En pleno ecuador del verano, cuando despedimos a 'Julio' y damos la bienvenida al tórrido mes gobernado por 'Octavio Augusto', algunos tenemos la sensación de que los días se suceden en idéntico formato, ni Bill Murray en la antológica película “El sueño de la Marmota” ( 1993 ) sintió una experiencia tan insólitamente recurrente.

Desde hace meses amanecer supone enfrentarse a las estadísticas de contagios por la COVID, implantación o derogación de restricciones nacionales o internacionales, detalles de agresiones mortales sin razón aparente, número de asistentes a macro botellones y altas o bajas del ERTE, quizás por todo esto algunos nos enfrentamos a la sensación de que no existe mejor refugio que mantenerse ignorante bajo las sábanas blancas que todo lo cubren y nos separan de tamaña hostilidad.

Afortunadamente el aislamiento conduce a la introspección y en ese momento aparecen nombres como Bauman o Naomi Klein, autores que nos recuerdan que los que en apariencia son más afortunados suelen desconocer lo que sucede a su alrededor y fruto de esta situación la brecha económica se convierte en fiel reflejo de nuestra propia ignorancia sobre el estado actual de la cohesión social. Según Klein - “la Doctrina del Shok” - existe una auténtica estrategia política que promueve utilizar las crisis a gran escala para impulsar estándares que impulsen sistemáticamente la desigualdad y el progresivo debilitamiento de la mayoría, en pos de facilitar lo que algunos denominan “el secuestro democrático”.

Frente a este desalentador panorama, intelectual y fáctico a partes iguales, uno no puede sino refugiarse en su cotidianeidad más inmediata. Gracias a mi notable intrascendencia puedo relacionarme con toda suerte de personas y personajes, lo que me permite obtener mis propias conclusiones. 

La primera y principal es que nos hallamos ante una economía de extrema supervivencia. Nadie o casi nadie es ajeno a los devastadores efectos de la incertidumbre. A diario compruebo el compromiso de amigos empresarios por mantener vigentes sus estructuras mercantiles y sostener el empleo de sus trabajadores. Soy consciente de numerosos casos de empresas que mantienen su actividad no por obtener beneficios sino por mantener la dignidad vital de sus colaboradores y empleados, aún a sabiendas de que están más cerca de las pérdidas que del beneficio 0. De igual forma compruebo como muchos amigos trabajadores asumen con total compromiso y responsabilidad nuevas obligaciones incluso desdoblamientos de tareas con el ánimo de colaborar mano a mano con su empleador en la defensa de su propio puesto de trabajo. 

Según el estudio de la Fundación Berstelsmann ( 2019 ) España ocupa el puesto 28 en indicadores de Justicia Social y según la OCDE es el país donde más ha crecido la desigualdad en la última década, con una tasa de paro juvenil del 41%, que sigue creciendo por los efectos COVID. 

Es posible que estos datos nos ayuden a digerir o entender un poco mejor las oscuras noticias que - como Bill Murray recibimos cada día a la misma hora - pero en mi opinión lo mejor sería aprovechar las actuales circunstancias de emergencia, solidaridad y sinergia para promover cambios que nos permitan dejar de recibir cada día los mismos titulares o al menos hacerlo con menor cadencia.

La crisis COVID ha refrendado la necesaria interdependencia entre empleadores y empleados y la de ambos con todo su ecosistema socioeconómico; asimismo ha recordado a los poderes públicos su papel fundamental como actores económicos y sobre todo ha hecho reivindicado conceptos como solidaridad, apoyo y comprensión mutua, justicia y reciprocidad y lo más fundamental en todo ecosistema: intercomunicación, interrelación e interdependencia. 

Así pues, quedarse aislado bajo las sábanas no parece la mejor opción. Parece mejor levantarse, estrechar vínculos y empoderarse unos con otros para poner punto final a este inquietante Estado de Shock.