Se acerca junio y todos o casi todos sabemos lo que eso significa ¿Qué empieza la operación bikini? Nooooo. Implica que vamos a tener que compartir ingresos con nuestra pareja de hecho (Hacienda) y que probablemente esto nos ocasione algún que otro disgusto financiero y una segura hernia fiscal.

Vayamos por partes. Primero una curiosidad. Como muy bien todos sabréis, el término 'bikini' para designar al traje de baño de dos piezas viene del Atolón de Bikini, situado en el océano pacífico occidental, en las Islas Marshall, dónde regularmente se realizaban ensayos nucleares desde 1946 (la cuna de Godzila). Ese término se lo agenció el avispado L. Reàrd al presentar su novedoso bañador y asegurando que causaría más impacto que las pruebas nucleares que allí se producían. La palabra Tanga viene del tupí brasileño, pero esa es ya otra historia.

Por lo que se refiere a lo que verdaderamente nos ocupa, la hernia fiscal, me ha venido a la cabeza una anécdota de la antropóloga Margaret Mead que, a la pregunta de "¿Cuál era el primer signo de evolución de la humanidad?", contestó: "Acepto sugerencias: el arte, la facultad de comunicarnos, pagar impuestos, la convivencia". No. El primer signo de evolución fue un fémur facturado y sanado.

Si un depredador altamente especializado se fractura un fémur en una cacería o a causa de un accidente, su destino está sellado. Los humanos somos una especie colaborativa y disponemos de unas reglas que nos permiten desarrollarnos, evolucionar y ocupar el escalón más alto de la pirámide.

En un entorno natural, si un mono acumulase más bananas de las que puede comer, mientras otros miembros de su misma especie se mueren de hambre, multitud de sesudos científicos estudiarían al acumulador para determinar que demonios pasaba con él. Cuando algún humano hace lo mismo, lo incluimos en el ranking de la lista Forbes.

Ha llegado el momento de pagar y como siempre los que más tienen desarrollarán estrategias de ingeniería financiera para no pagar prácticamente nada y seguirán acumulando plátanos, mientras los que viven de su salario deberán contribuir con una parte sustancial de sus ingresos para pagar un estado del bienestar del que en muchas ocasiones se sienten excluidos.

En esta última y turbulenta década hemos vivido una crisis de deuda y una crisis pandémica. Muchos pequeños y medianos empresarios (incluso alguno verdaderamente grande al que las crisis les pillaron con el paso cambiado), muchos comercios, muchas actividades se vieron arrasados por la marea y perdieron todos sus activos, sus ahorros y la ilusión y el trabajo de toda una vida.

La redistribución justa de la riqueza (una quimera) se ha ido degradando, imparable en occidente desde los años 80. En los albores de la explosión del turismo en Mallorca, hace ahora unos 40 años, el diferencial entre lo que cobraban los empleados y los altos ejecutivos estaba infinitamente mejor ajustado de lo que está en la actualidad. Hoy los empleados de las grandes corporaciones son material fungible y son consumidos y utilizados de la misma manera que los tóneres de las impresoras o los folios de las fotocopiadoras, mientras algunos monos no paran de acumular plátanos.

Durante las crisis antes citadas, grandes banqueros, grandes empresarios y grandes hombres de negocios (todos ellos muy grandes) apelaron insistentemente a la solidaridad y respaldo institucional para salvaguardar y/o rescatar sus emporios, mientras trataban de preservar al máximo la salud de sus saneadas economías. Al menor indicio de recuperación, ponían de nuevo el grito en el cielo, por lo que consideraban unos impuestos excesivos, unas subidas salariales que no se podían permitir sin ser muy conscientes de que las hernias fiscales que habían causado a los trabajadores eran las que les habían ayudado a capear temporales y tempestades.

Que el presidente de una gran compañía eléctrica (un gran acumulador de plátanos) llame tontos a sus clientes debería hacernos reflexionar y lo más lógico hubiera sido que al día siguiente de sus declaraciones, todos sus usuarios al unísono se hubieran llevado sus contratos a otra empresa de suministro eléctrico. Veríamos cuanto hubiera durado en su privilegiada posición.

El empoderamiento del cliente está llamado a convertirse en el arma de destrucción masiva que levantará y destruirá emporios e imperios. Quién domine la opinión pública y publicada dominará el mundo y eso lo sabe muy bien Elon Musk y por eso quiere Twitter. La palanca que le hará mover el mundo.

Si quieres saber más sobre marketing digital orientado a resultados o como el mundo que se asoma tras las cortinas no se parecerá en nada al que conocemos, ahora síguenos en www.mad-men.agency.