A la gran mayoría de conceptos globalmente aceptados los identificamos e interpretamos por su relación directa e incluso supuesta dependencia de otros. En este caso, si nos paramos a analizar con profundidad la relación subyacente entre recesión e involución, podemos entrar en un bucle infinito, como sigue sucediendo con el inmortal dilema de si fue antes el huevo o la gallina.

Sea como fuere por involución se considera el retroceso en la marcha o evolución de un proceso; mientras que definimos recesión como la acción de retroceder y con mayor énfasis como la disminución de la actividad comercial e industrial que comporta el empobrecimiento general del sector productivo. Según lo anterior, la conexión entre ambos términos es aparentemente evidente y prácticamente inevitable, pero… ¿Es realmente así?

Según los principales ejemplos que nos muestra nuestra Historia reciente, cuyo principal paradigma lo encontramos en el “New Deal de Roosvelt” en ocasiones para progresar socialmente debemos antes involucionar en muchos aspectos y fundamentalmente en la selección de objetivos y medios para lograr el impulso definitivo que permita, más allá de los intereses coyunturales particulares, obtener soluciones válidas y estructurales de interés general con efectos a largo plazo. Solo así puede entenderse el éxito que supuso la intensa y amplia aplicación de medidas de intervencionismo público en la economía más liberal del Planeta. Así pues, lo que algunos consideraron, entonces, como una drástica involución de la doctrina político-económica norteamericana acabó transformándose en la solución final para uno de los más largos e intensos periodos de recesión económica mundial.

La gran mayoría occidental desconoce que hoy en día seguimos en guerra, la más cruenta y difícil que podamos abordar porque no nos enfrentamos a un enemigo lejano, mezquino y deplorable, no. Nuestro enemigo somos nosotros mismos y nuestros falsos hábitos e iconos materiales que hemos consagrado como pilares irreductibles de nuestro falso bienestar. Nos encontramos en una guerra definitiva por sus efectos derivados o como se dice en el argot militar, por sus “daños colaterales”: la emergencia climática, el agotamiento de los recursos naturales, el vasallaje energético exterior, la destrucción de la biodiversidad y la brecha social cada vez mayor por la injusticia generacional.

Desgraciadamente, todavía muchos ciudadanos consideran que la aplicación de las medidas establecidas en el Green Deal europeo significará una involución de nuestro estándar de producción, lo que, según su parecer, conllevará indefectiblemente a nuestra recesión económica, aun a pesar de los numerosos estímulos y ayudas públicas financieras que acompañan a este gran pacto socioambiental europeo actualmente en su fase de proyección y transición necesaria.

Es cierto que, para algunos sectores productivos, nuestra necesaria reconversión industrial pueda suponer una involución, es sus expectativas de desarrollo permanente si no preparan su transición y adaptación al nuevo mercado descarbonizado, pero lo es aún mucho más que se presentan oportunidades para sectores emergentes que nos permiten vislumbrar con optimismo un futuro y un desarrollo netamente sostenible y consecuentemente necesario para la obligada justicia generacional y neutralidad climática.

Estoy plenamente convencido de que el Green Deal sustentado por las energías renovables, los procesos de economía circular, la agricultura y el transporte sostenible, la salud y protección de los océanos y otras medidas encaminadas a alcanzar la neutralidad climática, a través de la descarbonización de nuestra economía serán recordadas por venideras generaciones con el mismo respeto y valoración positiva que, casi un siglo después, nuestra generación siente por el New Deal americano, y es que en muchos casos una pequeña involución propicia una gran revolución sin atisbo alguno de la tan temida recesión, y como ya se ha demostrado en la práctica y a pesar de su aparente vinculación conceptual una puede ser sustitutiva y no derivada de la otra, así que tratemos de involucionar en nuestra sociedad del consumo y tratemos de avanzar hacia una sociedad sostenible y de consumo responsable, como receta plausible, creíble y longeva contra la recesión.

Con la máxima humildad posible, permítanme proclamar que, si su mayor temor es una recesión económica estructural y, por tanto, de largo plazo, debemos apostar por una involución voluntaria bajo las directrices de cambio y transición integradas y financiadas por el Green Deal.

Lo que es seguro es que no me atrevo siquiera a plantearme la solución del eterno dilema entre el huevo y la gallina.