No solo Rafa Nadal ha tenido que hacer frente al talento de Roger Federer o a la ambición de Novak Djokovic, o al empuje de nuevas generaciones que ocasionalmente han irrumpido de forma prometedora en el circuito; el manacorí ha tenido que lidiar casi permanentemente, y al mismo tiempo, con los contratiempos físicos que con más frecuencia de lo deseado han trastocado su recorrido.

La dolencia en la cadera que ha condicionado su paso por el presente Abierto de Australia y que precipitó su derrota ante el estadounidense Mackenzie McDonald es una más entre las vivencias deportivas desagradables del ganador de veintidós Grand Slam. «Yo procuro no ser fanático de nada. Ni de mi sobrino ni de nada. El que es fanático es una persona cerrada. ¿Quién es el mejor? Es algo difícil de determinar. El que logra jugar a más alto nivel puntualmente, el que gana más títulos... Si mi sobrino no se hubiera lesionado tanto, y no es amor de tío, hubiese sido el mejor. Hay muy poca diferencia entre Nadal, Djokovic y Federer», ha dicho más de una vez Toni Nadal, mentor durante gran parte de su carrera del actual número dos del mundo.

Nadal se aferró a la pista hasta el final de su encuentro con el tenista californiano de 27 años, con una sola final, perdida, hace dos temporadas en Washington, en toda su carrera. Y es que no suele ser partidario el mallorquín de dejar a medias un encuentro. De abandonar. Había sido tratado en la pista y después, en los vestuarios, de una dolencia que le incomodó desde el séptimo juego del segundo set.

Sabe el balear que tiene la derrota cerca. Que no hay solución. Pero prefiere ir al límite antes de bajar de un partido en marcha. Nada tiene que ver el arranque de este 2023 con el de hace un año cuando tuvo una inicio impecable con veinte victorias seguidas y tres títulos del tirón, incluido el primer Grand Slam del curso. Una mitad primera mitad de 2022 extraordinaria que nada tuvo que ver con lo que llegó después, desde Wimbledon, cuando una rotura en el músculo abdominal le obligó a dejar la competición. Sacó adelante su encuentro de cuartos. Pero no compareció ante el australiano Nick Kyrgios en semifinales.

Y es que los contratiempos físicos han sido compañeros de viaje habituales de Nadal. De hecho, se ha perdido, al menos, una docena de torneos de Grand Slam por culpa de las lesiones: no jugó Roland Garros en el 2003 (una lesión en el codo), ni en el 2004 por una fractura por estrés en el escafoides que le obligó a bajarse también ese año de Wimbledon. Una lesión en el pie izquierdo le apartó del Abierto de Australia del 2006 y en el 2009 la tendinitis le impidió formar parte de Wimbledon 2009. No jugó el Abierto de Estados Unidos del 2012 por una dolencia en la rodilla izquierda y en el de Australia del 2013 fue un virus el que retrasó su puesta en marcha esta temporada.

En el Abierto de Estados Unidos del 2014 no pudo participar por una lesión en la muñeca derecha y una dolencia en la muñeca izquierda le dejó sin formar parte del cuadro de Wimbledon en 2016. El pie izquierdo fue el que más recientemente le ha tenido a maltraer. Por su culpa no disputó ni el Abierto de Estados Unidos del 2020 ni Wimbledon 2021 ni el Abierto de Estados Unidos 2021.

Pero además, en otros tantos torneos y ediciones de Grand Slam el ahora número seis del mundo -con la derrota en Melbourne baja cuatro posiciones- no ha podido ejercitarse en condiciones optimas y aunque se mantuvo en pista y acabó los encuentros con derrotas, jugó mermado, con evidentes dificultades físicas.

Especialmente llamativa fue la final del Abierto de Australia del 2014 cuando partía como favorito ante el suizo Stanislas Wawrinka. Hasta que la espalda dijo basta. Aguantó, tiró de épica. Pero no le dio para ganar. Tenía el título en la mano, un nuevo Grand Slam, y no llegó. Ya jugó lastrado en el Abierto de Estados Unidos del 2007 y del 2009, superado por David Ferrer en el primero y por Juan Martín del Potro en el siguiente. Y en el Abierto de Australia del 2010 y del 2011 por culpa de la rodilla izquierda y batido por Andy Murray, y por los músculos isquiotibiales, respectivamente.

O en Wimbledon en el 2012, en la rodilla izquierda batido por el checo Lukas Rosol. En Roland Garros 2016, uno de los que no ganó, tuvo que retirarse del torneo en la segunda ronda. No compareció al choque contra Marcel Granollers a causa de la muñeca izquierda. La misma dolencia que le condicionó, meses después, en el Abierto de Estados Unidos de ese año en el transcurso del encuentro ante Lucas Pouille.

En el Abierto de Australia del 2018 fue notoria la lesión en el cuadríceps derecho y se tuvo que retirar en el quinto set del partido contra Marin Cilic. Y en el Abierto de Estados Unidos de ese mismo año fue la rodilla derecha la que le condicionó en semifinales. Abandonó frente a Juan Martín del Potro.

Más recientemente, en el 2021, la espalda le impidió hacer frente a Stefanos Tsitsipas en el Abierto de Australia y meses después tampoco estuvo al cien por cien en Roland Garros, dañado en el pie izquierdo, y cayó ante Djokovic en semifinales. La penúltima, antes de esta en Melbourne, en la cadera, el músculo abdominal en el pasado Wimbledon, que truncó la segunda parte del curso.

«No podemos engañarnos con un discurso optimista. Yo quiero seguir jugando al tenis, pero mis sensaciones son malas. Es muy difícil coger la forma si se tienen continuamente parones. Necesito evitar que el tiempo fuera de la pista sea largo. He pasado siete meses casi sin jugar y no puedo estar otra vez mucho tiempo fuera. Sería difícil encontrar el ritmo y volver a ser competitivo», dijo Nadal tras su adiós en Melbourne. Impedido, condicionado. Una más. 

Nadal y el lastre de las lesiones

Nadal y el lastre de las lesiones DM