El 5 de noviembre de 1936, Patricio Escobal fue trasladado de la Escuela Industrial de Logroño en la que estaba preso a la Cárcel Provincial de la capital riojana. Momentos antes de someterse a la requisa para poder abandonar esa prisión improvisada, reparó en que llevaba consigo las notas que había ido tomando durante su cautiverio, en las que se incluían anécdotas relativas a los demás reclusos y, lo más importante, referencias a las ejecuciones extrajudiciales que se producían todas las noches junto con los nombres de los verdugos que las cometían. Convencido de que, de ser descubierto, formaría parte de la saca [extracción de presos de las cárceles para ser ejecutados de forma irregular] de ese mismo día, solicitó ir al servicio, donde destruyó todas las notas y las hizo desaparecer tirándolas por el retrete.

Escobal no pudo retomar la escritura de esas memorias hasta 1937 pero, ni siquiera cuando en 1940 abandonó España con destino a Estados Unidos, se atrevió a llevar el manuscrito consigo. Ante el temor de que las autoridades franquistas lo pudieran encontrar en un control fronterizo, decidió dejarlo en España a cargo de una persona de confianza, que consiguió enviárselo a Nueva York unos años más tarde. Aunque se estima que hacia 1948 el autor ya tenía acabado el texto de Las Sacas, no sería hasta veinte años más tarde cuando se publicaría la primera edición del libro en inglés con el título de Death Row: Spain 1936 (Corredor de la muerte: España 1936). No obstante, habría que esperar todavía hasta 1974 para que apareciera la versión en castellano que, en un principio y con el dictador aún vivo, circuló en España de forma clandestina.

En la Escuela de Artes e Industrias, actualmente Escuela Superior de Diseño de La Rioja (ESDIR), estuvo preso Patricio Escobal cuando se utilizaba como cárcel durante la Guerra Civil.

"Conozco Las Sacas desde que nos llegó la edición en castellano a mediados de los años 70 del siglo pasado. El libro, siempre forrado para que no se viera el título, pasaba de mano en mano entre todos aquellos que rechazábamos el franquismo y, al mismo tiempo, queríamos saber lo que había pasado en la guerra. En este caso, en nuestra propia ciudad", explica Jesús Vicente Aguirre, experto en la figura de Patricio Escobal, cuya obra sirvió de punto de partida para su propia investigación sobre la represión franquista en la zona riojana, publicada en 2008 y titulada Aquí nunca pasó nada. La Rioja 1936. "A diferencia de Arturo Barea, que era un escritor ya conocido en los años 30 y lo siguió siendo tras su exilio en Inglaterra, Escobal es un ingeniero que escribe, muy bien por cierto, una sola obra. Sin embargo, es una obra que tiene un enorme valor porque, más allá de su peripecia personal, cuenta cómo fueron las cárceles y los paseos y sacas en una ciudad de provincias, en cualquier ciudad de provincias podríamos decir, en 1936".

Amigo de Bernabéu, condenado a muerte

Nacido en Logroño en 1903, Patricio Pedro Escobal estudió en los jesuitas del barrio madrileño de Chamartín, jugó junto a Santiago Bernabéu en el Real Madrid, equipo del que llegó a ser capitán, fue seleccionado para representar a España en las Olimpiadas de París de 1924 y se licenció en Ingeniería. Sin embargo, para los militares sublevados, todos estos logros quedarían eclipsados por su militancia en el partido Izquierda Republicana y su pertenencia a la masonería. Aunque esta última acusación nunca pudo ser probada porque uno de los hermanos masones destruyó los archivos de su logia para evitar represalias, su militancia en el partido de Manuel Azaña hizo que fuera detenido en Logroño y encarcelado en diferentes recintos de la ciudad, en los que fue testigo de los fusilamientos extrajudiciales que se llevaban a cabo todos los días.

"Escobal no es un estudioso de la represión en La Rioja. Tampoco manejó una documentación que en esos momentos no existía y a la que, en todo caso, no hubiera tenido acceso como preso. Lo que él hizo fue escribir su historia, sus recuerdos, demostrando una memoria prodigiosa y una honestidad absoluta aunque, en ocasiones, haya datos incorrectos. Refiriéndose a la Barranca de Lardero, por ejemplo, dice que 'cuatro hombres del grupo fueron a aumentar con sus cadáveres los miles ya enterrados en la fosa común de Lardero'. No fueron miles, sino solo, 'solo', cuatrocientos entre el 13 de septiembre y el 15 de diciembre de 1936, lo que no deja de ser un número considerable", explica Jesús Vicente Aguirre, quien señala que, en contra de lo que señala Escobal, tampoco fueron catorce mil las personas asesinadas en Navarra y La Rioja. "No fueron tantos, pero en cualquier caso, sí fueron una enormidad. En medio de la vorágine de aquellas noches negras, es evidente que no era fácil hacer cálculos reales de las matanzas, que provocaron más de tres mil cuatrocientos asesinados en Navarra y más de dos mil en La Rioja, unas regiones donde no hubo frente ni trincheras. A pesar de todo, es justamente Las Sacas de Escobal uno de los libros que mejor permiten conocer la represión del bando franquista durante la guerra", concluye Aguirre, que está convencido de que "si la mayor parte de la sociedad española fuera consciente de lo que fue la muerte y el asesinato en la retaguardia de la Guerra Civil, hace muchos años que se hubieran tomado esas medidas que resume la frase 'verdad, justicia y reparación'".

Así pasen cuarenta años

En uno de los pasajes del libro, Patricio Escobal habla con una persona cuyos familiares han sido ejecutados sumariamente, que le asegura que conseguirá que se haga justicia, así le cueste cuarenta años conseguirlo. Casi noventa años después del final de la Guerra Civil, esa justicia aún no ha llegado.

"Viví la Transición y los últimos años de la dictadura desde el antifranquismo, desde la militancia clandestina. Aunque utilizábamos la calle para protestar, reivindicar y correr, la calle era de Fraga y de su policía. Por mucho que las fuerzas políticas de centro y de izquierda consiguieran la democracia, las fuerzas armadas seguían en los cuarteles con sus mandos y generales franquistas. Por eso, si bien la Transición fue un paso importante y, de hecho, la amnistía sirvió para ir a esperar la salida de nuestros presos de las cárceles franquistas, por esa misma amnistía se nos colaron después torturadores y asesinos", recuerda Jesús Vicente Aguirre, que afea a los diferentes gobiernos que no se hayan atrevido todavía a juzgar los crímenes de la Guerra Civil y reparar a las víctimas.

"Quizá era muy atrevido hacerlo en 1982, pero ¿y en 1983? ¿O en 1985? Un gobierno que del 'No a la OTAN' pasó a apoyar esa organización contra viento y marea, no fue capaz de activar la revolución que hubiera supuesto poner encima de la mesa todos los problemas sin resolver de nuestra Guerra Civil, salvo lo referente a las reparaciones económicas, cuya mayor parte, con cuentagotas y de forma deslavazada, empezó a entregarse ya con el gobierno de Adolfo Suárez. Por tanto, lo que no se hizo entonces habrá que hacerlo ahora. La Justicia será, primero, establecer un relato en el que todos podamos encontrarnos y, por supuesto, que jueces y audiencias acepten las denuncias que los grupos memorialistas les presentan cada vez que se intenta exhumar a alguien. Aunque no se pueda juzgar a los culpables porque ya no existen, sí se puede determinar lo ocurrido y sentenciar en consecuencia. Con eso ya habremos conseguido algo de la reparación debida".