El resultado, por una vez, era lo de menos. El mundo del tenis despidió ayer a uno de sus buques insignia, Roger Federer, como merecía la ocasión. En un escenario de primer nivel, un O2 Arena de Londres a reventar; formando pareja el suizo junto a su amigo y mayor rival de su carrera, Rafel Nadal; en compañía de un equipo europeo de excepción, con Novak Djokovic a la cabeza, y con dos capitanes de leyenda, el sueco Bjorn Borg y el norteamericano John McEnroe, que a finales de la década de los 70 protagonizaron una rivalidad a la altura del suizo y el mallorquín.

El último baile de Federer fue una fiesta. Era lo que quería el ganador de veinte grandes. Se retira con 41 años tras una carrera que cualquier mortal hubiera firmado en sus inicios. La derrota ante los norteamericanos Jack Sock y Frances Tiafoe por 4/6, 7/6(2) y 11-9 fue una anécdota. En un ambiente festivo, con la presión justa, Federer y Nadal se lo pasaron en grande. Demostraron en la pista su gran complicidad, dialogando tras cada punto, exhibiendo una gran sonrisa en determinados momentos de un partido que no pasará a la historia por su belleza y emoción pero sí por ser el último de los más de 1.500 que ha disputado el de Basilea a lo largo de su inigualable carrera.

Nadie diría, viendo a Federer y Nadal pasándoselo bomba, como si fueran amigos de la infancia, que han protagonizado en las dos últimas décadas duelos tan maravillosos como tensos, que han dejado huella. Desde el primero en Miami en 2004, cuando el suizo, número uno, descubrió a un joven imberbe que iba a marcar su carrera, para lo bueno y para lo malo, y que le ganó por un doble 6-3; hasta los duelos en Wimbledon, en 2006 y 2007, con victorias del suizo, y sobre todo la final de 2008, el primer triunfo del mallorquín en el grande de hierba y considerado por muchos como el mejor partido de la historia. Por no recordar los desiguales partidos que protagonizaron en Roland Garros, con la cumbre del 6/1, 6/3, 6/0 de la final de 2008. Todo esto ya es historia, historia grande del tenis, del deporte.

Pero por encima de los datos está el deportista, la persona. Se despidió ayer un caballero, el señor de las pistas. Rebelde en su juventud, con roturas de raquetas y malos gestos, Federer supo transformarse con la edad y pasó a ser todo lo contrario. Siempre elegante, en el juego y en su comportamiento, supo aceptar las derrotas, solo 275 en su carrera, como parte del deporte. Entendió que no siempre se puede ganar, y ganó mucho.

Federer, que jugaba con Nadal por segunda vez tras la primera edición de la Laver Cup en 2017, jugó por última vez un partido oficial. Perdió, pero qué más da, sirviendo y voleando como los ángeles. Una despedida prácticamente perfecta.