Si alguien le hubiera dicho a Andrey Rublev a su llegada a Madrid que dos semanas después se marcharía de la capital de España con su segundo trofeo de campeón de Masters 1.000, seguramente el ruso lo habría tomado por loco. En tierra, su peor superficie, y tras dos meses horribles, el moscovita desembarcó en el torneo sin apenas expectativas después de haber caído eliminado en primera ronda y sin ganar un solo set en sus cuatro torneos anteriores. Pero esta vez la Caja Mágica fue más mágica que nunca para sus intereses hasta llevarle en volandas a la final, donde se impuso en un partido agónico al canadiense Félix Auger-Aliassime (6-4, 5-7 y 5-7 en 2 h y 48 min) y volvió a sentirse tanto tiempo después un tenista ganador.

Justo en el año en el que se cumple dos décadas de la victoria de otro ruso, el ex número uno Marat Safín, en la capital de España, Rublev se sobrepuso a la fiebre con la que se presentó este domingo en la pista Manolo Santana para conquistar el primer título de la temporada. Y también, de paso, a sus demonios, esos que le habían hecho perder tres de las cuatro finales de Masters 1.000 que había jugado hasta hoy. Esos que nunca le han permitido, a pesar de que tenis tiene para ello, superar la ronda de cuartos de un Grand Slam pese a haber tenido nueve veces la oportunidad.

"Tengo que hablar muy bien de los doctores que me han permitido estar hoy jugando este partido. Gracias a ellos he podido competir hoy", reconoció al final del choque el ruso, aquejado de una gripe y que puede haber encontrado en este Mutua Madrid Open el punto de inflexión necesario en una carrera a la que le falta el último paso. Hasta él llegó tras dos meses horribles, descalificación mediante en Dubái por conducta antideportiva incluída. Y de él sale campeón y como número cinco del mundo a tres semanas del arranque de Roland Garros. No sin problemas, pero sí con garra, esa que tantas veces le ha faltado y de la que este domingo estuvo sobrado.

Jugador nervioso como pocos, de esos a los que en los momentos de la verdad les tiembla la mano, pronto se vio que hoy era uno de los días importantes que le cuestan tanto superar. Empezó el moscovita inmerso en una nebulosa, con dos dobles faltas en el juego inicial, que regaló a Auger-Aliassime. Hecho un manojo de nervios, y con síntomas del catarro del que ha estado aquejado durante los últimos días, Rublev se enredó solo y dio alas de inicio a su rival.

Al otro lado de la red estaba Aliassime dispuesto a aceptar otro regalo en una semana llena de buena suerte. Con las ideas muy claras salió el de Quebec, al que con mantener la compostura al servicio le servía. Volvió a romper, de hecho, aprovechando el desconcierto del ruso y dando lustre a su potente servicio puso tierra de por medio. Casi sin querer, Aliassime se vio 4-1 y doble break arriba y, a pesar de dudar al cerrar del set, consiguió cerrarlo.

Reacción en el segundo set

Mascullaba en su banquillo Rublev, con la mirada perdida, hasta que tomó las riendas de su juego y cambió el plan. Más positivo de actitud, empezó a regalar menos de fondo y a atacar el revés de Aliassime, su punto débil. Aumentaba la tensión en el candiense conforme avanzaba el set y se veía cerca de su primer gran título. Con un set arriba, planteaba el de Quebec el segundo parcial como lo hace el equipo de fútbol que se sabe inferior y acepta resolver la eliminatoria en los penaltis, en su caso el tie-break.

Un saque directo por aquí, un par de derechazos por allí... Así fue salvando juegos al saque con pinzas, jugando al límite, hasta llegar a su último turno de saque. Era solo salvarlo e ir al desempate, donde apoýándose en su servicio todo estaba al 50 por ciento. Y de repente, Auger-Aliassime sintió el miedo, ante un rival con fiebre, mucho más cansado y por momentos desencajado, cuando todo parecía listo para que el canadiense conquistara su primer título de Masters 1.000. Y los nervios que hasta entonces habían atenazado a Rublev volaron al otro lado de la red.

Tembló al saque Auger e igualó la final Rublev, que empezó a sacar su mejor versión, la pegadora. A derecha e izquierda, más suelto, empezó a sacar de la pista al canadiense en el set definitivo hasta quebrar en el mejor momento, en el 6--5, cuando no había tiempo de respuesta. Ahí firmó el 7-5 y volvió a sentirse campeón. Eso sí, no lo celebrará mucho, puesto que según confirmó su entrenador Fernando Vicente, "mañana tiene hora en el hospital para hacerse análisis".