Es el autor de algunas novelas fundamentales para entender por qué algunos escritores saltan la valla de lo que se les exigiría a los novelistas para convertir en arte sus invenciones u ocurrencias. Entre esas novelas Andrés Barba (Madrid, 1975) puede presumir de haber dado a la imprenta y a la publicidad dos obras maestras, República luminosa (Premio Herralde de Novela; Anagrama es su editorial) y Vida de Guastavino y Guastavino. Ha traducido, entre otros, a Conrad, a Melville y a Thomas de Quincey, y ese contacto se percibe en su propia literatura. Otros libros suyos, novela, ensayo y poesía, terminan de colocarlo en lo más alto de la prosa actual, obligada por él mismo a una estética insólita, capaz de superar los tópicos presentes para adentrarse en maestrías que no son comunes en la historia actual de la prosa.

Es el caso, por ejemplo, de esta nueva novela, El último día de la vida anterior, la insólita historia de un niño que, habitante misterioso de una casa en venta, cambia la vida hasta el misterio de una agente inmobiliaria que parece la habitante de películas de Hitchcock o de Amenábar. Es imposible leer este libro sin sentir que quien lo ha escrito es, en parte, el niño, la inmobiliaria y hasta las palabras que componen este escrito insólito.

Barba vive ahora con su familia en Posadas, Argentina. Hablando parece que está escribiendo, por eso es fácil preguntarle, y resulta fascinante escucharle.

Da la impresión de que está usted ya muy al tanto de la literatura argentina.

Sí, sí. La sigo, la leo. Y además me estoy argentinizando en mi literatura, como muestra está este libro. Estuve comentando con Rodrigo Fresán [escritor argentino afincado en Barcelona] cómo en la tradición rioplatense siempre ha estado presente la literatura fantástica. En la literatura argentina, la literatura fantástica es de primer orden.

Será gracias a Borges.

Puede ser. Este libro es muy borgiano, por cierto, el anterior también. Son dos libros en donde lo real y lo fantástico confluyen.

También está aquí la infancia como hilo conductor del miedo.

Creo que todos los escritores tenemos centros de gravedad en los que acabamos orbitando. Para mí uno de esos centros es la infancia, la revisito desde distintas aproximaciones. En República luminosa la aproximación era política y social y ahora en este libro es una aproximación de género y sentimental. Pero tienes razón: siempre que toco el tema la infancia confluye con algún tipo de violencia. Es para acabar con el mito de la infancia como la edad feliz. En la infancia hay violencia, eso es así.

La infancia, dice usted. Pero varios países latinoamericanos, siendo jóvenes, casi infantes, son extremadamente violentos y duros.

Sí, pero no sé qué es peor: ¿esa situación latinoamericana o la hipocresía de los países del primer mundo que discriminan a quienes quieren insertarse en ellos para tener una mejor vida? Es lo que hacen, por ejemplo, Estados Unidos o Europa.

En sus libros hay realidad y fábula como si fueran de la misma simiente.

Sí, yo creo que ahora que está tan de moda la literatura del yo es mejor regresar a la ficción. Porque, en el fondo, la ficción está más conectada con lo real que con lo biográfico o lo supuestamente documental. A veces la mejor manera de documentar es recurrir a la fábula.

Pero hoy en las librerías hay literatura del yo de manera exagerada.

Es que la pandemia aceleró esa moda. Yo veo la palabra pandemia en un libro y… no me interesa, directamente. Lo que es verdad es que, al ser una experiencia traumática colectiva, es normal que muchos lo estén sublimando en la literatura. La experiencia del encierro, de la soledad, de la indeterminación del tiempo… se han transferido a la literatura en varias formas.

¿En su caso también?

Sí, esta novela tiene algo de eso. Hay dos personas encerradas en una casa donde el tiempo queda indeterminado, inmóvil, algo muy propio de la pandemia.

Desde que tengo conciencia siempre he querido marcharme de los sitios y luego regresar. Ser un nómada constante, pero regresar de vez en cuando para hacer una toma de tierra"

Da la sensación de que usted siempre se ha sentido un extranjero.

Sí. Creo que hay personas que tenemos esa naturaleza. Desde que tengo conciencia siempre he querido marcharme de los sitios y luego regresar. Ser un nómada constante, pero regresar de vez en cuando para hacer una toma de tierra.

¿Esa vida de ida y vuelta es la que ha producido su literatura extraterritorial?

Sí. Al estar alimentado de cosas distintas todo el tiempo, lo español ha quedado más diluido en mí. Ahora veo la literatura que se produce en España y observo que tiene un tono homogéneo en el que yo no me veo. Pero eso lo vivo como un enriquecimiento, como una oportunidad para reinventarme.

Su libro es muy inquietante. ¿Lo escribió en una situación asimismo inquietante?

Es un libro que me ha acompañado durante mucho tiempo, casi diez años desde que tuve la idea inicial. Pero un día Carmen, mi pareja, me explicó de qué iba el libro. Me dijo: va de una persona que ayuda a otra. Comprendí eso y comprendí cómo afrontar la escritura de esta historia. Durante la pandemia nosotros tuvimos que hacer dos traslados internacionales, de Nueva York a Madrid y luego a Buenos Aires, y en España y en Argentina nos denunciaron a la policía. Creo que eso está filtrado en las páginas finales del libro donde hay una especie de encapsulamiento del trauma y eso me ayudó a pensar lo que quería escribir. Lo interesante era ver cómo uno necesita siempre de alguien para salir adelante. Además, esta es una novela sobre la sanación.

