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HISTORIAS IRREPETIBLES

El topo que buscaba Severiano Ballesteros

El golfista español y el árbitro brtitánico John Paramor, fallecido la pasada semana, mantuvieron en 1994 una antológica discusión que acabaría por impedir al cántabro ganar el Volvo Masters

Paramor y Ballesteros, junto al agujero de la discordia.

El 30 de octubre de 1994 Severiano Ballesteros se enfrentaba a la oportunidad de conquistar por primera vez el Volvo Masters en Valderrama, la gran fiesta del Circuito Europeo que desde 1988 echaba el cierre a su temporada en el magnífico campo gaditano. Para el cántabro ganar allí era una de las cuentas pendientes que tenía en su brillante hoja de servicios. Parecía de justicia que la persona que había revolucionado e impulsado el golf en Europa consiguiese algún día la victoria en el trofeo más emblemático del circuito, en el más importante que se jugaba en España. Ese año el destino le concedió una oportunidad cuando casi nadie lo esperaba. Porque hacía tiempo que Severiano no era el mismo. Los problemas físicos en su espalda –consecuencia de haber sido un autodidacta toda su vida y no haber corregido ciertos aspectos de su juego a tiempo– convertían su vida en una tortura que se llevó por delante sus esperanzas de volver a reinar. Algo que devoraba por dentro a un hombre con su ambición y carácter, al chico de Pedreña que aprendió a jugar solo, de noche, cuando las puertas del club próximo a su casa echaban el cierre y él aprovechaba para colarse.

Pero aquella semana en Valderrama, en el campo que tres años después iba a albergar la Ryder Cup con Ballesteros al frente del equipo europeo, su juego volvió a fluir. Con constantes errores, un clásico en su carrera, a los que siempre encontraba solución con su ingenio alrededor del 'green'. Tanto fue así que el cántabro se colocó líder después de la tercera jornada con dos golpes de ventaja sobre el alemán Langer y el escocés Montgomerie. La última vuelta estuvo llena de tensión. Langer, que jugaba el penúltimo partido, fue el mejor y consiguió cerrar su participación con ocho golpes por debajo del par, el mismo resultado que tenía Ballesteros cuando estaba a punto de salir en el hoyo 18. “Monty” se había quedado fuera de la ecuación. Una multitud seguía el partido del cántabro, ansiosa por verle ganar en casa, en el torneo que tanto deseaba. Un 'birdie' le daba el triunfo, el par le conducía el desempate y cualquier otro resultado le entregaba el trofeo a Langer.

Salió Ballesteros. Mal, como acostumbraba, y la bola se fue en dirección a unos alcornoques que había en la zona derecha de una calle complicada y que ha sido protagonista de grandes y agónicos desenlaces en los torneos jugados en ese campo. La bola acabó completamente pegada a un árbol, imposible de jugar en dirección a la bandera. El cántabro caminó con gesto preocupado hasta que llegó al lugar. La posición no le concedía opción alguna, pero estaba al lado de un agujero y una pequeña montaña de tierra. Y vio la solución. Famoso por retorcer el reglamento al máximo (sus discusiones con los oficiales son historia de este deporte) Ballesteros entendió que tenía una vía de escape. Su argumento es que podía dropar sin ninguna penalidad porque, según él, aquel montículo de tierra era en realidad una topera y al tratarse de una alteración del terreno no natural el reglamento le concedía era posibilidad. Eso le dijo al árbitro de su partido que llamó de inmediato a John Paramor, el máximo responsable de esta parcela en el Circuito Europeo. El inglés, con uno de los bigotes más reconocibles del mundo del golf, ya era en 1994 una institución. Había jugado siendo joven, ejercido de 'caddie' un corto espacio de tiempo hasta que en 1976 entró a trabajar en la administración del Circuito Europeo. Un día agarró un reglamento y se puso a estudiarlo de forma compulsiva para convertirse poco a poco en uno de los grandes árbitros que ha tenido este deporte en las últimas décadas. Su rostro comenzó a ser habitual en los principales campeonatos. Era el responsable de buena parte de las modificaciones que el golf había experimentado en los últimos años y nadie como él para impartir justicia en un deporte donde las interpretaciones de las reglas son esenciales. Un tipo siempre afable, cariñoso cuando era necesario, pero implacable.

