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El gallinero

La doble condena de 'Verga'

Una escena de ‘La Fundació’, obra de la Impaciència. TEATRE PRINCIPAL

Coinciden en el tiempo dos proyectos escénicos que emanan de la figura poliédrica, inasible en realidad, de Joan March y el Principal de Palma, siempre al quite, los programa en las mismas fechas. El resultado es un díptico heterogéneo, en parte complementario, revelador y diría que inclemente sobre ‘en Verga’, y ahí me detengo para aplaudir: en una sociedad tendente a disculpar con cierta admiración a familias que amasan riqueza sin escrúpulos –pongan ustedes los apellidos– la doble condena que recibe el banquero y su legado por parte de La Fundació y Reis del món se me antoja notable. Más en la primera, idea documentada por el historiador Miquel Cruz, donde se recuerda sin disimulo, casi de manera científica, la faz más oscura de un March que, aparte de pagar para que matasen al amante de su esposa, hizo fortuna vendiendo armas, fue colaborador necesario del golpe de estado fascista en España y luego blanqueó imagen y capitales a costa del arte, entre otras maravillas. El montaje –quizá el más denso, seguro el más dramático y probablemente el mejor de La Impaciència– va viajando en el tiempo y por la saga, apostando por la figura de un investigador de izquierdas (¿Trasunto del propio Cruz?) como vehículo para llevarnos a los orígenes de la entidad que nos regala el título, oscureciendo el relato a medida que avanza (la repetición de la escena inicial con distintas texturas es un hallazgo) y aterrizando en una actualidad cruel, en un mapa de nuestro ‘hoy’ donde el poder sigue en manos de los de siempre. Destila la obra discurso de clase, por suerte, y alega fuerte contra la guerra, la sangre que deja y sus beneficiarios. Convincentes Salvador Oliva, Carme Serna, Xavi Núñez y Rodo Gener, bien dirigidos por Luis Venegas, y destacable el espacio sonoro de Jaume Manresa.

Reis del món, la producción gorda del Principal para esta temporada, podría ser el ‘antes’ de todo lo que vemos en La Fundació, pero también muchas más. La novela de Sebastià Alzamora era una delicia y más que deconstruir a March, que también, nos acercaba definitivamente a una estrella de la intelectualidad, Joan Mascaró Fornés (pensador, humanista, traductor del Bhagavad Gita, tótem del hinduísmo y, al parecer, alma incorruptible). La dramaturgia de Josep Maria Miró –intuyo ahí un trabajo ingente– respeta al máximo el texto original (¿Quizá en exceso?, ¿Se podían haber recortado algunas partes?), casi le rinde tributo. Están profusamente contadas las tres partes de Alzamora: los negocios norteafricanos del magnate, la curiosa y desigual amistad March-Mascaró y la vida de este con su esposa Kathleen Ellis y sus hijos (aunque la ramificación de Martí queda algo desdibujada).

Para sobrevivir a ese torrente de historias, todas suculentas y algunas de ellas auténticas claves de lo acontecido en el último siglo, la puesta en escena de José Martret opta por una narración prácticamente omnipresente (puede que no haya otra forma de trasladar tanta información y tan interesante); aún así, existe el riesgo que aquellos que no han leído el libro se pierdan en algunos pasajes.

Me encantó la escenografía de Rafel Lladó (con ese mundo en ruinas que generan los conflictos bélicos, la música (de nuevo Manresa) y los audiovisuales de Toni Bestard –a excepción del subrayado de la niña con síndrome de Down (no hacía falta, los personajes ya la describen a la perfección). Me gustó Toni Gomila (nació para interpretar a March), Blai Llopis, Jordi Figueras y especialmente Carme Conesa y el vestuario de Maria Miró.

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