¿Qué enfermedad había que sanar?

La enfermedad de la reclusión, de la angustia, de pensar que uno es responsable de un determinado daño.

Decía que tuvo dos denuncias. ¿Por qué?

Tanto en España como en Argentina nos denunciaron por… por miedo al otro. En una situación de reclusión apareció una persona que no vivía ahí y, en vez de preguntar por qué llega alguien nuevo, denunciaron.

Todas las casas están llamadas a superarnos en existencia. Nosotros pensamos que podemos poseer una casa, pero estaremos en ella temporalmente. Aunque es verdad que nuestro tipo de vida depende mucho de la casa en que vivamos"

Este libro empieza en una casa y hay descripciones que son propias de la arquitecturaComo usted ha escrito sobre arquitectura sentí que quizá es esa la influencia que hay sobre este hecho.

Es que para mí la arquitectura es cada vez más un personaje. En este caso es algo muy propio del género. Aquí hay fantasmas y las casas son un personaje más. Parece que la casa es similar a los humanos pero, en realidad, es suprahuamana. Porque todas las casas están llamadas a superarnos en existencia. Nosotros pensamos que podemos poseer una casa, pero estaremos en ella temporalmente. Aunque es verdad que nuestro tipo de vida depende mucho de la casa en que vivamos. En ese sentido, la novela de género fantástico ha entendido que no hay una buena historia de fantasmas sin una buena casa.

La casa que describe recuerda al ambiente de la película Los otros de Amenábar.

Bueno, esta casa es muy distinta y la novela también es muy distinta. Digamos que esta es una novela de fantasmas sin fantasmas. Me parece que la arquitectura racionalista es mucho más fantasmática. La casa gótica, la casa colonial es más típica en las historias de fantasmas, pero la arquitectura racionalista, tan simplificada, es el marco perfecto para un fantasma, ¿no?

Andrés Barba: “Esta novela está en contra de la idea de la infancia como edad feliz”.

La potencia del libro se basa en lo inquietante, ¿no?

Sí. Eso es algo que entendió muy bien Jorge Luis Borges. Pero, bueno, sabemos que tiene que haber intriga en este género literario. Te decía que soy un nómada y, por tanto, he habitado muchas casas. Pues creo que ahora mismo yo soy un fantasma en esas casas.

El miedo en el lector aparece enseguida que en el libro usted nombra precisamente el miedo.

El miedo también es una estructura de ficción. No hay nada más eficaz para tener miedo que convocar al miedo. Ver realmente un fantasma puede no producir miedo, pero si proyectas el miedo que te da que se te muera tu padre, y piensas en que llorarías y en qué vas a hacer y tal, sientes miedo. Todavía no se muere tu padre, todavía no tienes delante de ti a tu padre muerto, pero el solo hecho de pensar en eso ya te da miedo.

Aquí también parece que la casa habla.

Es una experiencia que todos vivimos. Entramos en una casa y sentimos la alegría o la tristeza de quien la habita o vemos un horno y nos damos cuenta de que ahí se cocina mucho. También podemos tener la intuición de que ahí ha ocurrido algo siniestro o alegre. O sea: la propia casa nos lo dice; nos habla, como dices tú. Es algo así como el karma de las casas, ¿no?

¿Usted es consciente de que, como dicen muchos, ya es un gran escritor?

Uno nunca se percibe así. De hecho, este libro ha sido tan tortuoso en su escritura que llegó el momento en que me sentí incapaz de hacerlo. Ha sido un aprendizaje tremendo, la verdad. En otros libros he tenido la sensación de que lo estaba haciendo bien, pero ahora…ahora no tanto, jajajaja.

Me interesa mantener el entusiasmo por la escritura. En otros momentos de mi vida era comprender la realidad a través de la literatura. Uno avanza y las razones van cambiando, se van adaptando"

¿Qué es lo que más le importa en su oficio?

En este punto de mi vida, el entusiasmo. Me interesa mantener el entusiasmo por la escritura. En otros momentos de mi vida era comprender la realidad a través de la literatura. Uno avanza y las razones van cambiando, se van adaptando y… ahora me interesa el entusiasmo.

¿Y cuáles son las lecturas que ahora contribuyen a mantener su entusiasmo?

Pues ahora combino relecturas de clásicos con ensayos filosóficos y literatura latinoamericana contemporánea. Ahora estoy leyendo la Divina comedia. En la pandemia leí En busca del tiempo perdido. La literatura latinoamericana me interesa porque siento que es donde más se puede palpar la vida en este momento.

¿Nombres?

Pues diré sólo dos: Felisberto Hernández, uruguayo ya fallecido, y Carolina Sanín, nueva escritora colombiana.

Usted a mí me recuerda a Manuel de Lope.

Pues… no lo he leído. A lo mejor en la universidad, pero no.

En el epílogo de su libro dice que ha escrito en un periodo de crisis. ¿Qué crisis fue?

La crisis de escritura. Ya te lo he dicho: tenía la sensación de que no podía con esta historia. Parecía que no tenía herramientas, trucos de estilo, recursos… Eso. Pero esto de escribir es como el yudo: hay que utilizar la energía del contrario para vencer, ¿no?  

El último día de la vida anterior.