Esta última semana tuve la suerte de asistir en Brooklyn NY a la boda de un buen amigo (God bless you Miquel) y me di cuenta de que sigo atesorando tics de paleto en mi comportamiento, pero que estoy progresando adecuadamente para tratar de corregirlos. El primero y más flagrante de todos ellos fue el de considerar que Brooklyn como barrio periférico tenía menos interés que la Gran Manzana a nivel cultural, social, hotelero, de shopping, arquitectónico y de lifestyle en general. César, Pompeyo y Craso error. Brooklyn bulle de vida efervescente por los cuatro costados y la gente más cool de la ciudad transita su encanto de auténtico newyorker por los rincones más trendy.

Mis cuñados y algunos otros invitados, yo no porque soy toooonto de capirote y no tengo remedio, se alojaron en un moderno y estupendo hotel en la calle Wythe, con unas breathtaking vistas al skyline de Manhattan y una maravillosa terraza dónde uno se sentía como DiCaprio en Titanic, el amo del universo. Me dejó completamente fascinado la conversión de uno de los tradicionales y enormes depósitos de agua que salpican las azoteas de New York (en el Williamsbourg Hotel), en un exquisito bar/mirador que quita el hipo.

Tras cenar con mis estimadísimos Aineta y Albertiño, en uno de los estupendos locales que engalanan el barrio, llegó el momento de demostrar mis insuperables dotes de paleto. Como se había hecho tarde y no había ningún taxi amarillo a la vista, Albertiño muy viajado y más cosmopolita que yo se ofreció a pedirme un Uber, a lo que nosotros accedimos de inmediato. Abrió la aplicación en su móvil, marcó el punto de origen y el punto de destino en los aledaños de Times Square dónde estábamos alojados y en breves segundo me indicó el importe del trayecto, la duración del mismo y qué en un minuto el coche estaría en nuestra localización. Y así fue.

Nos subimos ufanos en el coche, disfrutamos cómodamente del trayecto contemplando el anochecer de la ciudad que nunca duerme, y al llegar al destino, como si de un taxi convencional se tratara, le solté 50 bucks al conductor y le espeté “that’s right”, de una manera más que autocomplaciente. Cuál fue mi sorpresa cuando al día siguiente Albertiño me informó de que todas las operaciones con Uber se hacen mediante pago con tarjeta (jamás en efectivo), por lo que el conductor se debió quedar mirando pa’ Cuenca cuando comprobó que le había dado una propina por un importe superior al coste del viaje. En fin. (No entró aquí en detalles sobre si los conductores de Uber son los esclavos del siglo XXI o si la nueva economía tiene algunos de los peores rasgos de tiempos que creíamos superados desde el siglo XIX).

Yo que he subido (gateando el Uluru/Ayers Rock), he coronado la pirámide de Chichén Itzá, he navegado por la Bahía de Ha Long, correteado por un buen tramo de la muralla china, remontado el Nilo, recorrido el río Kwai a lomos de elefante, contemplado el Taj Mahal al amanecer y la incineración de cadáveres en el río Benarés, compartido la gran migración de cebras y Ñus en el Massai Mara, jugado a los dados en un antro de Patpong, pescado peces vela en Puerto Limón y atunes gigantes en Mauricio, he apostado en Las Vegas, me he deslumbrado con millones de luciérnagas incandescentes en el Amazonas y el Marañón, he atravesado la inhóspita Patagonia y me he embarcado en Punta Arenas en una singladura por los glaciares perpetuos de este paraíso austral, me he alojado en un palafito en las Maldivas y a pie de playa en las Seychelles, he comido insectos en Hanoi, moros y cristianos en la Habana, he bebido ron y bailado bachata en isla Catalina, he escuchado reggae auténtico en Kingston, me he emborrachado con curaçao en Aruba y recorrido en respetuoso silencio el cementerio de la Recoleta... Yo que he visitado los cinco continentes y he navegado por los siete mares. Yo que no he estado jamás en Algeciras, pero sí en Estambul, y en gran parte de las capitales europeas, sigo siendo un completo paleto y daría casi todo lo que sé por unas migajas de lo que todavía no he aprendido.

Uno empieza a morir cuando deja de tener interés por aprender. Evita los prejuicios y toma siempre tus decisiones en base a datos. ¿¿¿Mejor Brooklyn que Manhattan???. Por supuesto. Pero para poder tomar esa decisión antes hay que haberlas conocido y disfrutado a ambas. Si quieres tomar el pulso a la Norteamérica más vanguardista y dinámica, ya sabes o Brooklyn o cualquier sitio por debajo de Houston Street. Si lo que quieres es ir a Port Aventura o a un parque temático repleto de turistas descerebrados en short y chanclas, hordas de mujeres obesas devorando jarabes ultracalóricos, homeless en cada esquina y restaurantes con la peor comida basura que uno pueda paladear, déjate llevar a la zona de Times Square.

En el marketing digital como en la vida, todo está en permanente evolución. Lo que hoy parece moderno, mañana estará desfasado. Mantente atento, curioso y no dejes de aprender. Si quieres saber más www.mad-men.agency orgulloso miembro de MarkAting Meta Agencia.