Escribir algo original sobre Alfred Hitchcock (Londres, 1899-Los Ángeles, 1980), uno de los cineastas más populares e influyentes de todos los tiempos, es tarea harto complicada. Edward White se enfrenta al vértigo de abordar la icónica figura como si se tratara de hacer un psicoanálisis a través de una doble vía: su vida y su obra. Hay una peculiaridad significativa: en este caso no se puede separar ambas trayectorias. Sus películas están cargadas de referencias más o menos escondidas a su biografía y su biografía se explica por sus películas.

White enhebra ambas zonas de alto voltaje con habilidad extrema, notable capacidad de reflexión y una penetrante lucidez cuando se trata de desentrañar el enigma hitchcockiano a partir de claves que se van desgranando a partir de 12 pistas, 12 vidas, 12 caminos por los que rastrear las huellas del creador, tan discutible en su vida personal como indiscutible por sus proezas cinematográficas.

Quien llegó a tener su propia marca Hitchcock fue, como Oscar Wilde en teatro y Andy Warhol en arte, "un caso aparte en el canon hollywoodiense: un director cuya mitología eclipsa la agudeza de la infinidad de películas clásicas que hizo". Una historiadora dijo de él que su carrera ofrece "una forma económica de estudiar toda la historia del cine". Y es que su trabajo "abarca las épocas del cine mudo, el sonoro, el blanco y negro y el 3D; el expresionismo, el cine negro y el realismo social; los thrillers, la comedia de enredo y el terror; el cine de la Alemania de Weimar, la edad dorada de Hollywood, el ascenso de la televisión y el fenómeno de los años 60 y 70 que nos dio a Stanley Kubrick, Steven Spielberg y Martin Scorsese". Casi nada. Casi todo.

Pero, también, "fue el artista más emblemático del siglo XX, […] el que tuvo una mayor influencia, cuya vida y trabajo en diversos medios yen pluralidad de géneros iluminan de forma gráfica temas esenciales de la cultura occidental". Sus obras "apelan de forma apremiante al público de hoy en día". La ansiedad, el miedo, la paranoia, la culpabilidad y la vergüenza "son los motores emocionales de sus películas". Y más: "La vigilancia, la conspiración, la desconfianza hacia la autoridad y la violencia sexual fueron los temas que le preocuparon constantemente". Basta con echar un vistazo a las noticias de hoy para darse cuenta de que su cine no es de ayer. Incluso lo será del mañana.

El libro entrega 12 vidas, 12 retratos con encuadres distintos para que todos ellos aporten una visión esencial de un hombre desde la entidad pública que creó y de la criatura mitológica "en la que se ha convertido": el "bromista irreprimible, el niño solo y aterrorizado, el innovador solucionador de problemas, el ciudadano del mundo que en realidad jamás abandonó Londres y el artista transgresor para quien la violencia y el desorden eran un fuerza vital creativa".

Advertencia

Una advertencia necesaria. Y justa: "No puede negarse su talento, pero sin la intervención de colaboradores creativos, de periodistas, publicistas y de nosotros, su público, no existiría lo que conocemos como Hitchcock". Era, no lo olvidemos, "un paseante y un forjador de mitos, que practicaba la autopromoción como un fin en sí mismo; no era solo un cineasta, sino un promotor, un artista, y un creador de espectáculo, con su autocreada mitología en el centro de todo. Cuanto más crecía esa mitología, más la utilizaba Hitchcock para tomarnos el pelo, con chistes personales, ironía y autoparodia". Luego llegaron las revoluciones culturales de los 60 y el niño prodigio "se había transformado en un astuto viejo cínico en la senda del posmodernismo".

¿Quién es el verdadero Hitchcock? "Su lectura como ogro lascivo choca con la imagen de Hitchcock, el marido devoto. Hitchcock el artista meditabundo se ve contrarrestado por Hitchcock el vodeviliano. El misántropo de digestión laboriosa e imperfecta que algunos señalan, contrasta con el romántico empedernido que otros identifican cuando se zambullen en la filmografía de Hitchcock". Pero el libro, no obstante, no solo bucea en la psicología atormentada y tormentosa del creador de Los pájaros. También indaga de forma pormenorizada y rigurosa en su proceso de creación en cada uno de sus elementos, sin descuidar ni uno solo de ellos. Porque, afirman quienes bien le conocieron, nadie disfrutaba tanto haciendo películas como él. 

Arranca el libro con un Alfred niño fascinado por la obra de teatro Mary Rose, de J. M. Barrie, el autor de Peter Pan. Es la historia de una niña que quiere crecer pero no puede. Como Hitchcock: el niño perpetuo. Los encontronazos con figuras de la autoridad terroríficas le marcaron durante toda su vida. Su miedo a los curas y sus castigos violentos dejaron "una huella indeleble". Eran, admitió él mismo, "la raíz de su trabajo".

Poeta visual de la ansiedad y lo accidental, como llegaron a definirle, el cineasta coleccionaba historias de su infancia que bien podían considerarse traumas exportados luego a sus películas, aunque tratándose de alguien como él cualquiera sabe dónde empezaba la verdad y dónde la fantasía. "Nos estaba diciendo que asociaba la infancia con el miedo, la inseguridad, la confusión y los pequeños momentos que lo cambian todo". Ojo: "Mi mente funciona más como la de un bebé, piensa en imágenes".

Complejas colaboraciones

Admirador confeso de Edgar Allan Poe, Hitchcock "abordaba continuamente el asesinato como expresión perversa de la creación artística". Le quedó claro "el poder dominante de la violencia en la cultura popular". White aborda las complejas colaboraciones de Hitchcock con sus guionistas, el paso de su condición de cineasta comercial a creador de culto, el papel de su esposa Alma en la forja de su leyenda, los entresijos de una película tan rompedora como Psicosis y su famosa escena de asesinato en la ducha, su relación con las mujeres (dentro y fuera de la pantalla) en busca de repuesta a las preguntas ¿quiénes son y qué quieren? Y no esquiva el polémico asunto de las acusaciones de depredador sexual, sobre todo cuando la actriz Tipi Hedren denunció, con el cineasta ya muerto, que la había agredido sexualmente. Resume el autor: "Socialmente torpe, egocéntrico y sexualmente frustrado, Hitchcock se insinuó y agredió a mujeres jóvenes porque no pudo controlar sus impulsos, pero también porque en el entorno en el que vivía a los hombres de su posición se les permitía comportarse de esa manera". 

La obra muestra un perfecto equilibrio entre los pliegues de la personalidad del artista y sus ramificaciones en su obra, que en algunos casos fue recibida con hostilidad (Marnie, Psicosis) y que el paso del tiempo encumbró. Su amargura por el exceso de peso ("una coraza de grasa") no le impidió apropiarse de esa gordura para dibujar una figura pública inconfundible. Comer era para él una forma de arte: el paladar antes que el tormento de la dieta. Pocas veces era más feliz que cuando vestía a sus estrellas femeninas. "Un placer sensual igual al de desvestirlas". La indiferencia del dandi, su obsesión por las buenas maneras (cómo se le ocurrió a Paul Newman beber una lata de cerveza en una cena), su identificación imaginaria con Cary Grant, su relación con la religión… Hay tantas capas en Hitchcock que bien se podrían añadir 12 vidas más al libro. "Cuanto más nos alejamos del siglo XX, más importancia adquiere en su historia".

'Las doce vidas de Alfred Hitchcock'

Edward White

Traducción de  Ana Pérez Galván

Alianza

432 páginas

23,70 euros