La Tour Eiffel, la gran dama de hierro que domina el skyline de la ciudad luz y tal vez el monumento arquitectónico más reconocible del mundo (Pirámides aparte) no tuvo un nacimiento fácil. So origen no hay que buscarlo en París, sino en la lejana Filadelfia, cuando ingenieros americanos proyectaron para la mencionada ciudad la construcción de una torre metálica de más de 300 metros de altura para que sirviera de símbolo a la Exposición Universal que se celebraba en esas tierras. Finalmente, ese proyecto no pudo llevarse a cabo y la empresa Eiffel, especializada en grandes estructuras metálicas, cogió el testigo y decidió acometer el proyecto.

Enseguida multitud de fanáticos, mentes prominentes, grandes pensadores y pequeñoburgueses cuestionaron la estética y utilidad de la torre. Los periódicos ávidos de sangre dudaban de su solidez y apostaban por su fracaso. Los vecinos del Campo de Marte, aterrorizados ante la posibilidad de que tal “engendro” se desplomara sobre sus cabezas, entablaron una acción judicial contra el estado para que la derribaran ipso facto.

Muchos reconocidos artistas como Émile Zola, Alexandre Dumas o Charles Gounod se opusieron frontalmente al proyecto y Guy de Maupassant, que despreciaba soberanamente ese “adefesio” fue aún más lejos y siempre que podía almorzaba en el restaurante del primer piso de la torre, ya que desde allí era el único punto de todo París desde no se divisaba el objeto de sus desprecios.

Gustave Eiffel, quién, aparte de presentar a las autoridades el proyecto y conseguir permisos y fama hizo poco más, vampirizó la descomunal obra de Maurice Koechlin y Émile Nouguier quiénes, junto al arquitecto Stephen Sauvestre son los auténticos padres de la torre que ilumina nuestras vidas desde la Exposición Universal de París de 1989. La Tour Eiffel comenzó a construirse el 28 de enero de 1897 y tenía que estar acabada en 1899, cuando se conmemoraba el centenario de la Revolución Francesa.

El acuerdo con el gobierno galo era que, 20 años después de su construcción, la torre sería desmantelada. Durante esos años no disminuyó ni un ápice el desprecio que la sociedad parisina profesaba al que años más tarde sería el símbolo universal de Francia como País y París como capital.

Pero oh La La!!!, Ces’t la Vie!!! Y sur le Pont d’Avignon on y danse on y danse, pronto encontraron grandes utilidades a la torre neonata. Eugène Ducretet utilizó su altura para convertirla en centro emisor de telegrafía inalámbrica, en la Iª Guerra Mundial durante la batalle del Marne la estación de telegrafía captó información vital sobre los problemas de logística que padecía el General Von Marwitz lo que permitió desencadenar una contraofensiva victoriosa. Muchos espías, entre ellos Mata Hari fueron desenmascarados gracias a los mensajes interceptados y desencriptados en la estación sita en lo más alto de la torre.

La ciencia salvó a la Torre, no el deseo del pueblo y la opinión de sus mentes más notables. Hoy la Tour Eiffel es el monumento de pago más visitado del mundo, un icono de imagen indisoluble con la capital que lo alberga. Acoge en sus entrañas a dos de los más afamados restaurantes del país vecino, el 58 Tour Eiffel (el 58 no es el número de la calle, sino la cantidad de escalones que necesitas ascender para franquear sus puertas) y el mítico Jules Verne con su estrella Michelín y que durante largos años estuvo dirigido por el excepcional Alain Ducasse.

Hoy la Tour Eiffel podría ser un vano recuerdo perdido en la memoria de los tiempos como el Templo de Artemisa en Efeso, el Coloso de Rodas, el Mausoleo de Halicarnaso o los Jardines Colgantes de Babilonia (by the rivers of Babylon) y es por ello qué, cuando veo o escucho a personas, personajes ilustrados o no, creadores de opinión políticos, periodistas, influeeeeeencers, tertulianos, forajidos, hoteleros, terraplanistas, deforestadores de la amazonia, cazadores de ballenas y otras gentes de mal vivir, pontificar (sin el menor atisbo de duda) sobre asuntos que escapan a sus capacidades y qué a buen seguro sobrevivirán a sus míseras existencias me pregunto qué tipo de malformación cromosómica deben padecer para poder tratar de sentar cátedra sobre temas, aspectos u obras de las que no tienen mayor capacidad de comprensión que un escarabajo pelotero del Himalaya.

La última, un casi expresentador de televisión casposo (porque se viste con capa) y la concejal de cultura del Ayuntamiento de Madrid diciendo que el último trabajo de Rosalía no tiene calidad. Malamente, tra, tra. Me gustaría vivir al menos 20 años más en plena disposición de mis facultades (escasas) mentales para poder comprobar quién se acuerda de Rosalía, y quién de Ramon García o de Andrea Levy. Y quién está Despechá.

No debemos olvidar qué en una era geológica prehistórica, allá por los mediados del siglo XX, Thomas J. Watson, a la sazón presidente de la poderosísima empresa IBM sentenció que en el mundo no había mercado para más de cinco computadoras. Un visionario el pollo.

Por este motivo permítete dudar de todo, no tomes ninguna premisa como cierta, curiosea, válida, mide, prueba y vuelve a empezar. En la vida como en el marketing digital orientado a resultados, todo está en constante evolución. Más info en www.mad-men.agency orgulloso miembro de MarkAting Meta Agencia.