Sin lanzadores no hay paraíso. No vale solo con tener a un velocista llamado Sam Bennett para que se anote en Breda, en los Países Bajos, la segunda victoria consecutiva en una ronda española que hasta ahora solo se ha movido al compás del entusiasta público neerlandés. Hay que disponer de lanzadores, ciclistas que colocan al hombre rápido a 100 metros de la línea de llegada, el que a su estela se sitúa en posición ventajosa para anotarse el triunfo ante el delirio que se levanta en la despedida holandesa de la Vuelta. Y el de Bennett se llama Danny Van Poppel, hijo del gran Jean-Paul, uno de los mejores esprinters a finales del siglo pasado.

Poco ha resuelto en lo deportivo la visita de la Vuelta a tierras neerlandesas. Sucedió igual en Dinamarca, cuando el Tour partió lejos de su lugar de origen: mucho público, con delirio parecido al de los Países Bajos, una contrarreloj y dos días de esprint, donde las figuras corrieron igual que aquí, cruzando los dedos y mirando a doquier, no fuera caso que se fueran al suelo y dijesen adiós antes de tiempo, como le pasó al líder del Israel, el canadiense Michael Woods. Era la única opción que tenían para destacar en la general y tratar de evitar el descenso. 

Ahora el conjunto israelí solo dispone de un Chris Froome, que se cita con la historia, que ha ganado cuatro Tours, dos Vueltas y un Giro, con el que es más fácil hablar ahora, sin presión, que cuando era el astro allí donde acudía, pero que deportivamente está a años luz de aquel corredor todopoderoso.

Por eso, cuando los ciclistas se muevan entre carreteras vascas, a partir del martes, en Vitoria, respirarán más tranquilos con otro público que también se entrega a los corredores, no con la salvajada de ambiente que se ha vivido en Holanda, pero sí llenando sus carreteras y abarrotando los pueblos por los que pasa la carrera. Porque en cualquier isleta -en los Países Bajos a diferencia de Francia predominan más este tipo de obstáculos que las rotondas- podía llegar un disgusto, porque de repente la carretera se estrechaba, porque cambiaba la dirección y soplaba el viento que podía poner en jaque a cualquier despistado que quisiese encontrar un poco de calma en la parte trasera del pelotón.

Este lunes no hay etapa, solo traslado, que no es poco, desde Breda a Vitoria cruzando toda Francia o volando con algo más de sosiego. A partir de ahora cambiará la forma de ver las cosas en el pelotón de la Vuelta. Difícilmente el Jumbo, el conjunto de Primoz Roglic, se entretendrá cambiando cada día de líder, primero dos representantes locales, para contentar al patrocinador que es holandés como el público protagonista hasta ahora (Robert Gesink y Mike Teunissen) y este domigo al italiano del grupo, Edoardo Affini, representante de un ciclismo transalpino que rueda por las carreras desaparecido en combate y que está en todos los frentes mucho peor que el español.

La crisis italiana

Desde que el corazón de Sonny Colbrelli se detuvo unos instantes en la meta de Sant Feliu de Guíxols, en la primera etapa de la Volta de este año, se han quedado sin esprínters a nivel internacional. Colbrelli difícilmente volverá a competir. Pero es que Italia tampoco dispone de figuras con las que por lo menos destacar en las generales como hacen Enric Mas y Mikel Landa, ni jóvenes con la calidad de Juan Ayuso y Carlos Rodríguez. Por si fuera poco, el 'Tiburón', Vincenzo Nibali, ya está en fase de despedida y corre su última Vuelta.

193 kilómetros hubo entre Breda y Breda, salida y llegada al mismo lugar, con fuga consentida, con los pelos de punta en cada estrechamiento de la carretera, con público para dar y vender y con sentencia al esprint como estaba anunciado. El martes, todo cambiará en Euskadi.