Prácticamente a diario recibo proclamas de mis más allegados en favor de una tecnología revolucionaria o de un nuevo sistema infraestructural aparentemente capaces de transformar nuestro actual, pero su vez anacrónico modelo social. Tras casi 20 de experiencia en el sector de la sostenibilidad, me veo lamentablemente obligado a rebajar sus grandes expectativas, recordándoles que cualquier iniciativa de transformación está desgraciadamente limitada y sujeta por importantes fronteras que casi siempre nos conducen inexorablemente al isomorfismo estructural que ralentiza o paraliza definitivamente cualquier cambio profundo de nuestro concepto ecosistémico.

Es evidente que la gravedad de la emergencia climática que padecemos, unida al agotamiento acreditado de los recursos naturales, nos induce a aceptar como potencialmente válida cualquier propuesta innovadora que nos permita imaginar un futuro digno y amigable.

El proceso de descarbonización socioeconómica no es una excepción a esta regla universal y al igual que cualquier otro proceso precedente, está sufriendo graves reveses fruto de las denominadas barreras jurídico-administrativas, económicas y sociales.

La realidad es que el Derecho siempre va por detrás de la sociedad que regula, y su evidente rigidez impide en la mayoría de los casos implementar a tiempo las infraestructuras y sistemas necesarios para la protección de nuestro hábitat y garantizar así la más que obligada y necesaria Justicia intergeneracional.

Lo queramos aceptar o no, todos los ciudadanos estamos bajo un enorme espada de Damocles debido a la emergencia climática y a la crisis energética estructural, ambas irreversibles si no apostamos decididamente por enviar un mandato inequívoco a nuestras autoridades, lobbies empresariales y grupos de presión oportunistas para la inmediata implantación de las medidas correctoras e infraestructuras esenciales para un desarrollo justo y sostenible.

Es evidente que los actuales parámetros de nuestro concepto territorial no casan ni coinciden con la extrema urgencia y necesidad por apostar por una implantación masiva y necesaria de los nuevos sistemas de generación y producción descarbonizados, así como de las infraestructuras que las complementan como son electrolineras, hidroductos, sistemas cerrados del ciclo del agua, reciclaje, agrovoltaicas, políticas empresariales de fomento de la economía circular y otras innovaciones similares.

En mi opinión, resulta inviable un cambio en nuestro paradigma social sin antes haber mutado nuestro pensamiento individual hacia conceptos holísticos que nos permitan visualizar un hábitat moderno y amigable, donde ya hayamos aceptado todos los cambios tecnológicos e infraestructurales que nos permitan alcanzar los niveles mínimamente exigibles para nuestro propio bienestar y prosperidad, personal y colectiva.

Muy a mi pesar, cada día me enfrento a noticias que acreditan que nos encontramos ante una lamentable encrucijada para la (in)sostenibilidad.

Solo nos queda desear poder llegar a tiempo…