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Oblicuidad

Oblicuidad: Francisco Rico y el western del Quijote

El gran Francisco Rico, «soy un personaje de mí mismo». EP

La conversación con Victoria Camps fue fructífera y jugosa, según corresponde a su papel pionero de catedrática de Ética que se sometía feliz a la divulgación de su asignatura. Finalizado el repaso a los asuntos de actualidad, la profesora se revistió de persona humana para regresar a la cotidianeidad:

–Vamos a llamar al que dicen que es mi marido.

Por entonces no conocía aún a Francisco Rico, aunque su leyenda le precediera. Una interpretación errónea de la frase como resignación conyugal tergiversaría el sentido de una auténtica declaración de amor, ríanse de Pedro y Begoña. La catedrática estaba describiendo una unión por encima de las rutinas, que ni siquiera exige la presencia atosigante. Resumía la convivencia con un intelectual que en demasiadas categorías se hallaba por encima de los vulgares humanos, otro catedrático legendario.

Y sin embargo, la muerte de Francisco Rico ha propiciado un reblandecimiento de su imagen, un diluvio de insinuaciones de sensibilidad que hubiera irritado al gran cascarrabias de la intelectualidad española. No se dejaba querer, prefería caer antipático para liberar su agenda, porque "durante muchos años no supe que existía el mundo". No sufría felizmente a los estúpidos, en insoportable traducción literal del inglés. "Soy personaje de mí mismo", estableció en el combate que mantuvimos bajo formato de entrevista, tan próximo su autorretrato al "yo sé quién soy" del Quijote.

Pese a las barreras agrias que interponía, la prosa acerada y la hostilidad de Rico eran indispensables para enriquecerse literalmente. Compartía con almas gemelas como Maruja Torres la mesa de los Algonquin barceloneses, un diluvio de ácido en alcohol. Y claro, reinventó el Quijote, que presumía de haber leído de cabo a rabo en una sola ocasión. Nada le complacía tanto como distorsionar su erudición, para consignar que Solo ante el peligro era la mejor adaptación quijotesca de Hollywood, "aunque todos los westerns están en deuda con él. Los salones o ventas, el caballero solitario..."

Conocía la literatura entera como si la hubiera escrito, era tan irreductible en sus opiniones de todo género como Javier Marías. Había evolucionado hacia la izquierda, "porque hoy soy más rojo y más escéptico". Formó parte de la nómina de huéspedes de La Bodeguiya, donde le inyectaba dosis de Bernal Díaz del Castillo a un Felipe González empeñado en demostrar que leía el Quijote a diario.

No me atreví a preguntarle a Rico por Victoria Camps, a recordarle la evocación quijotesca del "que dicen que es mi marido". El sentimentalismo no hubiera sido bien aceptado por el gigante, cuando me subrayó que "el suicidio colectivo me parece la única solución sensata para la humanidad. Los movimientos en marcha son tímidos, y hay que tomar pasos serios al respecto".

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