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HISTORIAS IRREPETIBLES

El combate del siglo

Hoy se cumplen cincuenta años del primero de los tres enfrentamientos entre Muhammad Ali y Joe Frazier, una pelea que se convirtió en todo un acontecimiento mundial

Frazier lanza un golpe ante Ali

Diciembre de 1970 en el Madison Square Garden. Muhammad Ali acababa de vencer con facilidad al argentino Ringo Bonavena. Desde lo alto del ring, con los micrófonos y las cámaras apuntándole, con su habitual e incontenible verborrea, comenzó a gritar “ahora quiero a Joe Frazier, ahora quiero a Joe Frazier”. Y el mundo entendió que después de muchos años de ansiosa espera había llegado el momento para el soñado combate entre los dos gigantes de su tiempo.

El combate con Bonavena era el segundo que Ali había disputado después de su sanción de tres años. En 1967 la Oficina de Reclutamiento de Houston le había llamado en varias ocasiones para alistarse en la Guerra de Vietnam. El púgil se había opuesto frontalmente al conflicto con el argumento de que “ningún vietcong me ha hecho nunca nada, ninguno me ha llamado negrata”. Le detuvieron, le pusieron una fuerte multa, le retiraron los cinturones de los pesos pesados que él había unificado en 1964 tras vencer a Sonny Liston y le prohibieron pelear durante cinco años (castigo finalmente reducido a tres).

Mientras tanto, Joe Frazier aprovechó la ausencia de Ali para ascender al trono del boxeo mundial. Un camino sencillo para quien había sido campeón olímpico en 1964 en Tokio. “Una máquina de guerra” le había bautizado el escritor Norman Mailer, autor de algunas de las crónicas y libros más grandes de la historia de este deporte. Pequeño para su peso, pero dotado de unos brazos como troncos y una potencia pocas veces vista. “Smokin” Joe le llamaron, el “humeante” Joe. Frazier, dos años más joven que Ali, había arrasado durante aquellos años a todo el que se había cruzado con él. Llegó a 1970 invicto, como campeón del mundo, aunque sabía perfectamente que nadie le consideraría como tal hasta que subiese a un ring para enfrentarse y derrotar a Muhammad Ali.

Inmediatamente comenzaron las negociaciones entre Angelo Dundee y Yancey Durham, los hombres que desde el primer día conducían las carreras de Ali y Frazier. Pactaron que la pelea se celebraría el lunes 8 de marzo de 1971 en el Madison Square Garden de Nueva York y que ambos se repartirían a partes iguales los cinco millones de dólares que había de bolsa. Las cifras que rodeaban el combate alcanzaron un nivel que hasta el momento no había conocido el boxeo. Y por si fuera poco, los siguientes tres meses no hicieron otra cosa que alimentar el ansia de los aficionados. Especialmente gracias a la palabrería de Ali que tuvo un comportamiento muy discutible en aquel momento. Dicen que todo comenzó con unas declaraciones de Frazier en las que dijo que “Clay es bueno, pero no lo suficiente para escapar”. No se sabe si intencionadamente aludió a su rival por el nombre que tenía antes de abrazar el Islam. “Classius Clay era el nombre de un esclavo, Muhammad Ali es el de un hombre libre” se había justificado el de Louisville. La cuestión es que Ali se tomó aquella frase de la peor de las maneras, como una ofensa personal. Empezó entonces a maltratar a Frazier en público. Le llamó feo, ignorante, gorila y “Tío Tom”, uno de los peores insultos que un negro podía lanzarle a otro, el que describe a los que se mostraban serviles con los blancos y aceptaban la discriminación racial. Frazier no merecía posiblemente ese trato. Ali había olvidado demasiadas cosas de golpe. Porque después de que recibiese la suspensión de tres años sin pelear Joe siempre estuvo a su lado. Le prestó dinero, intercedió por él ante Nixon y la Comisión de Boxeo y nunca se escondió a la hora de defender a su compañero de profesión. La familia de Frazier procedía de los complicados estados surenos. Su abuelo fue esclavo y sus padres, unos modestos granjeros. El pequeño Joe comenzó a trabajar en el campo con apenas doce años donde su fuerte complexión tenía asombrados a sus vecinos. En el colegio había compañeros que le pagaban para que los acompañase de vuelta a casa y evitar así el acoso de los matones de turno.

