Grandioso, monumental, maravilloso. Pónganles los adjetivos que deseen. En un partido inolvidable de cinco horas y 24 minutos, Rafa Nadal ha conseguido su segundo Abierto de Australia y su 21 título de Grand Slam, el primer tenista que lo consigue y que le convierte en el mejor de la historia. Deshace así el empate que parecía inamovible y que mantenía con las otras dos leyendas de la raqueta, el suizo Roger Federer y el serbio Novak Djokovic. El resultado del partido contra un gigantesco Daniil Medvedev explica muy bien lo que se vivió en la Rod Laver Arena: 2/6, 6/7(5), 6/4, 6/4 y 7/5. Es la séptima vez en la historia del tenis que un jugador remonta dos sets en finales de Grand Slam. Y en una de ellas ya figura Nadal en uno de los pocos registros que le quedan por obtener.

Tras estar prácticamente parado medio año por su lesión crónica en el pie izquierdo -”tengo el escafoide partido en dos”, explicó Nadal para situar la gravedad de la situación que está viviendo, lo que ha protagonizado en la mañana de este domingo el mallorquín queda para la historia del tenis, del deporte, un ejemplo de vida. Sus victorias quedarán en un segundo plano por el legado que dejará, de honestidad, de saber comportarse en los mejores y, sobre todo, en los peores momentos; y por el respeto a su profesión, a su deporte, que se lo ha dado todo, pero también él le ha regalado todo lo que tiene. Literalmente, ha resurgido de sus cenizas porque nadie daba un euro por verle levantar de nuevo un trofeo, y posiblemente él el primero. Estamos ante un deportista ejemplar, único, entre los más grandes de todos los tiempos, a la altura de Jordan, de Messi, de Muhammad Alí, de Merckx y de tantos otros. Camino de los 36 años pelea como si tuviera 18, como si todavía tuviera pendiente comerse el mundo. Esa es posiblemente, su maestría en la pista al margen, una de las claves que explican su longevidad. Su ambición, su hambre para seguir ganando. Acaba de levantar el título 90 de su carrera, y que nadie dude de que alcanzará los cien siempre que la salud le respete.

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Los 21 Grand Slams de Rafa Nadal

El partido ha sido para guardar y enseñarlo en las escuelas de tenis. Los dos protagonistas han mostrado una actitud encomiable durante todo el partido. Ninguna queja, ningún lamento. Solo alguna protesta de Medvedev, con toda la razón del mundo, cuando algún espectador gritaba en momentos críticos del partido. El primer set fue prácticamente un paseo para el ruso, número dos del mundo, un parcial sin apenas historia para lo que vendría después.

El segundo se ha resuelto en la muerte súbita, que ha perdido Nadal de manera increíble. Y es que tuvo el parcial en su mano cuando, con 5-3, servía para llevarse el set, incluso disfrutando de una pelota para anotarse esta segunda manga, que desperdició. En el tie break se ha repetido la jugada. Nadal se ha puesto de nuevo 5-3, a dos pelotas de igualar el partido, pero Medvedev se ha apuntado cuatro juegos de forma consecutiva para poner un 2-0 en el marcador que parecía prácticamente definitivo. Nadal acusaba su falta de efectividad en el primer servicio (un 53 por ciento en los dos primeros sets), demasiada ventaja ante un rival que servía con un 83 por ciento de efectividad en los primeros servicios. Pero Nadal ha vuelto a demostrar que nunca hay que darle por muerto hasta que el rival no consigue la pelota de partido. Como si de un encuentro nuevo se tratara, el de Manacor aplicó la táctica de Diego Simeone, partido a partido -punto a punto en este caso- y esperar para ver si se le presentaba una oportunidad de engancharse al partido. Vaya si se enganchó.

En el tercer parcial, el campeón de ya 21 grandes -qué bien suena-, asumió riesgos. No le quedaba otra. Empezó a hacer más dejadas, que se le atragantaron a su rival. Puso pelotas más ajustadas a las líneas y mejoró ostensiblemente su servicio. Pese a esta mejoría, Medvedev tuvo el set, y posiblemente el partido, en sus manos, cuando con 3-2 a su favor, desperdició un 0-40, tres pelotas para el 4-2 que hubiera sido prácticamente definitivo. El que sí rompió fue Nadal en el noveno juego para conservar en blanco su servicio. Set para Nadal. Había partido.

El esfuerzo empezaba a hacer mella en los jugadores, sobre todo en Medvedev, que pidió al fisio para que le diera masajes en los isquios. Nadal, con diez años más que el moscovita, parecía más fresco a medida que avanzaban los minutos. El mundo al revés. En el quinto juego rompió por segunda vez y se llevaría el set, de nuevo por 6/4. El título se decidiría en un quinto set que iba a resultar épico.

La manga definitiva fue un carrusel de emociones. Con los dos tenistas exhaustos, sin mostrar sus sentimientos por agotamiento, Nadal dio primero en el quinto juego al romper el servicio de su rival. Después de casi cinco horas de partido, el mallorquín se ponía por primera vez por delante en el marcador. Cada punto, cada juego, era una agonía. Nadal defendía su ventaja al límite ante un rival encomiable, que nunca dio su brazo a torcer, ni aún en los peores momentos. Medvedev, apoyado todo el partido en un revés espectacular, posiblemente el mejor del circuito, aprovechó su oportunidad y, cuando Nadal servía para llevarse el partido -se colocó a dos puntos de la victoria-, el ruso igualó para desesperación de una grada que desde el primer minuto se decantó por Nadal.

Como el campeón que es, Nadal le devolvió la moneda en el juego siguiente y se dio una nueva oportunidad. Y esta vez sí, salió cara. El resto de Medvedev con 40-0 para el mallorquín se fue a la red. Nadal, agotado, lanzó la raqueta al suelo y no sabía si reír o llorar. Acababa de conseguir una de las mayores gestas de la historia del deporte. Había remontado un partido imposible ante un rival grandioso, lo que convierte en más meritorio su triunfo. Definitivamente, Nadal es eterno. Con esta victoria se insufla de energía para afrontar nuevos retos, el siguiente la reconquista de Roland Garros. Pero esta es otra historia. El mejor jugador de todos los tiempos ha vuelto. Y parece que para quedarse. Hay cuerda para rato en un campeón de leyenda que se resiste a arrojar la toalla. Larga vida a Nadal.