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Pablo Messiez

Pablo Messiez: «El teatro debería ser siempre proceso, nunca producto»

El dramaturgo y director de escena ha visitado Mallorca en distintas ocasiones y espera traer a la isla su próximo estreno, 'La voluntad de creer'

Pablo Messiez, argentino de nacimiento, fue actor antes que director de teatro. | B. RAMON

 A principios de verano impartió un curso de interpretación, organizado por la Associació d’Actors i d’Actrius Professionals de les Illes Balears y el Ayuntamiento de Calvià. Como director de escena, considera que los materiales básicos del teatro es el espacio, la mirada, pero también la palabra y la escucha. 

¿Cuáles son los materiales con los que trabaja en escena?

Cuando uno hace un pan tiene que tener harina y agua, cuando uno hace escena, para empezar, tiene que tener un espacio y una mirada, sin espacio y mirada no hay teatro posible. Y si seguimos pensando en qué otros materiales entran en la cuestión escénica, puede entrar la palabra y la escucha.

Lleva dos años preparando su próximo estreno teatral.

Se llama La Voluntad de creer y es un texto propio a partir de una lectura de Ordet, una película de Dreyer. Estrenamos en Matadero, en Madrid, el 7 de septiembre, y esperamos hacer gira y ojalá podamos venir aquí, a Mallorca. Es la misma compañía con la que hicimos Las canciones y Todo el tiempo del mundo. Es un gusto siempre poder volver a plantear la obra nueva con la compañía con mucho tiempo, para poder ir madurando el material y llegar bien tranquilos al estreno.

En un anterior trabajo, se basó en la danza y prescindió de la palabra...

Fue justo después de la pandemia, que fue una experiencia dramática, triste, dolorosa en un momento no sabíamos, por lo menos al principio, cuándo íbamos a poder volver a hacer teatro, porque estaba literalmente prohibido reunirse… Entonces, volver a encontrar el espacio en la escena y el espacio del rito y de la reunión con el público para mí implicaba volver a pensar de qué se trata. Necesité volver al espacio escénico de a poco, aunque había palabras, era una obra pensada desde el cuerpo.

Y con ‘La voluntad de creer’ ¿ha vuelto al punto en el que estaba antes o es diferente?

De alguna manera, cada nueva obra es el intento por decir un poco mejor aquello que estamos intentando decir desde el principio. Sí que La voluntad de creer es una vuelta a la palabra, porque una herramienta de la fe es la palabra, entonces está ahí como superpresente el texto en la obra mucho más que en las otras.

Alterna textos de otros autores con los suyos propios. ¿Siente esa necesidad de desconectar y refugiarse en otros?

Para mí, estrenar un texto propio me genera bastante más angustia, más vértigo, porque siento que es un acto casi prepotente, poner una obra en el mundo, algo que no existe, de repente te pones a escribir y compartirlo con todo el mundo… es un gesto muy grande, para mí más grande que el gesto de montar un texto de otro. Me encanta poder hacer las dos cosas. Darle el tiempo a mis textos para hacerlos pausadamente, con el tiempo que necesiten y a la vez, casi como entrenamiento de puesta en escena, poder entrar en diálogo con otros textos maravillosos que lo que hacen al final es ampliar el propio horizonte. El último montaje que hice de texto no personal era Los días felices de Beckett, que es una bestialidad que termina siendo casi una escuela, que te pone en problemas alucinantes que al final terminarán generando una experiencia que nutren los propios trabajos.

¿Qué debe tener un texto para que le apetezca trabajarlo?

Tiene que ser un texto lo suficientemente abierto como para que haga de caja de resonancia de lo que el público traiga. No un texto didáctico, que sea sobre todo poético, cuya potencia haya trascendido el tiempo, que no esté atado a ningún tiempo, que pueda resonar… Por eso me interesan los clásicos, son textos que siguen resonando porque no están atados a la actualidad, son pura materia de presente, pero no de actualidad.

Estas clases tiene parecido a los ensayos abiertos que ha organizado?

Sí y no. Pensé que no hay teatro si no hay público y si no hay espacio… Entonces ¿por qué el público y el espacio entran al final? ¿Qué pasaría si en el proceso dejamos que el público entre y trabajar con la mirada como material expresivo? Tuvimos tres semanas de ensayos con público y la verdad que lo volvería a hacer. El teatro debería ser siempre proceso, nunca producto. Y creo que estamos más acostumbrados a verlo como producto: de repente está terminado, ahora lo mostramos. Y esta distinción cambia absolutamente el tipo de obra y el tipo de actitud del público que va a verla. En ese sentido, nos iría muy bien abrir muchos más procesos y entender el teatro siempre como un devenir, no como un producto.

Como autor, tener público en los ensayos, ¿ le ha hecho modificar su texto?

Todo, sí, de hecho, La voluntad de creer es una función en la que el público va a tener una importancia fundamental. Siempre la tiene, pero en este caso esto estará muy en primer plano, el lugar del público como constructor de realidad, de la obra.

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