El ciclismo tiene un sabor especial, aroma del que no gozan otros deportes. Es la gracia que permite anotar fechas para la historia... para recordar. Y sin duda, aunque la París-Niza solo sea la hermana pequeña del Tour, el 8 de marzo de 2023 pasará a la historia como el día en el que Tadej Pogacar sacó de rueda a Jonas Vingegaard, con un ataque tan salvaje como ambicioso, para tomarle 43 segundos en la cima de un monte que hasta ahora no tenía perigrí, la Loge des Gardes, y colocarse a la espalda el mismo ‘maillot’ que querrá llevar en los Campos Elíseos de París.

Es verdad que todavía faltan casi cuatro meses para el Tour y que lo que pasa ahora al igual nada tiene que ver con lo que suceda en verano. Pero es que Vingegaard venía de ganar todo en Galicia dando la sensación de que casi disponía de tiempo con relación al resto de rivales para tomarse una mariscada con un sorbo de Ribeiro.

Y también es cierto que Pogacar se había exhibido de tal manera en Andalucía para pensar que el duelo entre ambos en la París-Niza podía marcar esa historia que, precisamente, se produjo este 8 de marzo. Dos corredores al poder, pero con la consigna de que solo uno reinaría. Y este iba a ser Pogacar.

Etapa y liderato para el corredor esloveno después de un ataque tan feroz como brutal, tan bestia como salvaje, tan colosal como magnífico, un demarraje al que no pudo responder Vingegaard, pese a intentarlo, pese a tener al esloveno apenas a cinco metros cuando quedaba kilómetro y medio e instantes antes del penúltimo cambio de ritmo de Pogacar para sucumbir y entregarse al 'canibalismo' del corredor esloveno.

Fue un Pogacar al que todavía le quedaron fuerzas para rematar a David Gaudu, el ciclista francés más en forma de los últimos meses, en otro esprint final y en cuesta que se convirtió en la última exhibición del esloveno en un 8 de marzo de 2023 que ya forma parte la historia.

Tal fue la superioridad de Pogacar que se podría pensar que la París-Niza, aún con tres etapas de trazado montañoso, ya está sentenciada. Pero los campeones, y Vingegaard lo es, tienen ese don especial, como el día que Eddy Merckx, camino de Marsella, resurgió ante Luis Ocaña, en aquel Tour (1971) que el conquense habría ganado si no se cae en el col de Menté. Y así, contados ejemplos, pocos la verdad, pero que un superclase como Vingegaard puede ejecutar pese al incuestionable y fantástico Pogacar.