Entiendo que suficiente tiene nuestra ministra Irene Montero intentando evitar que se excarcelen violadores de por aquí y de por allá, como para andar ahora preocupándose por el debate que se ha abierto en el mundo del deporte tras la aprobación, este pasado 16 de febrero, de la ‘ley trans’ para la libre autodeterminación de género. Sobre el papel, y como siempre, todo muy bonito, pero en la práctica no han tardado en generarse los primeros problemas.

La evidencia me dice que Montero nunca ha practicado ningún deporte, o al menos no lo ha hecho en la alta competición, porque de ser así, a buen seguro habría tenido mucho más cuidado y atino a la hora de redactar una ley que supone una amenaza real para las atletas. El texto reconoce la voluntad de las personas como único requisito para cambiar de sexo en el registro a partir de los 16 años. El punto principal es la eliminación de la hormonación obligatoria y las evaluaciones psicológicas y médicas como requisitos. Pero ¿y qué pasa con el deporte? Pues que se abren de par en par las puertas para que el dopaje de género campe a sus anchas.

La ventaja del sexo masculino sobre el femenino en la actividad física es una evidencia y ahí no hay discusión. El nivel de testosterona, que en ellos siempre es más elevado que en ellas, provoca que los hombres sean más altos, tengan mayor masa muscular, mayor densidad ósea, pulmones más grandes y un corazón de mayor tamaño, que no por ello más bueno; evidentemente todo eso repercute en la capacidad cardiorrespiratoria, la fortaleza, la rapidez y también en la potencia -nada dicen de las neuronas-.

Sumado a todo ello, numerosos estudios también demuestran que las mujeres trans retienen una ventaja inherente a su sexo biológico, lo que provoca que no haya un campo nivelado entre rivales y tambalea los cimientos del sexo como característica objetiva, como lo han sido hasta ahora y lo siguen siendo la edad o el peso, en la creación de categorías en el mundo del deporte.

Con la simple declaración de autoidentificarse como mujer y reducir testosterona, un varón biológico puede estar robándole un podio a una mujer y desencadenando una discriminación en el deporte. Cada inclusión de una persona biológicamente varón supone la exclusión de una mujer de la competición o incluso del récord. Todo ello puede conducir a la desmotivación de la mujer en la rama deportiva, fuente de empoderamiento durante los últimos años.

La especialista en derecho deportivo Irene Aguiar desgranaba, sin ir más lejos, los siguientes datos en un análisis que comparaba lo que habría pasado si los últimos Juegos Olímpicos hubieran sido mixtos: El oro olímpico femenino en maratón habría finalizado en la posición 71. En triatlón hubiera sido la 49ª y en pruebas de atletismo como los 100 metros, los 400 o los 800, tan siquiera se habría clasificado para las semifinales.

Desconozco si la única solución es la creación de una categoría específica para las personas transgénero, pero entiendo que ese es trabajo del COI y de las diferentes Federaciones nacionales e internacionales. Evidentemente es su obligación garantizar su inclusión y participación desde el respeto y sin discriminación, pero también evitando ser injustos con el deporte femenino. A la persona biológicamente nacida como mujer no se le puede seguir privando del deporte femenino como tal. En la actividad física compiten los cuerpos, no sus identidades.