Sentado en el segundo banco de piedra que abre el paseo de las Estatuas del Retiro por la avenida Alfonso XIII, el atormentado pensamiento le condujo a un juramento: "Si no triunfo me suicido". Poco antes había conocido a Raimundo Saporta, hombre de confianza de Santiago Bernabéu, que durante un viaje a Alicante no le quedó otra que plegarse a la insistencia de un jovencito bajito y comprometerse a buscarle algún hueco en la sección de baloncesto del Real Madrid el día que apareciera por la capital de España.

Corrían los años 50 y aquel bajito de piel tostada que respondía al nombre de Pedro Ferrándiz no solo se había enamorado hasta la extenuación del baloncesto tras topar por casualidad con un improvisado partido en el hall del cine Avenida, en plena Rambla de Alicante, sino que a partir de ese momento se empeñó en aprender todos sus secretos de ese deporte para convertirse en entrenador y destacar en todos y cuantos torneos locales disputara.

Alicante pronto se le quedó pequeño. Reunió dos mil pesetas prestadas e hizo las maletas para viajar a Madrid confiando en que Saporta cumpliría su promesa. Mientras el directivo madridista le buscó acomodo, entró como secretario de Manolo Martínez, un campeón de España de natación que, tras acabar su carrera deportiva, manejaba hilos en Educación y Descanso.

Finalmente, Raimundo Saporta le brindó una oportunidad como organizador y torneos de baloncesto de base patrocinados por Cervezas Mahou, cargo que le sirvió para posicionarse a la espera de encontrar un hueco en algún equipo.

El cielo se abrió poco después. La baja inesperada del técnico del equipo infantil le sirvió en bandeja la oportunidad de entrenar. Y a partir de ese momento no hizo otra cosa que ganar.

Para ello, subiendo cada año un peldaño hasta llegar al primer equipo, no solo se limitó a entrenar, sino que actuó como director deportivo fichando a los jugadores que formaron bajo su disciplina.

Así llegó arriba, acumulando éxito tras éxito con la confianza de Bernabéu y Saporta, cada vez más entusiasmados con un técnico que al final de su carrera colocó en las vitrinas del Real Madrid cuatro copas de Europa y doce ligas, números que ningún otro entrenador hasta el momento ha podido alcanzar.

De su mano llegaron figuras como Emiliano, Brabender, Morrison, Lolo Sainz, Luyk, Cabrera, Cristóbal, Corbalán, Walter Sczerbiak y tantos otros que, como él, acabaron convirtiéndose en leyendas del madridismo.

Con todo, Ferrándiz, el técnico más laureado de la historia del club blanco, no solo destacó por sus numerosos títulos (un total de 27 incluyendo las Copas de España) sino por su espíritu innovador y por ser un visionario del baloncesto.

Suya fue la invención de la autocanasta, que obligó a la FIBA a cambiar el reglamento, cuando un 18 de enero de 1962 ordenó ejecutar en pista una acción que días antes del partido creyó que podía ser crucial en el resultado de una eliminatoria europea. Aquello sucedió en Italia, en un partido de ida de octavos de final de la Copa de Europa ante el Varese. El final del encuentro llegaba con un resultado ajustado (empate a 80 a falta de dos segundos). Ferrándiz había perdido por lesión o exclusión a sus mejores hombres (Higthower, Morrison, Emiliano...) y una más que probable prórroga podía servir en bandeja un resultado letal a favor de los italianos. Ante ello, el técnico pidió un tiempo muerto y ordenó ejecutar el plan trazado con antelación: Lolo Sainz entregaría la pelota a Alocén y este la introduciría en la canasta propia para dar una ventaja mínima al Varese que evitara la prórroga y sirviera la remontada en el partido de vuelta a celebrar en Madrid una semana más tarde.

Los atónitos italianos, que comenzaron riéndose por lo que consideraron un inaudito error, no tardaron en darse cuenta de la treta, pero cuando llegó ese momento el plantel blanco, al completo, estaba abandonado la pista en dirección al vestuario.

La autocanasta dio el resultado anhelado: el Madrid ganó por 18 en la vuelta y llegó a la final que perdió ante el Dinamo Tbilisi. La FIBA prohibió, a partir de entonces esa acción, bajo multa de 1.000 dólares y expulsión de dos años. Pero como tantas veces a lo largo de una fructífera carrera que le vería ganar cuatro Copas de Europa, Ferrándiz había sido el más listo.

Incluido en Naismith Memorial Basketball Hall of Fame de la NBA, dirigió el equipo blanco de baloncesto en 490 partidos, durante 13 temporadas que se repartieron a lo largo de varias etapas entre 1959 y 1975.

Poco después de retirarse, recibió una oferta del FC Barcelona, pero su fidelidad por el Madrid le llevó a despreciar la oferta con cierta dosis de sorna. "Me llamó un directivo del Barça y me hizo una oferta. Cuando escuché la cantidad -desorbitante en aquel momento- le pregunté: Pero eso es al mes o al año, así que me colgó el teléfono y nunca más supe de él", recordaba Ferrándiz haciendo gala de su madridismo a ultranza.

Además de ocupar el banquillo merengue en su etapa más gloriosa, Pedro Ferrándiz también llegó a ser entrenador de la selección española, en un breve periodo entre 1964 y 1965.

Siendo un bebé de pocos meses, entró en los brazos de su madre con cuarenta de fiebre en la Concatedral de San Nicolás durante uno de los bombardeos que padeció Alicante en plena Guerra Civil. Tras salir con vida, sonriente y en buen estado del recinto religioso, la madre lo consideró bendecido.

Y, evidentemente, tampoco tuvo que cumplir su juramento de suicidio en el Retiro madrileño. Durante toda su vida deportiva Ferrándiz no hizo otra cosa que acumular éxitos.