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Bonet y Serrat: "No hemos dejado de hacer lo que nos gusta, siempre con los oídos abiertos a lo que nos conmueve"

Los dos cantautores, amigos del alma desde los años 60, reflexionan sobre el oficio de hacer canciones en vísperas de ser investidos este lunes con la máxima distinción académica otorgada por la UB

Maria del Mar Bonet y Joan Manuel Serrat posan juntos en Barcelona antes de la distinción de la UB. ZOWY VOETEN

Sus artes como cancionistas bien pueden encuadrarse en la esfera de la cultura popular, pero ciertas barreras jerárquicas cayeron y las instituciones se entregan sin rodeos a reconocer unos méritos solidificados. Ellos son Joan Manuel Serrat y la mallorquina Maria del Mar Bonet, artistas que son «hijos de un tiempo y de un país», desliza él, y que este lunes serán investidos como doctores honoris causa por la Universitat de Barcelona.

De las tarimas sobre las que actuaban con Els Setze Jutges, en sus inicios, en los años 60, al paraninfo universitario parece mediar una larga distancia, pero se trata, después de todo, de «reconocer un hecho cultural que ha sido muy importante para este país y esta ciudad», apunta Serrat en alusión a la era de los cantautores, y a la nova cançó, el movimiento en el que descollaron siendo unos veinteañeros. En el encuentro de ambos con este diario se muestran agradecidos e ilusionados. «Siempre me sorprende este tipo de distinciones, que me relaciona con gente más letrada que yo», desliza Maria del Mar Bonet. «Es un honor, y al estar al lado de Joan Manuel, es todavía más intenso y gratificante».

Los jóvenes ‘jutges’

Son amigos del alma desde hace mucho, cada uno siguiendo su camino y atendiendo a su instinto artístico, desde que el hermano de ella, Joan Ramon Bonet (el 11º de Els Setze Jutges) trajo a su colega Serrat de visita al domicilio familiar en Palma. «Era un día de verano y yo tendría 17 años», recuerda Maria del Mar Bonet. «Mi hermano y él eran muy guapos y parecidos en muchas cosas, y él me impresionó. Fueron mis maestros, porque yo todavía no había escrito nada. Era una niña que cantaba canciones populares». Serrat se confiesa. «Cuando la vi, me enamoré de ella», asegura, y bromea: «Pero era la hermana de Joan Ramon y tenía que comportarme».

Serrat era el 13º jutge y Bonet marchó a Barcelona, a instalarse en casa de Lluís Serrahima y Remei Margarit. Animada por Josep Maria Espinàs, se convirtió en 14ª jutgessa. «Y algunas de mis primeras canciones, como No trobaràs la mar, están muy influidas por Joan Manuel», revela. Con los años, esta canción sería adaptada por Serrat, que hace muy poco, en su concierto del pasado verano en Palma, invitó a Bonet a cantar con él su Cançó de l’amor petit y a vérselas, por primera vez en público, con La Balanguera. El himno oficial de Mallorca. «Y, para mí, de todos los Països Catalans», añade ella.

La distinción universitaria es, para ambos, un indicador de que la cultura oficial «se abre a otras formas de conocimiento», reflexiona Serrat. «Y es mi universidad también, en la que pasé unos años muy importantes de mi vida», apunta en referencia a sus tiempos como estudiante de Biología. Días en que se debatió entre las aulas y los escenarios, y decidió «coger el testimonio» de quienes habían acuñado «una manera de cantar y hacer canciones». Porque este es «un país de artistas, de juglares y trovadores», él se siente «parte de una cadena».

¿Una tradición que ha perdido centralidad y que ignoramos cómo evolucionará? «No sabemos nada», cavila Serrat. «Nadie puede estar seguro de hacia dónde va nada en general. De lo que sí estamos seguros es de la velocidad en que se mueve todo». La labor de los cantautores, añade, «estaba muy ligada a las palabras y al lenguaje», y pudo desarrollarse en su día «en conexión con la música culta, porque incorporaba a la gente que salía de los conservatorios».

¿Y ahora? «La música que oyes ahora por la radio está muy segmentada: la de los 70, la de los 90, la más reciente… A la industria ni siquiera la llamaría musical, sino industria comercial, de lo que es rentable». Maria del Mar Bonet destaca que Serrat y ella vivieron tiempos más propicios para la difusión de sus canciones. «Había una respuesta de los medios y programas extensos en la radio y la televisión».

Sin prejuicios

Pero no corresponde el diagnóstico catastrofista. «De la misma manera que espero que se reviertan ciertos valores de la sociedad que están desprestigiados, espero que se reivindique lo que ha sido la música a lo largo de la historia, y sin prejuicio para nadie», medita Joan Manuel Serrat, que, si bien señala que «de un reguetón a la Quinta de Beethoven hay una gran distancia», corrige luego para matizar sus palabras. «Si en lo que he dicho puede haber algún prejuicio contra el reguetón, me he expresado mal. En su momento, también el chachachá o la cumbia debieron causar shocks fuertes».

Aún están frescos en la memoria los conciertos de despedida de Serrat en el Palau Sant Jordi, el pasado diciembre. Muy intensos, «porque cada canción que iba terminando era una canción menos». Las emociones en escena «son maravillosas y, a la vez, un enemigo terrible, porque la actuación se te puede ir de las manos». ¿Estuvo a punto de ocurrir al final del último recital, cuando abordó a solas aquella canción bautismal, Una guitarra? «Pasó algo que deseas que nunca pase: la guitarra no estaba afinada», se sorprende todavía. «Me preocupé tanto de cambiarla con rapidez que no tuve tiempo de pensar en otras cosas, pero pude hacer los acordes bien hechos. Al final, la sensación era de ‘vale, siéntate y disfruta’».

Fue significativa la dedicatoria final, aquella noche, a tres amigos desaparecidos: Salvador Escamilla («gracias a él, en mis comienzos, cuando no tenía ni siquiera un disco, tenía una radio en la que ir a cantar», explica), Quico Sabaté («treinta años trabajando conmigo, un gran apoyo») y Joan Ollé, figura cuyo tramo final de vida, marcado por las acusaciones de abusos sexuales, le inspira pensamientos amargos. «Un amigo que fue maltratado y condenado sin haber sido siquiera juzgado, porque, aunque hubo declaraciones y manifestaciones pidiendo su cabeza, nadie llegó a presentar una querella contra él».

Los oídos siempre abiertos

Maria del Mar Bonet sigue en racha, de escenario en escenario, tras su último disco con el valenciano Borja Penalba, mientras que Serrat se apeó de él, si bien confirma que un día u otro habrá canciones nuevas de su autoría. «A corto plazo no será. Con tranquilidad. No sé cuándo. Todavía tengo muchos papeles que tirar», bromea. Sea cuando sea, ambos trovadores lucirán este lunes el preceptivo birrete, no sabemos si con borla y flecos, en el marco universitario. Símbolo de un arte y un oficio que, para ellos, no contempla las concesiones, como desliza Serrat. «Ni Maria del Mar ni yo hemos dejado de hacer lo que nos gustaba hacer, y siempre con los oídos abiertos a aquello que nos conmovía».

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