‘The tortured poets department’

Taylor Swift

Taylor Swift-Universal

Pop

★★★★

El nuevo álbum de Taylor Swift no representa un cambio de tercio ni el inicio de algo nuevo, sino una continuación del espíritu de ‘Midnights’ (2022). En todos los planos: el lírico, con su ahondamiento en los chascos sentimentales y las angustias que durante un tiempo la mantuvieron en vilo durante todas aquellas noches, y el sonoro, poniendo las tramas de sintetizador como colchón primario en un cancionero que, como aquel, juega con el perturbador contraste entre frialdad clínica y calidez emocional. 

‘The tortured poets department’ corrige las previsiones y resulta ser un disco doble, con 31 canciones y no las 15 anunciadas, el segundo bloque de las cuales etiquetado como ‘The anthology’. Propone un severo atracón, pues, con riesgo de empacho (122 minutos de música), a cuenta de una ‘poesía torturada’ que, ha dicho ella en las redes, refleja su vida en los dos últimos años, un capítulo “cerrado y tapiado” del que no se derivan “venganzas ni ajustes de cuentas”. Hum, ¿seguro? “Juraste que me amabas, ¿pero dónde estaban las pistas? / Morí en el altar esperando la prueba”, reprocha sin medias tintas en ‘So long, London’, remitiendo a su relación de seis años con el actor británico Joe Alwyn. 

Triunfadora e infeliz

Al fin y al cabo, en ‘I can do it with a broken heart’, envuelta en tintineantes sonidos de synth-pop con ecos ochenteros, confiesa “puedo decir mentiras / porque soy una chica dura” mientras se relame con su figura de triunfadora (“ahí está ella, en el mejor momento de su vida / en su pico de brillantez / con las luces reflejando las estrellas de lentejuelas de su silueta cada noche”), rematando el número con una estrofa autoparódica y una risotada sarcástica: “Soy una infeliz / y nadie lo sabe / Intenta venir por mi trabajo”.

Esta ‘sección de poetas torturados’ reserva un fondo de canciones paladeables, con modulaciones sonoras tramadas con sus queridos Jack Antonoff y Aaron Dessner (The National), entre oleajes electrónicos destemplados (el tema titular, con sus menciones a una obsoleta máquina de escribir y al cliché de la bohemia: “Me reí en tu cara y dije: ‘ni tú eres Dylan Thomas, ni yo soy Patti Smith / esto no es el Chelsea hotel, somos modernos idiotas’”) y manteniendo muy a raya las influencias de otro orden: apenas unas cuerdas de guitarra, vestigios de la trovadora country, en ‘I can fix him (No really I can)’, y los discretos duetos con Post Malone y Florence Welch. 

Material cuyo peor enemigo es el atronador ruido que genera su autora, citada a diario a propósito de sus cifras de negocio o de su agenda amorosa. ‘The tortured poets deparment’ es, pese a todo y contra todo, una obra vulnerable, con ecos de dolor acumulado, inteligencia y sentido del humor, aunque para descubrirlo sea conveniente sumergirse entre sus pliegues durante dos horas.