagaje de experiencias que enorgullecería al capitán Ahab y al mismísimo Herman Melville.

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