Si preguntáramos a cualquier persona sobre qué elementos son esenciales para nuestra vida respondería, casi con total certeza, que son: el agua, el alimento y el aire. Pocos o ninguno incluirán en esta limitada pero transcendental relación a la energía y sin embargo es ésta última la que determina – al menos en las sociedades mínimamente desarrolladas - el acceso a las dos primeras y la calidad del aire que respiramos.

En mi opinión la razón principal por la cual los ciudadanos ignoramos el valor inestimable de la energía es que se trata de una entidad “intangible” que nos permite generar movimiento, trabajo, calor y frío y cualquier proceso transformador de nuestro entorno, pero pesar de su enorme importancia la energía nos pasa desapercibida porque no la consideramos una finalidad en si misma sino un mero medio para obtener otros objetivos ansiados y ya transformados. Olvidamos, por tanto, que nuestra forma de vida depende al cien por cien de nuestro acceso a la fuente transformadora: la energía.

La tangibilidad de una materia tan esencial como la electricidad sólo se produce cuando sentimos los efectos de un incremento continuo de su precio de adquisición. Esto es lo que está sucediendo desde el pasado mes de julio y a fecha de hoy seguimos sin poder prever su ansiada caída en interés y necesidad de toda nuestra estructura social.

Es posible que algunas voces discordantes sigan argumentando que se trata de una situación meramente coyuntural y pasajera. Personalmente creo que los devastadores efectos económicos derivados de la fuerte volatibilidad de precios y tarifas energéticas deben resolverse con mayor premura y ahínco tras la decidida apuesta europea de una economía cien por cien eléctrica y descarbonizada, ya que alcanzado ese anhelado escenario los efectos de tarifas eléctricas desbordadas - como las actuales - resultarían aún más devastadores para cualquier tejido social.

Tras veinte años dedicado a la integración de la energía solar fotovoltaica a nivel masivo ( parques solares ) o de autoconsumo industrial, en pleno proceso de transición energética nacional y con la decidida apuesta institucional por convertir al archipiélago en islas cien por cien renovables creo que no existe otro camino viable para nuestra propia sostenibilidad económica que no sea apoyar decididamente la implantación real y material de las iniciativas públicas y/o particulares que incrementen nuestro porcentaje de penetración de la energía fotovoltaica en nuestro sistema eléctrico, como garantía no sólo de nuestra soberanía energética sino también como potencial dique de contención frente a los devastadores efectos de la volatibilidad de precios que ahora estamos constatando.

Más allá de consideraciones ideológicas – todas ellas plausibles – es evidente que la emergencia climática unida a la energética – como acabamos de constatar – debe unirnos a todos los ciudadanos, empresas y administraciones de las islas para alcanzar - cuanto antes – índices reales que acrediten que estamos evolucionando hacia nuestra propia resiliencia energética frente a cualquier posible eventualidad global, como la extrema volatibilidad de tarifas que estamos sufriendo y cuyas dramáticas consecuencias aún desconocemos en todo su alcance y profundidad.

Consiente de los perjuicios que todos hemos sufrido, les ruego mantengan presente la importancia de contar con un modelo energético que nos garantice abundancia, sostenibilidad y equilibrio tarifario a fin de poder acometer reformas estructurales como la movilidad y turismo sostenibles y sobre todo llegar a fin de mes sin costes ni mermas extraordinarias en nuestra economía familiar.

Recuerden, la Vida es Energía.