El toro de Falaris

 En la antigüedad muy antigua, existió en la ciudad-estado de Acragante (actual Agrigento, en la isla de Sicilia, catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y de visita obligada para todos aquellos que viajen a esas latitudes), un tirano llamado Falaris (Tyrano de Bergerac), famoso por su exquisita crueldad a la hora de idear torturas con las que entretener a sus súbditos. Corrieron todo tipo de rumores sobre tan aciago personaje, desde que se alimentaba de niños recién nacidos, hasta que creó un grupo de expertos para innovar en el tema de la tortura y sus infinitas posibilidades de aplicación.

Uno de estos expertos, un tal Perillo de Atenas, escultor experto en bronce con taller en la ciudad, recibió el encargo de Falaris de crear una nueva y sofisticada máquina de tortura. El encargo especificaba que no quería una simple herramienta ejecutora, el muy creativo Falaris exigía un artilugio que por su singular crueldad infundiera en sus enemigos y subordinados tal grado de terror, que los disuadiera a todos sin excepción de cuestionar su supremacía y mando en plaza.

Ni corto ni perezoso (imagino que además no tenía otro remedio), el imaginativo Perillo diseño un “toro de bronce” que ha pasado a la historia (oscura) con el nombre de “Toro de Falaris” en honor al tirano que lo inspiró. El mecanismo es muy sencillo. Perillo esculpió un enorme toro de bronce con una compuerta por la que se introducía al condenado. Una vez dentro y con el reo oculto a la vista de todos (el escultor era un avanzado a su tiempo y sabía que da más miedo lo que se imagina que lo que se ve), se encendían unas brasas bajo el vientre del toro de tal manera que el inquilino del artefacto empezaba a irse cociendo en su propio jugo. Para otorgarle un grado aún mayor de dramatismo, Perillo dejó abierto un conducto que conectaba el interior de la bestia con la boca del animal, de tal manera que los gritos del condenado mientras duraba su proceso de cocción asomaban como un bramido por la boca del toro mezclados con los vapores generados en el proceso. Un romántico y un sentimental el tal Perillo.

Falaris, entusiasmado con su nuevo juguete, no pudo esperar ni un segundo y quiso probarlo de inmediato. A falta de candidato mejor y muy posiblemente para que no ideara maquinaria que superara en sofisticación a su ya famoso toro, el primer invitado a penetrar en las entrañas de la bestia fue el propio Perillo, dando buena fe de las extraordinarias virtudes de su exquisito invento. Quiso el azar, el alocado comportamiento del tirano y la divina providencia que, años más tarde, se produjera un alzamiento en la ciudad liderado por Telémaco a resultas del cual, Falaris fue cordialmente invitado a visitar las entrañas del toro y comprobar personalmente su sofisticado funcionamiento. Olé con el karma y sus vericuetos.

Pero la historia del toro de Falaris no acaba aquí, según Píndaro (que bonito nombre para ser un historiador), durante las guerras Púnicas entre cartagineses y romanos, la ciudad de Agrigento fue saqueada y el toro fue llevado a la ciudad de Cartago donde permaneció hasta la completa ruina de los púnicos tras la batalla de Zama (Delenda est Carthago) donde Anibal perdió su primera batalla y Massinisa el númida se coronó como un pérfido traidor. Escipión el Africano, no sabemos si el mayor o el menor (el mediano estaba muy ocupado haciendo de hobbit en The Lord of the Rings), se llevó el Toro de Falaris a Roma, donde fue haciendo apariciones esporádicas, en las persecuciones contra los cristianos, en los reinados de Nerón, Decio y DioclecianoSan Eustaquio, San Antipas y Santa Pelagia de Tarso fueron ejecutados en sus entrañas e incluso se habla de él en la época visigoda, cuando un noble llamado Burdunelo se alzó en armas contra el rey de Tolosa Alarico II y fue amablemente invitado a visitar las entrañas de nuestro bóvido favorito.

No hay constancia de que la Santa Inquisición lo utilizara (aunque no hubiera sido de extrañar, aunque le pese al gallego moderado), pero del Toro de Falaris podemos sacar a enseñanza de que quiénes nos gobiernan deberían probar en sus propias carnes el resultado de sus decisiones: quiénes desmantelan la sanidad pública deberían pasar primero por las eternas esperas de un sistema sin médicos y sin recursos; quiénes priman la enseñanza pública restando recursos a la educación privada puede que obtengan un máster sin pisar la universidad o sean elegidos alumnos ilustres por el simple hecho de desarrollar una meteórica carrera desde llevar las redes de una mascota a enredar por completo en una Comunidad entera, pero frenan el ascensor social y la meritocracia y nos convierten en una sociedad ramplona y sin futuro.

Todos recordamos con añoranza a aquellos emprendedores que empezaron vendiendo periódicos y acabaron poseyendo cadenas de televisión, empezaron programando en un garaje y cambiaron por completo la historia de toda la humanidad, (Jobs) dieron sus primeros pasos como botones y hoy poseen emporios en el sector turístico (Escarrer), empezaron alquilando películas en VHS y crearon un nuevo sistema de entretenimiento (Netflix) o una nueva cultura cinematográfica (Tarantino). Empezar desde abajo implica un profundo conocimiento de los cimientos, de los pilares sobre los que se sustentan las estructuras que gobiernan el mundo. Para todos los demás, lidiar con el toro de Falaris debería ser contemplado como una buena alternativa.

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