Ballesteros era famoso por retorcer el reglamento todo lo posible

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Ballesteros insistía en que la bola estaba sobre la madriguera de un topo o de cualquier otro animal. Paramor examinó con cuidado la zona y le dijo al cántabro que entendía perfectamente su argumentación pero que no podía concederle el dropaje si no había pruebas fehacientes de lo que estaba diciendo. Ballesteros presionaba a su manera. El lenguaje corporal, la mirada, el tono de voz… herramientas que había utilizado en muchas ocasiones para intimidar rivales y que puso una vez más en juego. Daba vueltas alrededor del árbol junto a Paramor que agachado trataba de tomar la mejor decisión. El tono se fue endureciendo hasta que el árbitro inglés decidió meter la mano dentro del agujero a ver qué encontraba. Cuando iba a hacerlo, Ballesteros le dijo: “Ten cuidado no te vaya a morder”. Paramor contuvo las ganas de reír (según propia confesión), sacó tierra de dentro y aunque no pudo descartar que efectivamente allí viviese algún animal, no tenía pruebas irrefutables de ello que es lo que le reclama el reglamento para tomar una decisión así. Después de más de veinte minutos con el juego parado y silencios cada vez más incómodos, Paramor le comunicó que no podía concederle el alivio que reclamaba. Seguramente hubiera podido tomar esa decisión mucho antes, pero el respeto reverencial que sentía por Severiano le llevó a dedicar más tiempo en busca de una evidencia que no aparecía por ningún lado.

–Vale, muchas gracias.

–Lo siento.

–Pues no lo sienta.

Fue el tenso final de la conversación que mantuvieron. Ballesteros jugó en dirección a la calle sin posibilidad de ganar demasiados metros con el árbol pegado a él, luego envió el tercer golpe al búnker y falló el 'putt' para salvar el par que le hubiera dado la oportunidad de jugar el desempate con Langer y, quién sabe, ganar el Volvo Masters. Ballesteros no tuvo clemencia. Furioso como en sus peores días cargó con dureza contra el responsable del arbitraje del Circuito Europeo: “Ha sido una venganza de Paramor” dijo preso de la ira. Dos semanas antes habían tenido un enfrentamiento también en un torneo en Múnich y desde hacía tiempo Ballesteros lideraba a un grupo de jugadores que era especialmente crítico con el funcionamiento del circuito del que Paramor era uno de sus responsables. Según explicó ante los periodistas, con las venas aún hinchadas tras la derrota, la decisión en el hoyo 18 de Valderrama se correspondía a una represalia personal.

Sin embargo, el comportamiento de Paramor en ese momento decisivo en Valderrama no hizo otra cosa sino fortalecer su prestigio en el mundo del golf. Había tomado una decisión objetivamente justa pese a que a su alrededor había una enorme presión para que atendiese la reclamación. Ballesteros, el público, Valderrama, el golf español… era sencillo dejarse llevar por el ambiente y tomar una decisión políticamente correcta. Pero hizo su trabajo y luego recogió la furia de quien más de una vez calificó como “su héroe”. Porque Paramor adoraba a Severiano y, como tantas personas del mundo del golf, sabía perfectamente que ese deporte en Europa no habría sido lo mismo si aquel hijo de un agricultor cántabro no hubiese seguido el camino marcado por sus hermanos mayores.

Aquella tormenta duró un tiempo y aún tuvo alguna consecuencia más porque un año después Paramor le sancionó por “juego lento” en Italia lo que reavivó la vieja discusión de Valderrama. Ballesteros bramaba y el árbitro inglés aguantaba el chaparrón sin abrir la boca. Era su trabajo y además entendía que lo que más encendía a Ballesteros era saber que nunca volvería a ser el mismo jugador. Aunque no dejase de intentarlo ni un día.

Paramor decidió en 2020 que había llegado al fin de su etapa como árbitro y anunció su retirada, algo que el Circuito Europeo lamentó. El día de su adiós, al ser preguntado cómo quería que le recordasen los jugadores, aseguró que “me gustaría que lo primero que les viniese a la cabeza fuese una sonrisa y que a continuación dijesen ‘fue justo’. Nada más”. Esta semana John Paramor falleció debido a un cáncer que solo conocía su familia, lo que dejó de piedra a buena parte de los golfistas que la acompañaron en su carrera. En un obituario publicado estos días en Inglaterra Andy McFee, un compañero del arbitraje que se había retirado al mismo tiempo que él, bromeaba diciendo que cuando llegue al cielo al primero que va a encontrar es a Severiano para darle un abrazo e recordarle que el montículo de tierra de Valderrama lo había hecho un topo.

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