La guerra de declaraciones animó lo que la prensa bautizó como “la pelea del siglo”. Subieron el precio de las localidades y de la venta de los derechos de televisión. El país se dividió por completo. El discurso insistente de Ali germinó en la opinión pública. Se compró aquello de que la pelea suponía el enfrentamiento entre un “negro bueno y un negro malo”. “Cualquier negro que apoye a Frazier es un traidor” llegó a decir el incontenible púgil de Louisville. Los blancos y los votantes republicanos se pusieron del lado de Frazier, la comunidad negra y los demócratas mostraban su firme apoyo a Ali.

El Madison se llenó de caras conocidas y de famosos que hicieron lo imposible por estar lo más cerca posible del ring donde se iban a encontrar dos hombres que acumulaban sesenta combates sin derrota (31 de Ali, 29 de Frazier). Frank Sinatra se encargó de hacer las fotos con su Leica para la crónica que Norman Mailer iba a escribir para Life; el actor Burt Lancaster ejerció de comentarista para la incipiente televisión americana de pago; e incluso los tripulantes de la “Apolo 14”, que habían regresado a la tierra un mes antes después de convertirse en la tercera expedición en pisar la luna, estaban entre el público invitados por el promotor, un agente teatral con enorme vista para el espectáculo. Aquello era un desfile de personalidades que no querían perderse lo que a ojos del mundo era la cita deportiva del siglo. “Si no estás allí es que no eres nadie” se decía las semanas previas en Nueva York. Decenas de países (entre ellos España) compraron los derechos para emitir la pelea que en palabras de Ali suponía “el regreso del maestro de baile”. Se calcula que unos trescientos millones de espectadores se sentaron delante de las viejas televisiones para asistir al espectáculo.

Los dos púgiles se repartieron cinco millones de dólares

El combate, siendo extraordinario por su dureza , no tuvo demasiada emoción. Muhammad Ali, impetuoso desde el arranque, saltarín y ágil, dominó los primeros asaltos con sus directos ante un Frazier que parecía dominar la escena sin inquietarse. En su esquina le advirtieron de la necesidad de esperar a que su rival se fuese desgastando. A partir del quinto asalto las manos de “Smokin” Joe empezaron a encontrar a Ali que ya no flotaba como al principio. Seguramente comenzó a acusar la inactividad de los tres años de sanción. Una cosa era enfrentarse a un tipo como Bonavena y otra bien diferente era ponerse delante de los puños de Frazier que cada vez que encontraban su cuerpo le provocaban una sacudida brutal. Un terrorífico gancho de izquierda en el sexto asalto fue el inicio de lo que vendría a continuación. Un aluvión que cada vez inclinaba más el combate hacia la esquina de Frazier. Ali dio la cara hasta el octavo pero a partir de ahí su mayor mérito fue sostenerse en pie ante la fuerza de la máquina de demolición que venía una y otra vez a por él. El dominio a partir del décimo asalto fue inmenso. En el undécimo Ali puso una rodilla en el suelo y en el decimoquinto se fue al suelo y recibió una cuenta de protección. En su esquina ya no tenían palabras para solucionar aquello. Bundini Brown, su entrenador, una cotorra que no paraba de hablar, aludió a “su Dios” como última alternativa para reconducir lo inevitable. Angelo Dundee, más cerebral y menos expresivo, estaba resignado, solo esperando que aquello terminase pronto. Sonó la campana por última vez, se saludaron los luchadores y lejos de la bravuconería de otro tiempo Ali bajó la cabeza en dirección a su esquina. Las tarjetas de los jueces dieron la victoria de Joe Frazier por unanimidad. El combate, su intensidad, agotó los calificativos de la prensa y de quienes asistieron al duelo. Joe Frazier fue generoso con su rival, que le impresionó por su resistencia: “He tenido que traer los mejores golpes de mi tierra y aún así Ali ha sabido encajarlos” aseguró a la prensa lleno de admiración. Sin embargo, el derrotado no se bajó de su discurso. Se negó a aceptar la derrota que achacó a una “decisión de los hombres blancos”. Curiosamente la vida de ambos evolucionaría como también lo harían sus trayectorias. Ali se convertiría en un héroe social, cultural y deportivo; Frazier empeñecería con el tiempo en comparación con su adversario. De alguna manera el que perdió aquella noche en el Madison fue el verdadero ganador a la larga: y al revés.

El de marzo de 1971 fue el primero de los tres antológicos combates que ambos librarían en su vida. El inicio de una serie que a juicio de muchos analistas es la mejor que dos púgiles han mantenido en sus carreras. Y comenzó tal día como hoy hace cincuenta años en el Madison Square Garden.

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