El caso de la escritora que solo alcanza con la edad madura el necesario empuje creativo, segura de sí misma y libre ya de las ataduras familiares para realizar su trabajo no es raro. Pero el de la británica Mary Wesley (Surrey, 1912 – Devon, 2002 ) adquiere características especiales. Escribió durante toda su vida, pero no fue hasta los 70 años que, obligada por las penurias económicas, concibió una tras otra una decena de novelas ligeras y chispeantes en la superficie pero mucho más profundas de lo que pueda parecer, con un estilo irónico y malicioso que solo le pertenece a ella, aunque se detecten huellas de compañeras de fila como Muriel Spark y un poco de la economía narrativa de Ivy Compton-Burnett.  

Las  novelas de Wesley alcanzaron un importante éxito en los 80 aupadas en la prensa por la rareza de una autora que entrada en la vejez se dedica a contar con orgulloso exhibicionismo y cierta elegante frivolidad la liberación sexual que supuso para su generación y, especialmente para las mujeres de la clase alta, los años de la segunda guerra mundial. Si el conflicto puso la vida cotidiana patas arriba era natural que las viejas convenciones victorianas empezaran a resquebrajarse. De eso trata 'El césped de manzanilla', su segunda y más popular novela publicada originalmente en 1984 y rescatada ahora por Alba. Una historia que sigue a un grupo de jóvenes primos y primas y sus amigos de vacaciones en la vieja casa señorial de los tíos de los jóvenes en Cornualles, al borde un acantilado, con el césped del título a sus pies (la manzanilla no solo sirve para infusiones también puede ser una planta ornamental), el verano de 1939, conscientes de que la inminente guerra será el fin de la inocencia para todos ellos.           

La narración se desarrolla en dos tiempos, aquel pasado glorioso y un presente en el que todos los implicados ya mayores acuden al funeral de Max, un celebrado violinista austriaco y judío que encontró refugio en Inglaterra y fue el catalizador sexual de la mayor parte de los personajes femeninos de la historia. Mujeres que se despiertan por la mañana y tienen que pararse a pensar, sin culpa ni preocupación, quién es esa persona que las acompaña en la cama. Así sin drama, pura ligereza.