Trepa hasta la trinchera. No tiembla, sujeta firmemente el fusil. No tiene miedo. Se trata de la filósofa parisina Simone Weil (1909-1943), que con 27 años, en agosto de 1936, se plantó en el frente de Aragón para unirse a la columna Durruti y defender la República del golpe de estado fascista. De ideas pacifistas, para ella, «escribir, pensar, actuar» eran una misma cosa. «La guerra no me gusta pero lo que más me indigna de ella es la actitud de los que se cruzan de brazos», escribiría. Y así, llegó a Barcelona en tren desde Portbou. En su maleta de cuero marrón llevaba «un jersey de invierno, dos camisas gruesas, cinco cajetillas de Gauloises, unos lapiceros bien afilados, un cuaderno de notas y una cazadora», escribe el francés Adrien Bosc (Aviñón, 1986) en La columna (Tusquets / Univers), novela documental en la que sigue los pasos de la escritora por la Guerra Civil española.

Weil pasó 45 días en España, en un grupo de unos 20 milicianos, hasta que un inoportuno accidente -tras un bombardeo, al salir de una trinchera metió el pie en una gran sartén de aceite hirviendo- la obligó a volver a retaguardia para curar una quemadura que amenazaba gangrena.

En sus cartas, intentó tranquilizar a sus padres asegurándoles que iba a España como periodista. Y les envió una de las instantáneas que le hizo un fotógrafo callejero en aquella convulsa y revolucionaria Barcelona, frente a una sede del POUM, donde se había reunido con uno de sus líderes, Julián Gorkin. Posó con el fusil al hombro y enfundada en el mono de mecánico que le dieron como uniforme, con alpargatas y pañuelo rojo y negro, antes de dirigirse a la zona de combate. «Pide que la envíen como espía tras las líneas enemigas, aunque ella no es española ni habla el idioma, y a veces se olvidaba de la realidad de los combates», explica en entrevista Bosc, que no cree que fuera una insensata. «Su coraje fue grande, su compromiso absoluto, su voluntad y determinación, muy claras, y su sacrificio, real. Ella eligió luchar a pesar del peligro, y siempre estuvo del lado de los débiles», recalca.

La carnicería en Mallorca

La columna, explica el autor, «forma parte de un ciclo de tres libros, donde encontramos objetos que viajan en el tiempo. Existe una fascinación ligada al hecho de hallar un objeto perdido, olvidado, desconocido, que trastorna el curso del presente». En su primer título, Constellation, era la voluta de un violín; en Capitaine, unas fotos supuestamente destruidas. En La columna es la historia de una carta que Weil envió al escritor católico y conservador Georges Bernanos y que se descubrió cuando él murió, en 1948. «La había llevado en su cartera, de chaqueta en chaqueta durante diez años de exilio. La ausencia de respuesta, o más bien, la elocuencia de la presencia de la carta tan cercana a él, es la historia que cuento».

Aunque inicialmente en bandos distintos, Weil, desengañada por los desmanes y la deriva autoritaria de muchos anarquistas, escribió a Bernanos tras leer Los grandes cementerios bajo la luna, con el que este quiso dar a conocer a los franceses «la abominable realidad de esa guerra fratricida». «Ella tuvo la impresión de encontrar en ese libro a un hermano en el pensamiento, a un compañero que caminaba también en el territorio de la verdad. El hecho de que Bernanos fuera un falangista convencido, que su propio hijo se uniera a la Falange en Mallorca, y que desde finales del verano del 36 denunciara las represalias y abusos de los nacionales en la isla y en todas partes, es el ejemplo mismo de esta ética», opina Bosc.

Según el autor, Weil formula varias ideas en aquella carta. «La corrupción de la fuerza (cómo la guerra por sí misma, su violencia, su brutalidad corrompe, transforma) y esto es algo que desarrollará más en un texto al comienzo de la Segunda Guerra Mundial titulado La Ilíada o el poema de la fuerza. También insiste en que ‘no puede haber causa justa que no se corrompa un día por el deseo de verla triunfar».

En la misiva, añade Bosc, «hay una frase hermosa y enigmática: Cuántas historias se agolpan bajo mi pluma... Es esta tensión la que recorre el libro, un haz de historias que chocan, historias enredadas que poco a poco se desentrañarán». Entre ellas, peripecias de los milicianos, de las que destaca el linchamiento de un joven soldado falangista prisionero que se negó a cambiar de bando pese a que el propio líder sindicalista Buenaventura Durruti le instó a ello para conservar la vida.

Weil no volvió a España porque vio que lo que empezó como «una guerra de campesinos hambrientos contra terratenientes y un clero cómplice» de estos se había convertido «en una guerra entre Rusia y Alemania e Italia», le dice a Bernanos. Pero siguió sin poder quedarse de brazos cruzados ante el fascismo y, pese a enfermar de tuberculosis, intentó formar parte de la Resistencia activa contra Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Murió en 1943, en Londres. Tenía 34 años.